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La ciudad de los difuntos

El Cementerio Municipal Mayor General Vicente García es un sitio lleno de historias con notorio nivel de arte funerario

 

Autor:

Juan Morales Agüero

LAS TUNAS.— La historia de los cementerios viaja ligada a la existencia del hombre. Estos sitios imperturbables —«lo más penoso de la muerte es el silencio», dijo el escritor francés Romain Rolland— llegaron hasta nosotros no solo para filosofar en torno al bien llamado último día, sino también para pasarle revista a la vida.

Esta ciudad del oriente cubano tiene referencias muy interesantes que contar en materia de camposantos. Por cierto, la génesis de los servicios necrológicos se remonta aquí a centurias atrás, cuando era tradición universal entre los cristianos darles sepultura a los difuntos en los patios de las iglesias.

En Cuba esta práctica debutó en La Habana. Allí los ibéricos fundaron la Parroquial Mayor, primer templo capitalino y pionero en la inhumación de personas fallecidas. Como los piratas habían incinerado los libros parroquiales donde se registraban las defunciones desde 1582, se adoptó como enterramiento primigenio en todo el país el de María Magdalena Comadre, ocurrido el 24 de enero de 1613.

El principio del fin tuvo lugar en la metrópoli española en el siglo XVIII por Real Cédula. Cuba le siguió los pasos, pues, a juzgar por un estudio del licenciado José A. López, del Centro Nacional de Información de Ciencias Médicas, «el crecimiento de la población criolla y extranjera trajo consigo el lógico incremento de defunciones, con la consiguiente escasez de espacio para los enterramientos. A ello se agregó la infestación de las iglesias, en algunas de las cuales era imposible permanecer mucho tiempo, dado el insoportable olor. Esta circunstancia, además de conspirar contra el buen servicio del culto religioso llegó a constituir una amenaza para la salud pública».

Fue durante el Gobierno de Don Salvador de Muro y Salazar, Marqués de Someruelos, cuando comenzaron a construirse en Cuba las primeras necrópolis fuera de las iglesias. La primera resultó ser el Cementerio General de La Habana, conocido luego por Cementerio de Espada.

Aunque el territorio tunero tuvo ermita católica desde 1690, esta no tuvo rango de iglesia hasta 1752. Antes, el Obispo Jerónimo Valdés había autorizado edificarla al heredero del hato de Las Tunas, Diego Clemente del Rivero. Por entonces la población de la comarca estaba muy dispersa, por lo que no hubo enterramientos allí hasta 1790.

Aquella parroquia fundacional estaba en el mismo lugar donde radica hoy la iglesia de la ciudad. Su patio incluía la zona actual del parque Vicente García y de la vecina tienda La Casa Azul. Fue esta área el primer cementerio de la ciudad. Anónimos y seculares, reposan allí desde entonces los restos de quién sabe cuántos tuneros.

En 1847, esta necrópolis trasladó su sede para el área donde se localiza actualmente. Y algo curioso: en aquella etapa fue bautizada con el nombre de Cementerio de Colón, igual que su homólogo capitalino. No fue hasta el siglo XX que pasó a llamarse como lo conocemos ahora: Cementerio Municipal Mayor General Vicente García.

Cuando se construyó tenía 45 varas de fondo por 44 de frente. La fachada era de mampostería y el resto de tablas de jiquí. Durante la Guerra de los Diez Años los españoles lo utilizaron como área de defensa, por lo que fue escenario de encarnizados combates.

En 1945 lo sometieron a reconstrucción por colecta pública. Un Patronato pro-reconstrucción, aumento y mejoramiento del cementerio, presidido por el doctor Rafael Arenas, recaudó 1 177 pesos para las obras. Las fuerzas vivas donaron materiales y otros recursos. El estado constructivo de la necrópolis mejoró, pero el proyecto originó que muchas tumbas de la parte delantera se perdieran para siempre.

De los sepulcros que se conservan en el Cementerio Municipal Mayor General Vicente García, el más antiguo es el de la francesa Victoria Martinell, fallecida en 1860. Esta mujer era la madre de Iria Mayo, la compañera en la vida de Charles Peiso, legendario colaborador de los mambises que tomó parte en la Comuna de París y cayó en combate en la ciudad el 7 de julio de 1877.

Nuestro cementerio tiene un área de cuatro mil metros cuadrados y está dividido en 12 patios, con unas 500 tumbas cada uno. Su estilo es ecléctico, con un notorio nivel de arte funerario. La mayoría de las esculturas son obra del español Nicasio Menza, quien radicó por acá durante varios años, y casi todos los panteones abovedados salieron de la imaginación del marmolista local José Domínguez.

Algunas de las más relevantes figuras tuneras de los dos últimos siglos están enterradas aquí. También reposan en su osario los restos mortales de nuestros mártires internacionalistas. El mausoleo del Mayor General Vicente García clasifica como uno de los sepulcros más visitados. Está hecho de mármol de Carrara y es la ofrenda de Las Tunas a uno de sus hijos más ilustres.

Desde la más humilde fosa común hasta el más suntuoso panteón, el cementerio municipal tunero transpira historia. La ciudad de los difuntos palpita cada día con la certeza de que nadie la olvida. En fin de cuentas, ella será, inexorablemente, nuestra última morada.

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