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Siempre estoy inconforme con lo que hago

El músico cubano José María Vitier García-Marruz ofrecerá dos extraordinarios conciertos este fin de semana, que sumergirán al público en un novedoso disfrute de su creación. Es el pretexto para que reflexionemos sobre el uso de la tecnología en la creación musical actual

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

«Aprendan de todo lo que puedan, además de música. Si solamente saben música, no van a saber ni música». Es lo que recuerda el pianista y compositor cubano José María Vitier García-Marruz que le enseñaron sus maestros, entre ellos el pianista César López. Es lo que les recomienda a los estudiantes en la actualidad. «Lo que marcaba la diferencia entre todos nosotros, los alumnos, era justamente lo que sabíamos de otra cosa que no fuera de música. Es una gran lección».

Sentado en una de las butacas de su estudio, con auténtico desenfado, «como si fuera un tío mío, una persona que conozco de toda la vida», una vez más accedió a conversar con esta reportera. El pretexto fue, de manera impostergable, el concierto que ofrecerá los días 20 y 21 de enero en el Teatro Nacional, titulado Noche insular. Sin embargo, no era posible que habláramos solamente de ese espectáculo que promete un disfrute inigualable. Con este hombre, de linaje y valía propia, se puede reflexionar, filosofar y polemizar de numerosos temas.

«A veces veo muchachos con inmenso talento y destreza excepcional, pero existe un salto cualitativo que no logran dar porque les falta atar los cabos con el resto de la cultura y del conocimiento. Lo que mi maestro de piano decía tenía que ver con libros que no podían dejar de leerse, con películas que no podían dejar de verse, con noticias que no podían dejar de comentarse, aunque el estudio de la música sea tan demandante y hasta tiránico. Lo que sucede es que el uso de la tecnología ha simplificado demasiado toda la creación, y eso es un peligro».

Si de tecnología se trata, llega desde Francia todo el equipamiento para «sumergir» a los espectadores en una mágica experiencia, a través de la realidad virtual que el francés Dominique Roland, director del Centro de las Artes de la ciudad francesa de Enghien-les- Bains, ha concebido para que así sea.

Noche insular es un espectáculo que el público disfrutará mucho porque, además de la música excelsa, posee una escenografía visual novedosa. Foto: Captura de video

El pasado 10 de noviembre fue el estreno en la capital francesa y abundaron los elogios, ovaciones y deleites inusitados con la propuesta, concebida para que la música de Vitier fuera disfrutada cual si los relámpagos y el mar lo rodearan in situ.
 En aquella ocasión, como ahora en el marco de la edición 39 del Festival Internacional Jazz Plaza, se hizo acompañar de la flautista Niurka González y el percusionista y contrabajista Abel Acosta. Sin embargo, de manera especial ahora en La Habana estará la soprano Bárbara Llanes como invitada, quien interpretará Ave María por Cuba, entre otras obras. «Es un reto hacer dos noches insulares, manteniendo el horario de las 8:30 p.m. en ambos días. Es un concierto complejo y requiere de la sensibilidad del público».

Más allá del efecto tridimensional de la excelsa escenografía digital que provocará sensaciones diversas, mientras se interpretan temas célebres del repertorio del Premio Nacional de Música como Ritual, algunas contradanzas y Bienaventuranzas o menos conocidos como Samba del sur, la ocasión será propicia para acercarnos de manera novedosa a la vida del singular artista.

—El jazz, usted lo ha dicho, es libertad y rompe todos los esquemas. ¿Han sido muchos sus «rompimientos»?

—Si alguna vez he roto esquemas, ha sido sin proponérmelo, te lo aseguro. Soy músico académico de formación y soy muy apegado a lo tradicional. Intento siempre poner mi acento, mi sello, y me he acercado a formas diferentes de encarar la música por mi natural instinto.

«También las circunstancias me han llevado a ello, sobre todo cuando trabajo
 para el cine, porque te obliga a cambiar muchos puntos de vista. Es el del director, el de los personajes, el del guionista pero, sobre todo, depende del director y de lo que sepa que quiere. Y el placer también de trabajar en colectivo, de entender.

«Ponerse al servicio de emociones ajenas es un ejercicio loable y uno las trata de convertir en propias. Cambiar de puntos de vista y de estética exige retos, quizá también romper esquemas, como lo es componer para Fresa y chocolate o para El siglo de las luces. Mi última experiencia en el cine fue en la película El Mayor, donde tuve mucha oportunidad para crear. Ahí podríamos encontrar algo».

—¿Algún nuevo proyecto del que pueda adelantarnos? Tal vez para el cine…

—Los encargos son bendiciones y acepto peticiones para el cine. Pero, por ahora, tengo planes para el verano con el formato de quinteto que presentaré en Noche insular, porque necesito incorporar música nueva en mi repertorio. Antes, en primavera, tengo presentaciones en España, donde hacemos anualmente un grupo de conciertos, y en Colombia probablemente hagamos algo también próximamente.

