Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

EDUARDO GRENIER

Desde la grada

Deportes… y deportes

Me acerqué al grupo con sigilo. Habría seis, quizá siete hombres mayores, algunos con más de 40 años, en un círculo perfectamente formado en torno a una partida de algún juego de mesa. Un juego oculto para la gente que pasaba. Y salían de dentro de la esfera humana voces eufóricas. «¡Cuatro, son cuatro!», gritaba uno. «¡Qué cuatro de qué, tú te crees que yo estoy ciego, compadre!», llegaba medio segundo después la riposta.

Un auténtico espectáculo en el escenario más impensado: a los pies de una acera imperfecta en un barrio de la periferia habanera. Los vítores eran dignos de un graderío de estadio de pelota. Alardes, protestas, improperios. Al principio, pensé que era una partida de ajedrez. O mejor: la más frenética de las partidas de ajedrez.

Luego, entre el delirio impropio de un deporte catalogado como «ciencia», asomé la vista sin pudor y quedé fascinado con el motivo de la nutrida concurrencia. Podrían tildarme de «chismoso», mas asumí el riesgo y quedé estupefacto, con la mandíbula descolocada: ¡estaban jugando al parchís!

Solo saben ellos si de verdad provoca tanto entretenimiento lanzar hacia arriba un par de dados e intentar llevar cuatro fichas hasta el centro del tablero tras un recorrido extenso. Probablemente sí, porque de lo contrario no estarían malgastando su tiempo en semejante actividad y poniéndole tal energía.

Porque los piquetes de dominó aparecen en cada esquina de este país, incluso, se puede ver, a veces, algún que otro grupúsculo más propenso a las cartas y en el caso de los niños, a las bolas, el cubilete o a saber… ¿pero el parchís?

No es deporte, mas evidentemente reúne cualidades. Porque nunca causó tanta tensión en alguien el azar, si les comían una ficha a escasas casillas de quedar inmune en su camino a la gloria o el éxtasis de llevar a sus cuatro figuras ganadoras hasta el final antes que los demás y sentirse seguro de cara a la próxima batalla.

Aquella tarde, en un rincón de esta Habana deportiva, un conjunto de «jodedores», divertidos vecinos, dejaron sobre una acera rota la evidencia de que no existen corsés para hablar de deportes, ni siquiera con la masticada definición de actividad física de cualquier índole.

Y usted dirá que el cronista se ha vuelto loco, porque el parchís tiene de deporte lo que la pelota, por ejemplo, tiene de aburrida y de flemática. Pero lo importante, a fin de cuentas, es entretenerse. Y en eso nadie puede presentar objeción ante el suceso que aquella tarde me detuvo presa de la curiosidad.

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