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Donde termina el polvo y comienza el oro

Juventud Rebelde dialoga con el destacado escritor Julio Travieso Serrano, premio nacional de Literatura 2021

 

Autor:

Emilio L. Herrera Villa

Supe que tendríamos una conversación interesante, cuando Julio Travieso Serrano dijo al teléfono, sin conocerme siquiera, que aceptaba cualquier cuestionamiento, duda o pregunta menos «cómo se sentía al recibir el Premio Nacional de Literatura 2021». «Feliz, alegre —prosiguió impasible el literato—, como siempre ocurre cuando te entregan un lauro».

Y agradezco su sinceridad. Merece todo el respeto quien camina libre y sin ataduras delante de la prensa como si estuviese a puertas cerradas dentro de su casa. Julio Travieso, el autor y el hombre, es el mismo. No es quien dices conocer y en realidad desconoces. Exuberante, soberbio y a la vez cercano, transparente.

En casi dos horas de entrevista, demuestra ser gran relator, con todas las encrucijadas que un versado de la palabra sabe crear a lo largo de una conversación. Entre gratos recuerdos y contradicciones personales deja bien claro que —pese a las citas, las fuentes o la investigación—, la narrativa histórica y toda la literatura en general no pueden ser material seco ni mero reproductor de contenido. La pasión y la prosa límpida deben guiar la trama y alimentarla.

El polvo y el oro, su novela más famosa, propone una mirada literaria a dos siglos de historia cubana.Foto: David Gómez Ávila.

Con una docena de libros y antologías publicadas, parte de su obra ha sido traducida a 14 idiomas; se destaca su novela El polvo y el oro, Premio Mazatlán de Literatura 1993 (México), el Premio de la Crítica Literaria 1996 (Cuba) y finalista del Premio Rómulo Gallegos 1993 (Venezuela). Su trayectoria intelectual lo hizo merecedor de la Distinción por la Cultura Nacional (1988) y la Medalla y Orden Pushkin, conferida por el Estado ruso en 2007, por la obra de la vida. Además de ser jurado en 40 concursos literarios, Travieso ha impartido docencia y conferencias en unos diez institutos universitarios de Cuba, la extinta URSS, México, España y EE. UU.

Afirmar que este octogenario poseía méritos suficientes para alcanzar el Premio Nacional de Literatura, en un año no tan tardío como 2021, es una obviedad tan clara que ni siquiera precisa un momento de sinceridad al estilo de Julio Travieso. Mejor no detenerse en lo evidente y comenzar a seguir esa firme luz del intelecto que, al final del camino, siempre señala donde termina el polvo y comienza el oro. 

—A su consideración, ¿con qué obra alcanzó la madurez como escritor?

—Bueno, la palabra madurez… no lo sé. Es algo que nunca me pregunté ni cuestioné. ¿Cuándo se llega a la madurez? A los 40, los 50, los 60 años… al tercer libro, al cuarto… Yo, por lo menos, no lo sé y no estoy muy seguro de que el resto de los escritores lo sepan. Es una pregunta para los críticos.

—¿Con cuál o cuáles de sus personajes ha sentido, durante el proceso de creación, una relación especial?

—Existen dos tipos de libros: los que disfruto a la hora de crearlos y los que me hacen sentir mal porque se me dificultan escribirlos. En este sentido, El cuaderno de los disparates me gustó mucho. Me divertí escribiendo. Trata sobre los razonamientos de un loco, lo que sucede en su cabeza. Toca las frustraciones, los maltratos, los modos de vida de las sociedades actuales y se contrapone con las reflexiones de este personaje, sobre cómo serían más felices los seres humanos. Esas soluciones que propone Antonio Trase (el loco) es El cuaderno de los disparates. Él se cuestiona el matrimonio, aboga por reinstaurar los duelos, que se prohíba la literatura y los infractores, frente a frente, sean sancionados «a escuchar las obras completas del escritor que más odie». Me divirtió porque imaginé cómo reaccionarían mis colegas escritores si escucharan los textos de aquellos narradores que más odian. Finalmente, Antonio Trase se encuentra con Jesucristo. No es una literatura sicológica o filosófica, pero lleva mucho de estas. Fue Premio de la Crítica 2018.

