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Albañales y más albañales…

Desde el conocido popularmente como edificio del Cenic, en la Avenida 23 A, No. 23020, apto. 2, entre 230 y 234, municipio habanero de La Lisa, escribe Raúl Torricella Morales para denunciar que allí viven entre aguas albañales.

Cuenta que hace más de seis meses corre frente a ese edificio un río de aguas sucias, que fluye desde otro edificio ubicado en calle 35, esquina a 232. Y se trata del desagüe de la fosa de ese inmueble, que vierte hacia la calle, y corre por todo 232 hasta 23 A, y de allí hacia 230 y 234. Y como si fuera poco, desde la alcantarilla, fluyen albañales de otros dos edificios.

«Un mar de albañales, que se mezcla con salideros de agua potable, dice. Lo ha planteado nuestra delegada en numerosas ocasiones y a diferentes instancias: Vivienda, Aguas de La Habana… Y la solución no llega. Seguimos esperando. Este problema no es de una familia ni de un edificio, sino que abarca toda una zona, donde el mal olor y el peligro de contaminación nos amenazan constantemente», concluye alertando Torricella.

Otro tanto sufren los vecinos de Pasaje San Martín 21, entre Calzada de Infanta y Línea del Ferrocarril, consejo popular Latinoamericano, del municipio capitalino de Cerro, según denuncia Carlos Enrique Álvarez Álvarez.

Y cuenta que llevan más de cuatro meses sufriendo un vertimiento de aguas albañales. Lo han reportado y aún no hay respuestas de las instituciones responsables, a pesar de que conocen el problema las autoridades del Partido y el Gobierno en el municipio, Saneamiento Básico y Aguas de La Habana en el territorio.

«Todos saben de la tupición de los registros exteriores, dice, y nadie se pronuncia», enfatiza.

En el apartamento 18, donde reside Carlos Enrique, se encuentra la sede de un proyecto de desarrollo local con la población infantil, que ha tenido que suspender sus actividades por ese foco de contaminación tan peligroso.

Apenas en horas, lo de varios meses

El pasado 23 de noviembre, y desde El Caney, en Santiago de Cuba, Rosayda Valdés Sánchez reveló aquí que intentaba infructuosamente legalizar su casa, ya concluida, y chocaba con el letargo burocrático de la Dirección Municipal de Ordenamiento Territorial y Urbanismo.

Su trámite databa del 6 de julio pasado. Y ella alertaba que desde hacía unas seis semanas, el técnico que la visitó encargado del trámite, entregó el documento para que alguien allí lo firmara.

«¿Por qué tanta demora para firmar un documento?, preguntaba. ¿No existen allí las estrategias para resolver en menos tiempo la firma de los trámites? Hay que tener en cuenta que muchos de los clientes somos trabajadores, y que dejamos de hacer lo que nos toca para ir en busca de otros servicios que nos hacen más fácil la vida. ¡Qué decepción!, cuando en varias ocasiones me comunican: su trámite aún no está listo.

«Nadie se imagina por qué tanta urgencia por resolver el trámite antes mencionado. Aún no poseo libreta de abastecimiento, y tengo un niño de ocho años. Estamos apuntados en la libreta de un familiar que me hizo el favor de ponernos.

«Es aquí donde se ve que una simple firma de un documento puede resolver de alguna manera la vida de muchas personas, pero también la ausencia de esa firma puede ocasionar mucho estrés. Necesito resolver cuanto antes el trámite antes mencionado para poder continuar con los siguientes hasta llegar a la Oficoda», concluía.

Y el pasado 25 de noviembre volvió a escribirme Rosayda para agradecer la publicación de su caso dos días antes, e informar que «ya está resuelto el trámite con las firmas requeridas».

Precisa la afectada que «al día siguiente del artículo publicado recibí respuesta con la solución. Y es una pena que tantas personas estuvieran implicadas. No puedo decir caso cerrado; pero está encaminado para continuar y seguir adelante», termina.

¿No será esta una victoria pírrica, pregunto, cuando un problema sin solución por una firma durante varios meses se resuelve apenas en horas, después de la revelación de la queja en esta columna?

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