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De la escena a la médula

Tras una exitosa gira nacional, la compañía Danza Fragmentada celebró su 20 aniversario con una temporada de presentaciones en el Teatro Guaso, de Guántanamo

Autor:

Reinaldo Cedeño Pineda

La danza es un vuelo de la escena a la médula. Un viaje de ida y vuelta. Por eso me he quedado en la calle Los Maceo, de Guantánamo, en la sede de Danza Fragmentada, y en el Teatro Guaso, donde la compañía celebró recientemente la temporada por sus 20 años, tras una exitosa gira nacional.

He visto el rigor de sus ensayos. Los he visto crecer, recomponerse, multiplicarse. Y así, lo que comenzó como un proyecto de su director Ladislao Navarro, con alumnos sin formación académica, es hoy un colectivo con personalidad propia.

En ese camino de vitalidad, habrá que detenerse en el estreno de Crónica de hombres con abanico (coreografía del joven y laureado Esteban Aguilar). La obra refuerza con su carácter plástico y simbólico las posibilidades expresivas de Ernesto León y el cuerpo de baile masculino, para tejer en la escena una atmósfera de fidelidad/honor, una historia entre cuatro soldados y su general, que llegará hasta el trágico final del harakiri.

En otra cuerda se mueve la catártica Esquizofrenia (coreógrafo invitado Yoel González). Si bien requiere filtrar su poética escénica —desbordada en el verbo— y reconcentrar ciertos elementos, estamos ante la marca de un artista.

A teatro «desnudo», la pieza penetra en nuestras angustias cotidianas y logra momentos de energía creativa como el de la subasta —metáfora de la vendimia físico-espiritual— con la activa participación de los espectadores. Revela asimismo a una compañía dúctil, capaz de asumir, desde varias aristas, una puesta de casi una hora.

La línea de la danza-teatro que sostiene esta compañía, halló diálogo feraz con la pieza En el espejo del agua, una de las últimas propuestas del maestro Alfredo Velázquez, cuya desaparición ha conmocionado el universo de la cultura cubana. La dramática interpretación interior de Lídice Correoso regala uno de los instantes inolvidables de la temporada.

Asimismo, merecen remarcarse el trabajo con las siluetas y las sombras de Aún falta… mucho (Aurelio Planes), la exploración gestual de Un hombre sin historia (Esteban Aguilar), el lirismo de En el cuerpo del viento y, por supuesto, el intangible En el puente de Aguilera (Ladislao Navarro), recreación estética de un trágico pasaje de la naturaleza en Guantánamo.

Por si fuera poco, las agrupaciones invitadas posibilitaron a los artistas y a un público entusiasta recorrer parte de la pluralidad del movimiento y el gesto en Cuba. De la más oriental de las provincias, se sumaron Babul y Danza Libre —con una memorable Metamorfosis, clásico de Narciso Medina—, el inquieto Yanoski Suárez (Santiago de Cuba), Codanza (Holguín) y Retazos (La Habana), así como personalidades de la talla de Perla Rodríguez y Silvina Fabars, maestras de la danza, y el legendario percusionista Buenaventura Bell.

Empero, la temporada de Danza Fragmentada no resultó mero recorrido por su estilo, sino la constatación del espíritu infatigable de un colectivo —incluido su personal técnico artístico y de apoyo— que, tras dos décadas de formar a varias generaciones y defender su academia infantil, sigue demostrando que la danza es un vuelo de la escena a la médula. Un viaje de ida y vuelta.

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