«Además, estoy tramitando la publicación de un libro de textos míos. Publico mucho en mi página de Facebook, y aunque estaba tranquilo con ello me han insistido para compilar mis
textos de esta manera. Siempre estoy permanentemente inconforme con lo que hago y con lo que escribo, no sé cómo transcurrirá el proceso. Me perturba un poco pensar que una vez publicado ya no habrá arreglo.

«Ese libro, titulado Poemas, prosa y piano acompañante, es una compilación de poesías y relatos pero la música le da vueltas de un modo u otro. Me siento muy comprometido y, a la vez, sobrecogido, porque el volumen saldrá con la Editorial Huso, que ha publicado mucho a mi madre. 

«He estado grabando y, sobre todo,
editando en audiovisual los conciertos en vivo que he hecho. Me he mantenido haciendo discos de los espectáculos que hago, soy muy afortunado por ello. El último fue el Habana Concerto, que es la obra más importante que yo he escrito en este siglo, dedicada a los 500 años de la capital cubana. Pude hacerlo con un elenco de lujo, fue filmado y me dejó, más que contento, tranquilo.

«Ahora escribo música nueva. Casi toda la música que he compuesto la he grabado, aunque tengo mucho material inédito todavía. En 2023 estrené la obra dedicada a Haydée Santamaría, por ejemplo, que no se grabó. Estoy escribiendo piezas nuevas para cuerdas. Pero ahora tengo mayores urgencias por tocar y seguir escribiendo. Después ya pensaré en un disco, porque es importante acumular música nueva y valiosa para hacer un fonograma con el objetivo de que añada algo nuevo y no hacerlo por hacerlo».

«Ponerse al servicio de las emociones ajenas es un ejercicio loable», expresó Vitier, quien tiene vasta experiencia componiendo para el cine. Foto: David Gómez Ávila

—Además de crear nuevas propuestas, ¿podría tal vez revisitarse?

—Es común que suceda eso. En las carreras artísticas hay un punto de reflexión y de instrospección. Ante una sobrecogedora edad en un momento dado nos revisitamos, y en mi caso rescribo. Tengo música para piano que toco frecuentemente y que no está debidamente escrita porque, como te decía, soy inconforme, y aún sigo escribiéndola. Pero debo organizar bien todo eso, para que otros puedan tocarla algún día. Esa es la sobrevida del compositor.

«Mientras viva, me saco el máximo partido. Es un valor añadido en cualquier lugar del mundo la música tocada por su propio autor. Pero hay que organizar todo pensando en el futuro, para que otros puedan tocarla
también. En el mundo pianístico en Cuba se toca con frecuencia mi música, e incluso en otros países también porque a nivel personal mi esposa Silvia se encarga de distribuir mi música. Te repito, soy afortunado».

—Retomemos el reto que supone en la actualidad el uso de la tecnología y desde la perspectiva joven…

—Por azares de la vida tuve un acercamiento muy temprano al mundo digital, de las computadoras. Mi suegra, destacada en la pedagogía y en la radio cubana, Cuca Rivero, poseía uno de los primeros sintetizadores. Además, y muchos lo recuerdan, soy fundador del Grupo Síntesis. Esta fue de las primeras agrupaciones en sacarle partido a los sintetizadores, y justamente por eso, cuando decidimos nombrarla, aludimos a ello.

«Yo tenía entonces un Roland, un teclado Júpiter 8 que era el teclado insigne de esa marca en aquel momento, un lujo. Era como un juguete. Así hice el primer disco de Síntesis. Así empecé. Sin embargo, soy un músico analógico porque he tratado de mantener la artesanía de la escritura musical, aunque sea en una pantalla. Huyo del uso de esquemas y ritmos prestablecidos, y escribo en la computadora con la misma rutina con la que escribía a mano.

«Lo hago en ella porque me favorece transmitirla, modificarla, transportar los tonos, tener una situación tímbrica para escuchar la sonoridad… Eso no puedo hacerlo en el papel. Pero las cosas avanzan tan rápido…, y aún creo que he llegado tarde. No era tan joven cuando empecé a trabajar con mis propios medios digitales.

«Los muchachos, desde niños, como mi hijo y mis nietos, viven en el mundo virtual. Puede ser bueno eso si el uso es noble, pero tengo la percepción de que se tienen muchos riesgos con la globalización de la información. El hecho de compartir las mismas herramientas y plataformas tiende a crear una homogeneidad en los sonidos y en los resultados. Entonces la música empieza a parecerse mucho en varias partes del mundo, y no es bueno. Se pierde diversidad e imaginación. Lo importante es darnos cuenta de que mientras no seamos siervos del último grito de la tecnología, no está perdido todo».