—¿Cómo es su rutina creativa? 

—Los escritores nos dividimos en lechuzas o gallos. Los gallos se despiertan temprano a trabajar. Las lechuzas son de noches y madrugadas. Yo soy lechuza. No soy como Carlos Fuentes que escribía todos los días. No me puedo dar ese lujo. Cuando estoy en proceso creativo, empiezo sobre las nueve de la noche y termino a las dos de la madrugada. Me levanto a las ocho o nueve de la mañana. Reviso. No me gusta que me molesten ni el ruido ni que venga la mandadera… la pobre no tiene culpa (ríe). Cada escritor tiene sus experiencias y su propio método creativo. Es muy personal.

«Mientras desarrollaba un pasaje de El polvo y el oro sobre una protagonista que estaba sola en su habitación, de noche, entra volando una tatagua. Hay dos leyendas sobre esta mariposa negra: unos dicen que es señal de la muerte; otros, de felicidad. La joven (en el libro) siente que el animal le habla. Es una desquiciada con alucinaciones auditivas. La chica, con un candelabro, la intenta quemar. La tatagua sale volando y se termina incendiando la casa. Yo escribía ese capítulo a la una de la madrugada y, ¿adivina? Entró a mi cuarto una tatagua. Podrás no creerme…».

—Sí, le creo, cómo no.

—Se posó en la pared y, por supuesto no la espanté. La tatagua estuvo allí, me crearás o no, hasta que terminé el capítulo. Fue un augurio de buena suerte para mí, pues esa novela me ha deparado hechos asombrosos.

—Dijo Hemingway en una entrevista que todo escritor debía tener incorporado un detector innato de mierda. ¿Lo aplica a su rutina creativa?

—Mis respetos hacia Hemingway, fue un gran escritor y lo admiro, pero nadie escribe mierda… bueno, sí hay gente que escribe mierda y no lo arregla. Que sea de mierda, de porquería o basura eso viene independiente con el adjetivo que se utilice. Él le puso así, está bien, es Hemingway. Tengo ese detector. Reviso y reviso hasta el último momento. Hay cosas que no funcionan y las he botado. 

Días de guerra (1967) fue su primer libro publicado. ¿Qué significó, entonces, obtener el Premio Concurso Editorial Granma en su estreno como escritor?

—Siempre que se obtiene un premio se está satisfecho. En el primer libro siempre existe la duda si el texto tiene calidad. Es posible que si no lo premian o lo reconocen, se deje de escribir porque crees haber hecho algo mal. Para mí fue todo lo contrario: pensé que era un gran escritor, que iba a tener fama. Con el tiempo supe que todo eso es falso. Pero bueno, es algo típico de la juventud. Tenía 26 años.

Días de guerra son mis memorias de lucha clandestina. A los 15 años fui apresado por primera vez, la segunda con 18 años. Era un participante activo de la lucha clandestina. Llegué a ser capitán de milicia. Fui capturado en 1958. Me torturaron. Estuve preso en el Castillo del Príncipe hasta el 1ro. de enero de 1959. En ese libro recreo lo que viví junto a mis compañeros. Es testimonial.

—Algunas de sus novelas, como Para matar al lobo (1971) y Cuando la noche muera (1981), se llevaron a la pantalla grande. ¿Qué otra obra suya le gustaría ver adaptada?

—Sin duda, El polvo y el oro me gustaría verla en largometraje; pero por supuesto no se hará porque sería algo muy caro. Para matar al lobo la hicieron película para la televisión y Cuando la noche muera fue versionada en un serial de 20 capítulos. 

—Usted ejerció como periodista, investigador-historiador, estudió abogacía, es Doctor en Economía, docente en varias universidades dentro y fuera de Cuba, traductor del ruso y editor… ¿Cómo tributan tantas disciplinas al crecimiento de su literatura?

