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Réquiem desnudo por un puño de gigantes

El Réquiem, de Mozart, lo más nuevo de Danza Contemporánea de Cuba, sigue el paradigma que la misma compañía dirigida por Miguel Iglesias sentara en su puesta anterior Carmina Burana

Autor:

Frank Padrón

Desde la lúgubre impronta del canto mortuorio con sello mozartiano a la marginalidad juvenil que deviene experimento teatral; de la comedia erótica a la parábola infantil, o al mundo de la alienación y el delirio, las reposiciones y estrenos recientes en la escena cubana son muy sugerentes.

El Réquiem, de Mozart, lo más nuevo de Danza Contemporánea de Cuba, sigue el paradigma que la misma compañía dirigida por Miguel Iglesias sentara en una puesta anterior de hace poco más de un año (Carmina Burana), donde a la danza se unían el audiovisual y el canto en vivo, además de la orquesta acompañante.

Desarrollando un montaje un tanto menos complejo, pero igual de ambicioso en cuanto a la mixtura interdisciplinaria, el coreógrafo Georges Céspedes, excepto algunas reiteraciones que pudieran pulirse, ha logrado una de sus notables labores, al diseñar pasos y movimientos que aprehenden y traducen al lenguaje danzario la intensidad y la fuerza de la célebre misa inconclusa del genio austriaco, mientras la orquesta logra reforzar instrumentalmente el virtuosismo vocal apreciado durante casi todo el tiempo. Otro tanto puede afirmarse de las imágenes audiovisuales, que enriquecen la de por sí motivadora escenografía y coronan la dramaturgia con una visualidad despampanante.

Salvo algunos momentos en ciertos bloques donde se echa de menos una mejor integración de los solistas líricos a los bailarines —todos muy en sintonía con lo musical, dicho sea y no de paso— y al todo, este Réquiem... es otra victoria de la compañía que celebra sus flamantes 60 años.

Jack the Ripper: no me abraces con tu puño levantado es la nueva pieza de la dramaturga Agnieska Hernández Díaz (Streap-tease) a cargo de Teatro de la Luna y otros colaboradores. Investigación en torno a un joven homicida que en la cárcel es visitado por cierta guionista y realizadora televisual, quien persigue llevar a tal soporte su historia, permite a la autora desarrollar un experimento autofictivo de audaz proyección dramática.

También incorporando música en vivo (como quiera que tanto el protagonista como otro personaje a él muy vinculado tienen que ver con tendencias avant garde del sonido contemporáneo) y el audiovisual, que como vemos significa uno de los referentes esenciales del relato, la puesta desarrolla con rigor e imaginación su discurso metateatral y dialógico.

En ello no solo se toca el tema siempre vigente y latiente de la relación entre realidad y plasmación artística, sino también los matices (y matrices) de esa dura realidad: delincuencia juvenil, marginalidad, descarríos, en su estrecha vinculación con las nuevas tecnologías, las expresiones (pos)modernas del arte —música, audiovisual, el mismo teatro…— en un proceso de interacción, toma y daca que Agnieska (también responsable de la dirección) ha logrado con la estrecha colaboración de sus actores: Carlos Peña, Peter Rojas y, en especial, su colega Antonia Fernández (sí, la legendaria de Historia de un caba-yo) quien además se ocupó de la tutoría, cada vez más desenvueltos y desenfadados a medida que avanzaron las funciones. Todos, junto a un integrado y creativo equipo que incluye a escenográfos, músicos, productor, diseñadores y técnicos, erigieron este singular proyecto.

Dentro de una línea más tradicional pero no menos legítima, Desnudas ha vuelto con llenos repletos sobre todo de jóvenes a la sala Llauradó; la comedia erótica de Roberto Santiago dirigida por Eduardo Eimil con su grupo Aire Frío, ataca el machismo y la misoginia desde un «cuarteto» erótico integrado por un ególatra y creído director de cine y tres mujeres de personalidades muy diversas, pero unidas (hasta literalmente) por el vínculo incluso doméstico con tal «macho alfa».

Diálogos ligeros pero sustanciosos, fluidez en la historia que se revierte en la escena con una puesta dinámica y entretenida —aunque susceptible de ciertas podas que la libren de evidentes redundancias y reiteraciones y de algunas expresiones innecesariamente vulgares— la misma descansa sobre todo en el peso actoral, que tiene que vérselas con personajes muy bien perfilados, los cuales manejan no solo buena cantidad de texto sino acciones físicas y una gestualidad considerable.

En tal sentido sobresalen la Carlota de Beatriz Viñas, quien extrae toda la gracia y potencia histriónica de la actriz; la Daniela de Yaisely Hernández, confiriendo toda la ingenuidad que oculta no pocas agallas de su aspirante en el medio; y la Ana de Arianna Delgado, un tanto rígida en los inicios pero aprehendiendo las características de su guionista a medida que avanza el trayecto.

Respecto a Ramón, Nelson Gudín —como sabemos un capaz humorista— no consigue despojarse de los tics que caracterizaron su popular rol televisivo, y ello impide una mejor asunción y proyección de su cineasta libidinoso (que me disculpen los otros actores y actrices cuyos desempeños me fue imposible valorar).

El grupo que con tanto éxito de público presenta Desnudas, Aire Frío, pone en la misma sala, pero los sábados y domingos a las 11:00 a.m., la pieza infantil Cuando los gigantes aman, del escritor austriaco Folke Tegetthoff, en versión de Eduardo Eimil, y que constituye el debut en la dirección del actor Yuniel Hernández.   

Hay que confesar que la experiencia ha resultado una prueba de fuego de la que ha salido airoso, sobre todo al lograr una puesta imaginativa y rica, auxiliado por profesionales como Erick Eimil (diseño escénico), Danilo París (autor de la música original) y Carlos Moreno (maquillaje y peluquería), entre otros.

Como todo buen texto dirigido a los más pequeños, Cuando los gigantes… se disfruta por cualquier espectador con sensibilidad y gusto; su prédica del amor y la amistad entre diferentes de todo tipo, su retablo de personajes tan pintorescos como divertidos, y su historia sensual e inclusiva se explayan en una narrativa escénica donde música, danza, colorido y magia conectan desde el principio con el más amplio público.

En ello tienen responsabilidad superlativa las actrices que asumen y alternan los más diversos roles; brillan en escena dentro de sus múltiples funciones —que incluye hasta el manejo de las figuras— Maité Galbán, Flora Borrego, Teresa Yanet Senra, Rosmery Guillén, Claudia La O, Minerva Romero y Emay Peña.

Traslado, con Alexis Díaz de Villegas.Fotos: José Antonio Rigual

En la misma Casona de Línea, mas en uno de sus salones alternativos, se repone Traslado, del alemán Thomas Melle, intenso y provocador texto en el que la escuela y el hospital siquiátrico fungen como alegorías sociales, como centros simbólicos de poder, de complicadas y utilitarias relaciones eróticas, profesionales y humanas en general, según los vínculos que establecen los personajes con el protagonista, un profesor a quienes por «problemas mentales» desean despojar de su estatus y poner en el banquillo de los acusados.

La puesta en escena de su actor principal, Alexis Díaz de Villegas, rezuma sapiencia escénica, aprovechamiento inteligente del espacio (ahora mucho mejor en su nuevo escenario) y sólida interrelación/desempeño actoral; la fuerza y complejidad de lo escrito llega al espectador en todas sus implicaciones (sub y para) textuales, sorprendiéndolo todo el tiempo, invitándolo a la complicidad o el disenso, dentro de la mejor herencia brechtiana.

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