Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Lucía

Desde ahora lo sé: este no será un domingo alegre, y no porque me falte tiempo para leer las felicitaciones en Facebook o agradecer llamadas de lectores y oyentes

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

El próximo domingo debía ser el mejor Día de la Prensa cubana en mis 20 años dedicados a esta profesión. Sin actos ni flores, estaría haciendo lo que más placer suele dar a cualquier periodista: construir una historia que acerque al público las múltiples esencias de un suceso, contadas desde el prisma de tu propia sensibilidad.

Nuestro gremio merecía la dicha de agasajarnos virtualmente, después de pasarnos un año reinventando modos de conquistar al público en redacciones sitiadas por más de un enemigo, no todos invisibles.

Pero la pendenciera COVID-19 decidió castigarnos con lo que más puede dañar el ánimo colectivo: cercenar la vida de una colega en plena madurez como mujer y creadora.

De Lucía recuerdo su sonrisa, su humilde simpatía, su eterna y juvenil curiosidad. Amaba la revista Pionero, que dirigió por muchos años, pero el periodismo científico le cautivaba, y cada vez que nos cruzábamos en un congreso o taller me regalaba su afectuoso impulso para seguir en este rumbo, que ella y otras amigas me ayudaron a escoger cuando llegué a este oficio después de incursionar en otros campos profesionales.

Desde mediodía doy vueltas a esta crónica. Cuando buscaba nuestra isla en la web de JR tropecé con la triste noticia, que mi esposo había decidido no comentarme en su charla de medianoche. La muerte es parte de la vida y por muchas razones no temo su cotidiana omnipresencia. Pero él sabe que me desarma el estupor de quienes no la esperan y la ven adueñarse, impotentes, de un alma cautivadora.

Acá en el centro de aislamiento del Instec, una familia es contacto de un hombre en estado crítico: la esposa, la hija y las nietas pequeñas. Ni siquiera porque ya les hicieron el PCR y mañana pudieran regresar a casa se respira sosiego. Todas las tardes llaman al hospital para seguir la evolución del enfermo distante, y todas las mañanas se encomiendan a su fe para que el nombre de su ser querido no resuene en boca del doctor Durán. «Está intubado…», me dijo ayer la señora, y sacudió su cabeza como para alejar los malos pensamientos.

Desde entonces viví temiendo su pérdida, y sin embargo me tocó a mí sufrir la indeseable noticia. Otra más, porque en estos desafiantes meses en que la Parca decidió absorber la atención de la agenda mediática, también hizo un «pedido» excepcional de periodistas, sin importar edad o sueños por cumplir.

Comento a la tripulación lo sucedido, y Olga me completa un dato que yo desconocía. Las diez personas que salieron hoy, todas con PCR negativo, eran del mismo edificio de Lucía. Literalmente estaban aquí por ella y otra vecina también ingresada, así que mis temores se cumplieron de una manera dolorosamente cercana.  

Desde ahora lo sé: este no será un domingo alegre, y no porque me falte tiempo para leer las felicitaciones en Facebook o agradecer llamadas de lectores y oyentes. Tampoco porque estaré lejos de la galería de JR cuando la Upec y la UJC organicen su breve momento de solemnidad, o porque la cabina de Radio Taíno se sienta demasiado lejana en mi teléfono.

Por suerte, mi peor Día de la Prensa podré pasarlo aquí sintiéndome útil, puliendo pisos y mesas en enérgica aceptación de lo irremediable. Por suerte cubriré mi rostro taciturno con la nueva careta que el Instec elaboró en su impresora 3D para cuidar a la tripulación, y culparé al hipoclorito de mis lágrimas, porque por mucho que el corazón se estruje, no pienso darle al virus la victoria de contagiar a los pacientes mi tristeza.

Reto del día: Vivir.

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