—Sí, me han ayudado. Son herramientas que utilizas para enriquecer tramas, personajes. Quizá no sepa la historia que domina Eduardo Torres Cuevas, un gran especialista, pero sí conozco historia. Todo tributa al conocimiento. La economía que estudié fue historia de la economía e historia del pensamiento económico. Eso te ayuda a conocer, por ejemplo, qué sucedió en Roma en el siglo I, cuáles eran las instituciones, el pensamiento de los romanos sobre estos temas. Lo mismo para Inglaterra, Adam Smith, Karl Marx… Es cultura general. 

—¿Cree que toda su obra no es más que una minuciosa introspección sobre los caminos de la identidad nacional y sobre la ineludible relación entre el bien y el mal?

—Estoy de acuerdo, pero hay algo interesante: cuando escribo no pienso en nada de eso. Voy a escribir ahora sobre la identidad nacional… No, salió. No lo estoy buscando. Escribo porque siento que debo hacerlo. Tengo algo que decir. Me da gusto, independientemente de que sufra con el texto. Lo disfruto. Yo soy el Enviado, una novela casi desconocida en Cuba, tiene mucho sobre la relación entre el bien y el mal por más de dos milenios. Abordo diferentes planos narrativos como la antigua Roma, la Edad Media, la cruzada contra los cátaros. Hablar del bien y el mal implica conceptos muy complejos y recurrentes.   

—Varios de sus textos más importantes son novelas históricas. ¿Qué le atrae de este género?

—Primero, mi mamá fue historiadora, dedicada a las instituciones coloniales en Cuba. Siempre me han fascinado esas temáticas. Me viene de cuna. Conociendo la historia nos conocemos a nosotros. No quiere decir que entendiendo el pasado no se cometerán los mismos errores. Eso es falso. Personalmente me permite rencontrarme con lo que fuimos y sacar algunas conclusiones de por qué somos así… como seres humanos. 

—¿Cuánto tiempo ha dedicado a la confección de sus novelas y cuán difícil ha sido acopiar toda la documentación necesaria?

—Por ejemplo, El polvo y el oro me tomó cinco años de investigación y tres de escritura. Iba a indagar al Archivo Nacional sobre la familia Valle. La familia Valle existió, no la inventé. En algún momento, conversando con mi mamá, ella sugirió la idea de recrear la historia de una familia cubana. Me dijo que en el Archivo Nacional existía un fondo de esa familia. El Fondo Valle son unas cien carpetas de documentos, notas, cartas y papeles de sus negocios de trata negrera, negocios bancarios. Leí ese fondo como tres años y me percaté de que era muy aburrido. No pasaba nada. Para escribir una novela tenía que suceder algo, así que ficcioné lo que les sucedía, pero sin violentar ni transformar la historia original de aquella familia. 

—La crítica considera El polvo y el oro como su obra más significativa. ¿Piensa igual Julio Travieso? ¿Qué otro texto suyo merece su consideración?

—No digo que sea mi mejor obra; todas son hijas mías. No tengo preferencias por ninguna, aunque sí le tengo cariño a este pequeño librito (señala El cuaderno de los disparates). Digamos que El polvo y el oro fue mi mayor éxito. Tiene 14 ediciones; de estas, cuatro cubanas y diez extranjeras.

—Su narrativa (desde los cuentos hasta sus novelas) ha cubierto dos siglos de historia cubana hasta la época de la Revolución y la actualidad. ¿Ceñiría su obra dentro de los cánones de la novela histórica clásica o asume otras libertades más cercanas, a lo que los estudiosos llaman «la nueva novela histórica» o posmoderna?

—Cuando comienzo a escribir no estoy pensando si estoy violentando los cánones clásicos de la novela histórica. Solo me dejo llevar. Para escribir cualquier tipo de literatura —no solo la histórica— hay que tener emociones, observación y fundamentalmente imaginación. Quien no tenga imaginación que se retire.

¿Cree que se nace con ello o se obtiene con el tiempo?

—Se perfecciona con el trabajo diario. Con mucha lectura también. Hay que leer lo que escriben otros. ¿Eso viene conmigo? ¿Tengo un don divino? ¿Estaba prescrito que Cervantes fuera así? Me cuesta creerlo. Es parte de las circunstancias. Lo vivido lleva a que quieras ser escritor o no. Buena pregunta.

