Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Nombre literario para un crimen sin nombre

La CIA apoyó, con toda su experiencia de maniobras encubiertas, la Operación Peter Pan, hace 60 años

 

Autor:

Luis Hernández Serrano

Es una verdadera lástima que la CIA haya concebido un engendro de secuestro de 14 000 niños cubanos bajo el falso pretexto de un decreto revolucionario que arrebataba a sus padres la patria potestad, y a tamaña fechoría criminal le hayan puesto el nombre empleado muchos años antes por dos grandes escritores de fama internacional.

Nos referimos al novelista ruso Mijaíl Shólojov y al dramaturgo escocés James Matthew, el primero autor de El Don apacible y otros libros, y el segundo, creador de la obra de teatro Peter Pan y Wendy, protagonizada por un niño de diez años condenado a tener eternamente esa edad y a odiar el mundo de los adultos, elementos de dos hermosas obras literarias que el enemigo vinculó con un supuesto secuestro masivo de pequeños cubanitos con el que la contrarrevolución intentó mancillar a una de las revoluciones que más ha hecho por la infancia en toda la historia de la humanidad.

La alevosa componenda se puso en marcha a partir del horror y la desesperación insuflados a padres y madres, al difundir la falsa noticia de un supuesto decreto, esparcido en mimeógrafos e inventado por la CIA y la contrarrevolución, en el que se afirmaba que cientos de niños cubanos de tres a diez años serían enviados a la Unión Soviética y allí serían asesinados, descuartizados y vendidos a Cuba como carne enlatada por el mercado ruso. 

Los Servicios de Inteligencia de Estados Unidos echaban mano para sus campañas anticubanas a las más crueles y brutales artimañas guardadas en sus almacenes de maldades y falsedades. Tales métodos recuerdan el nefasto lema del nazi Goebbels, de que una mentira repetida muchas veces se convierte en verdad, y también la infamante exhortación maquiavélica de «Calumnia, calumnia, que algo siempre queda».

El rumor, regado como pólvora al principio de la Revolución y colocada en una falsa Gaceta Oficial, hizo efecto enseguida, y el enemigo imperialista ayudó a la contrarrevolución: buscó los aviones, los pilotos, el salario, el combustible y echó a andar su maquinaria de odio, envidia, saña y engaño, con que enviaron rumbo a Estados Unidos a aquellos indefensos muchachitos que hoy son adultos de la llamada tercera edad.   

Para ellos sí había visas. La contrarrevolución empezaba entonces a estrenarse como mercenaria, y aprendía el oficio indigno de renunciar a su patria y cobrar altas sumas de dólares imperiales por sus cotidianas fechorías, amparadas desde las sucias e inmorales oficinas centrales de la Inteligencia, donde se espía casi al mundo entero.

No por gusto Fidel Castro, en sus conocidas conversaciones con Ignacio Ramonet, al referirse a la gran calumnia  esgrimida con toda mala intención por los organizadores de la Operación Peter Pan, dijo que se llevaron a los 14 000 niños porque inventaron un decreto supuestamente listo para privar a los padres de la patria potestad.

Cuando se trata de cosas que tienen que ver con los sentimientos tan íntimos, aclaró Fidel, la gente enloquece, la engañan fácilmente debido al tipo de mentira, el momento y la forma de divulgarla. En este caso, frente a un sentimiento como el de la paternidad.

Y recalcó el Comandante en Jefe: «Después, más adelante, leyendo los libros de Mijaíl Shólojov Guerra en el Don, El Don ensangrentado y otros, descubro por mi cuenta, no lo sabía, que ya en las novelas de Shólojov aparecían mentiras sobre la patria potestad, eran viejísimas (…) y otra cosa más horrible: que esos niños iban a ser convertidos en carne enlatada (…) que enviarían después a Cuba (…)».*

 La CIA apoyó tempranamente uno de los más siniestros ardides cocinados de la mano insidiosa del imperialismo contra una nación que con los años logró tasas de mortalidad infantil generalmente inferiores a las de los niños negros, latinos y otras minorías étnicas de Estados Unidos.

Pero nuestro más valioso capital humano (léase nuestro pueblo) jamás se dejó vencer por los imposibles, y mucho menos por los mercaderes del neoliberalismo yanqui, expertos en burlarse, engañar y estafar los bolsillos, las esperanzas y los sueños de los incautos.

 

*Cita de la página 269 de Cien horas con Fidel, tercera edición, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, 2006.

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