—Sin embargo, la inteligencia artificial es un hecho…

—Y puede ser algo tétrico ahora mismo. Uno de los problemas que añoro a partir del uso de los elementos tecnológicos es el relativo al silencio. En el mundo digital el silencio es cero absoluto, pero ese no es el silencio. El silencio en la música tiene un componente físico, es el espacio entre las notas, que no es vacío. Ese es un problema que roza lo irreal. Por eso disfruto más las estéticas de grabación de un tiempo anterior, como sigo disfrutando ir al cine y sentir que la música sale del centro de la pantalla y no que me suba por la espina dorsal.

«¿Quieres que te diga algo? A la inteligencia artificial le faltan dudas. Le ofreces una misión y te da todas las variantes posibles, pero si no te planteas lo imposible, te pierdes la mitad del asunto. Ahí falla. La posibilidad de reconocer un imposible y vencerlo no la tiene. La inteligencia artificial rechaza la duda, y sin duda no hay conocimiento.

«La docencia es un espacio preocupante ante este fenómeno creciente. El corta y pega existía, y aunque hace un tiempo se realizan exámenes a libro abierto, o haciendo uso de teléfonos celulares, calculadoras o computadoras, esto es otra cosa. Se “mastica” todo.

«El mundo está organizado de tal manera que te conviertes en algo más allá de un consumidor. El individuo, consumidor en potencia, llega sin darse cuenta a lo que se quiere: lo que más tratan de que consumas es a ti mismo, que seas el objeto de tu consumo. Fumar o tomar café es una adicción de otro tipo, esto que comento es más peligroso.

«Quizá, de manera razonable, puedo pensar que no veré el abismo donde eso terminará, pero al mismo tiempo, todo va a un paso tan apresurado que dudo a ratos al respecto. No conozco a nadie que no esté asustado con esta situación».

—Pero usted emplea la tecnología a su favor…

—Yo uso las tecnologías, escribo y grabo en la casa, pero ninguna ha logrado reproducir verídicamente la música. Lo que escuches cuando yo me siente a tocar el piano no lo hace ningún sampler. Muchos pianistas pueden tocar el mismo piano y sonará distinto.

—No pocos creen que con una computadora y par de acordes ya se puede hacer música…

—El cambio fundamental de paradigma que se produjo es que la historia de la cultura en general, y de la música en particular, siempre ha establecido una tabla de valores en la que un dato decisivo era la exclusividad del producto.

«Lo que hacía un producto valioso era la dificultad de acceder a él, o de reproducirlo, de hacerlo igual. Los artistas tenían algo único, que solo ellos habían sido capaces de hacer, según su estilo. Esa exclusividad del producto artístico le otorgaba mayor reconocimiento.

«Ahora todo está patas arriba, al revés, y lo que le da valor económico mayor e incluso prestigio al producto es que cualquiera puede hacerlo. Disfrutar eso como un valor añadido es lo que explica que una masa de personas disfrute algo no por su
excepcionalidad, sino porque es accesible, alcanzable.

«Lo que le da valor a un teléfono celular no es que solamente yo pueda tenerlo, sino que cualquiera pueda tenerlo. Cualquiera piensa que puede ser ese artista, y ello explica una parte importante de esa adrenalina eufórica que vemos ante determinados productos.

«También habría que tomar en cuenta los aspectos sociológicos relativos al estilo de vida, la proyección totalmente exitosa que emana ese artista que provoca que a nadie le parezca importante lo aburrido de la propuesta musical. La única esperanza es que ese fenómeno genere su propia contracultura, pero aún no lo veo claro.

«Sin embargo, a pesar de las amenazas y los riesgos que enfrenta la profesión ante el elevado nivel de adicción que provocan las nuevas tendencias de la música con los estilos de vida distópicos que promueven, no podemos descansar en el empeño de apostar por la calidad.

«Siempre hubo músicas más elaboradas que otras. Aquella más propositiva tuvo menos éxito que la otra. Eso no es nuevo. Pero no existía el abismo tan grande en cuanto al número de consumidores. La música, a diferencia de otras artes, provoca una fe ciega y hasta sorda en su propio gusto. Una persona puede decirte que no entiende o que no le gusta un cuadro, una película o una pieza musical, pero de ahí a expresar que la obra en sí es una basura, y descalificarla, es otra cosa. No tiene que gustarte Chopin, pero tienes que saber de qué se trata, el valor que tiene.

«Ese músico formado y culto viene a ser como una especie de marginal o marginado. Pertenezco a una generación que trató de reivindicar al que era así. No lo fui yo ni ningún miembro de mi familia, pero trabajamos para hacerlo con otros. Y me pregunto: ¿El marginal sería hoy Harold Gramatges?

«Existía una franja de éxito posible y de solvencia económica en las personas que hacían una música con cierto nivel de elaboración, y en la actualidad es inversamente proporcional.

«Quizá el problema, más que todo, es de educación. En la familia y en la escuela es donde debemos encontrar las pautas a seguir para diferenciar, saber valorar, juzgar y construir. Hay que tomar a los jóvenes de la mano y guiarlos».

 

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