«Siempre hay estudiosos analizando a los escritores. “Alerta Borges que…”, y plasmó eso por “esto y por esto”. Mentira, Borges lo dijo así porque le dio la gana. Entonces, resulta que escribiste porque quieres ser parte del Pos-Boom. Por supuesto que estoy influenciado por la cultura que me rodea, pero cuando me siento a escribir no estoy pensando en parecerme al Pos-Boom o al Pre-Boom. Si la técnica literaria dicta que el personaje X en tal situación debe ser estilo indirecto libre o estilo directo, no escribas. 

—¿Cree usted que las novelas históricas caen en los extremos: por un lado las que se centran mucho en la historiografía y pierden su alma de novela o las que son muy novelescas y deficientes en cuanto a la investigación? ¿Qué solución propone para lograr tan necesaria armonía?

—Lo ideal es llegar a un punto medio. Basarse en la historiografía y al mismo tiempo que sea atrayente como novela. Libro que aburra, libro que fracasa. Eso es algo que siempre he tenido presente. Intento que mis textos (no sé si lo he logrado) sean interesantes y lleven al lector a una reflexión. También, cuidado con la literatura chatarra: puede ser seductora, pero no dice nada. Es bobería. Debe existir un equilibrio entre el argumento y la rigurosidad de la investigación. 

—¿Qué sensación le gustaría provocar en el lector con sus novelas?

—Gusto, placer estético. No es lo mismo escribir con las pezuñas que hacerlo con la cabeza. Aunque, atención, la novela no es solo el lenguaje o la poesía. La novela es independiente del lenguaje. Este es importante, pero no lo es todo. En última instancia, desconozco cómo está escrita La Odisea. Lo leí en español, no en griego antiguo. ¿Cuál es el lenguaje verdadero de La Odisea? No lo sé. Creo que lo principal es invitar al lector a la reflexión, sobre la vida y sobre las situaciones en que vive, vivió o vivirá. 

—¿Qué proyectos ocupan su tiempo ahora? ¿Alguna nueva novela en camino?

—Intenté, pero no tengo tiempo mental para escribir. Era un libro de ficción, cuentos sobre la pandemia, pero paré. La realidad me superó. Si la realidad te supera, déjalo. 

—¿Cómo quisiera ser recordado Julio Travieso? 

—Me gustaría ser recordado como una buena persona, aunque no me hayan conocido y solo sepan de mí a través de mis novelas.

 

 

Sobre Julio Travieso…

  • Nació en La Habana (1940). Vivió, además, en Moscú, Ciudad de México y Nueva York.
  • Su obra cuenta con 16 libros publicados y ha sido traducida a 14 idiomas (alemán, bielorruso, búlgaro, checo, francés, georgiano, húngaro, inglés, italiano, portugués, polaco, ruso, turco, ucraniano).
  • El polvo y el oro, su novela más conocida, posee 14 ediciones, cuatro cubanas y diez extranjeras.
  • Sus cuentos forman parte de 20 antologías nacionales e internacionales.
  • Ha traducido del ruso, entre otras, las siguientes obras: El Maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov (Lectorum, 2004, Arte y Literatura, 2009), La guardia blanca, de M. Bulgákov (Lectorum, 2006), En el tranvía, de M. Zoschenko, (Arte y Literatura, 2009), El capote, de N. Gogol (Lectorum, 2014), Accidente de carretera, de N Astafiev (Arte y Literatura, l986).
  • Jurado de 40 concursos literarios entre ellos Premio Uneac de cuentos (l972, 1986,1995), Premio Uneac de novela (1974, 1980, l987, 1991, 2011, 2015, 2017), Premio David (1983, 1988), Premio Pinos Nuevos (1997, 2009), Premio Literario Luis Rogelio Nogueras (l999), Premio Literario Casa de las Américas de novela (2000), Premio Alejo Carpentier de novela (2000, 2004, 2012, 2019).
  • Julio Travieso es Profesor Titular Adjunto de la Universidad de La Habana. Además, ha impartido conferencias y cursos en el Instituto de América Latina de Moscú, las universidades Autónomas de Sinaloa, Ciudad Juárez y Durango (México), las universidades de Granada y Sevilla (España) y las universidades Hofstra y Montclair (EE. UU.).

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