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Verdades y rituales a tres tiempos

Estudio Teatral Buendía y el grupo Aire Frío unen fuerzas desde la actuación de Jorge Enrique Caballero y el director Eduardo Eimil, respectivamente, para llevar a la escena momentos de la vida del gran violinista cubano Claudio Brindis de Sala

Autor:

Lourdes M. Benítez Cereijo

Poco más de un par de años han pasado desde que Jorge Enrique Caballero, actor de Estudio Teatral Buendía, decidiera escribir y representar un texto basado en la existencia del legendario boxeador cubano Kid Chocolate. En aquel momento la idea era sencilla: asumir una vida ajena que le permitiera dialogar sobre la propia, y reflexionar sobre el presente a partir de épocas pasadas.

Pero quiso el teatro, proceso vivo, caprichoso urdidor de fábulas, que el joven histrión viera más allá de un único relato y pensara en extender su proyecto hasta conformar una trilogía que abordara la vida de destacadas personalidades negras de nuestra historia.

Surgió así la idea de Ritual cubano, un compendio de verdades en tres tiempos que busca extraer paralelismos físicos y espirituales, materiales e inmateriales, y que ahora llegará, en su segunda entrega, al escenario del Teatro Buendía con la obra Le Chevalier, Brindis de Sala, sobre la vida del genial violinista, los días 27, 28 y 29 de octubre, como parte del 17mo. Festival de Teatro de La Habana.

En las palabras que acompañan el programa de mano, de la autoría de Alfredo Felipe, se esbozan algunos aspectos fundamentales para entender la obra: «No piense, por favor, en el vano homenaje, o en la simple y solidaria causa del color; existen la peligrosa aventura del ingenio, el impostergable anhelo de dejar todo atrás buscando la armonía perfecta de un acorde y el verbo exacto para extraer desde adentro la verdad».

En este empeño Jorge Enrique unió sus fuerzas a Eduardo Eimil, director del grupo Aire Frío, para que lo comandara en esa búsqueda del ser, en y desde la escena. Sobre esos detalles ambos artistas dialogaron con Juventud Rebelde.

—Cuando el estreno de Kid Chocolate, no estaba definida la idea de una trilogía. ¿Cómo nació ese proyecto?

—Para la preparación de aquel espectáculo tenía una lista con nombres de figuras relevantes, en la cual estaba el de Claudio Brindis de Sala. Una vez que estrené aquella obra y pude ver la reacción, la incidencia que tuvo en el público, fue que tuve la idea de realizar una trilogía. Quizá por aquello de los tres puntos, del equilibrio. La bauticé como Ritual cubano.

Eduardo Eimil, quien tiene a su cargo la puesta en escena y la dirección artística, explica que ese título se ajusta a la evocación de los espíritus de estas figuras históricas. Este segundo capítulo comienza con una especie de remembranza desde el rito, lo cual establece puntos de coincidencia con su predecesor. Aunque el misticismo ha estado presente en los dos montajes, no ha existido una intención declarada de que sea algo místico. «No seguimos una línea mágico-religiosa en nuestro trabajo, sencillamente tratamos de rescatar el espíritu de estos seres que se aposentan y toman posesión del actor».

Si en la primera experiencia el azar concurrente fue algo muy latente, precisó Jorge Enrique, en esta lo ha sido también, debido a la enorme cantidad de energías que se desplazan y sorprenden en la medida que avanza el trabajo.

Eso se evidencia además en la herencia del quehacer del Buendía, palpable en la presencia de músicos en vivo, el trabajo de la imagen, la voz, la labor corporal y en la síntesis en la enunciación. Se trata de la incorporación de la manera de hacer de Flora Lauten y Raquel Carrió.

Incluso Eimil, que no ha sido alumno de ninguna de esas dos maestras, también se siente heredero de esa visión.

Respecto a las exigencias de interpretar ahora a un artista, un virtuoso violinista, el actor confiesa que en un momento Eimil le preguntó si aprendería a tocar el violín. «La verdad era que no podía hacerlo. Comencé a interrogarme acerca de cómo lograr llevar adelante esta obra sin tener que tocar. La respuesta la obtuve durante la preparación del personaje, pues me centré en el momento en que Brindis de Sala vende su violín. La historia me dio la justificación.

«A partir de ese instante de su vida, él enferma y comienza a delirar, hace regresiones a momentos del pasado. Observa el estuche, pero allí no está el instrumento y siente como que le falta la vida. No obstante, me acompañan dos músicos talentosos que interpretan en vivo para la puesta. Ambos, Lázaro Manzano y Rayko Abreu, se comportan increíbles a la hora de articularse con las ideas y las demandas de la escena, con el ambiente de la interpretación», argumenta Jorge Enrique.

La diferencia de Le Chevalier, Brindis de Sala, dice Eduardo Eimil, radica fundamentalmente en el trabajo con las emociones y con la interiorización de ciertos estados del personaje, dados por contextos completamente distintos. Aquí hay una sensibilidad extrema, un vínculo enfermizo con la perfección, que viene a ser el error trágico.

La razón que los condujo finalmente hasta Brindis de Sala fue que no dejó un legado palpable. Llegó hasta nosotros porque hubo mucho de trascendencia que debía ser investigado.

Cuando abrieron esa caja de Pandora, comentan, descubrieron un mundo impresionante: «Hablamos de un hombre negro que, en medio de una época completamente adversa y una sociedad esclavista, llegó a ser el mejor violinista de la época, según refieren los recortes de prensa especializada de  Londres, Francia y Alemania. Precisamente en tierras germanas se convirtió en el violinista oficial de la corte del káiser alemán Guillermo II. Fue merecedor de títulos nobiliarios como Barón de Salas, en Alemania; Caballero de Brindis, en Francia; y fue además el primer cubano que tocó en la Scala de Milán… Todo un suceso».

El tercer personaje de la trilogía no está definido. Será alguien del mundo de la política, estima Jorge Enrique Caballero. Sin embargo, su contraparte considera que sería más adecuado enfocarse en la búsqueda de un luchador, tal vez alguien como Bartolomé Masó o Quintín Bandera. «No digo que sean estas las personas, más bien expongo estos nombres como zona de investigación, como posible nicho de exploración. Podríamos incluso no centrarnos en una sola figura, sino en varias. Ahora mismo son muchas las ideas que se agolpan».

—¿Era por eso que hablaban de rescatar del olvido innecesario?

—Así es. Se trata de hacer algo que quede, y que impacte en los demás como una motivación, tal y como fue para nosotros.

Actor y director, quienes lograron establecer una dinámica de trabajo basada en la confianza, coinciden en que el texto, la obra, nos lleva a reflexionar sobre cuál es nuestro lugar en la cultura, la historia o la conformación de la identidad de un país. «Intentamos con el espectáculo que el espectador venga a mirar, y decirles: esto también es Cuba, esto somos nosotros».

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