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La ANCI es acompañamiento de vida

Lázaro Oscar y Ester Melisa, dos jóvenes comprometidos con la Asociación Nacional de Ciegos, la consideran puntal para su formación social y laboral. En el 46to. aniversario de su fundación, JR comparte sus historias

Autores:

Nelson García Santos
Laura Brunet Portela

El primero de mayo de 1990, Lázaro Oscar Tió Saurit empezó a nacer. O a morir, como muchos vaticinaron. Cuando su madre, de solo 18 años, hizo aguas con apenas cinco meses, aquella gestación parecía naufragio.

 Lázaro Oscar Tió Saurit

El extraño nacimiento del pequeño cienfueguero tuvo lugar tres días después en una sala de legrados. Llegó al mundo silencioso, como diminuto cuerpo inerte. Y así quedó hasta que clamó por la vida sobre una mesa de Estudios Patológicos.

En una lucha por permanecer en el mundo, al que se había aferrado contra todo pronóstico, Tió Saurit subsistió los primeros cuatro meses en una incubadora oxigenada. El propio gas que lo salvó, también le provocó una retinopatía que al año y medio le apagó los colores.

«No tengo ningún recuerdo de ese corto tiempo en que tuve visión. Desde entonces percibo todo a través de sonidos, olores y texturas», dice el joven de 31 años.

«Nunca fui un niño sobreprotegido. Mi familia no me alejó de nada, me permitieron conocer las cosas típicas de mi edad. Y lo agradezco, por eso nunca he tenido miedo», expresó.

Pero había saberes indispensables para un invidente que en casa no le podían proporcionar. Probablemente Tió Saurit haya sido el miembro más bisoño de la filial provincial de la Asociación Nacional de Ciegos (ANCI) en Cienfuegos, porque a los cuatro años su familia buscó ayuda para aquel curioso e hiperactivo con tantas ganas de hacer.

Fueron los primeros pasos en la Escuela Especial Bartolomé Rivas Cedeño, a donde llegó cobijado por la ANCI. «Aprendí escritura Braille, adquirí conocimientos básicos de rehabilitación para ciegos, recibí estudios de orientación y movilidad en el espacio. Hice mi vida como un niño común y corriente, pero consciente de mi condición», recuerda.

Desde entonces ese lazo con la organización creció, se profundizó, se agarró bien fuerte al muchacho, y hoy se siente como muchos padres y madres en uno.

Desde su puesto de trabajo como Secretario Ejecutivo del Director Provincial de Salud Pública, en Cienfuegos (labora en el sector de la Salud desde 2012), el muchacho es ejemplo de cómo la ANCI aboga por una inserción social efectiva para cada asociado.

Ninguno ocupa una plaza laboral sin antes haber demostrado su valía, y conocimientos. La organización vela, sobre todo, porque tengan las mismas oportunidades de estudio y trabajo, sin discriminación.

Tió Saurit apoya la educación inclusiva que defiende la ANCI para sus asociados, porque es «una gran oportunidad para enseñar a los otros y aprender uno mismo cómo desempeñarse, y porque así será la vida después. Yo cursé desde la secundaria  hasta la universidad como estudiante de Licenciatura en Derecho en la enseñanza convencional».

«Los profesores y compañeros de grupo aprendieron de mí, y yo de ellos. El aula nos da la primera probada de lo que es el mundo exterior ya de adultos».

«La ANCI es un acompañamiento de vida, porque ahí vamos de principio a fin. Es mi espacio de consulta, desde lo personal hasta lo laboral. Gracias a ellos estoy donde estoy», reconoció Tió Saurit.

De lo borroso al esplendor

Ester Melisa Morales, amable y sonriente, dice: «haga usted las preguntas que desea…», y va hilvanando las respuestas en un tono que trasmite una seguridad que el entrevistador no osa interrumpir.

Solo apuntar algunos datos esenciales antes de dejar correr su verbo. Esta joven santaclareña integra la dirección de la filial villaclareña de la ANCI y es graduada como técnica en Alojamiento hotelero, aunque su función actual es contribuir a la rehabilitación de otras personas con problemas de baja visión o ceguera.

Su testimonio sobre el descubrimiento de la organización, que valora como una de las cosas gratificantes de su vida, brota en monólogo, a semejanza de un manantial.

«Muy joven ingresé a la ANCI, y ahora, al mirar atrás en la plenitud de mis 18 años, no tengo dudas que enrumbé la vida en la sociedad aquel día que traspasé sus puertas.

Ester Melisa Morales

 

«Tampoco todo nos resulta fácil… Pasamos momentos amargos por la timidez propia del padecimiento (en mi caso es baja visión) y hay que aprender a superarla para incorporarnos plenamente a la sociedad, pues hay quienes resultan renuentes a relacionarse.

«Recuerdo que en la secundaria había quienes se burlaban en un gesto, más que de maldad, de falta de percepción, pienso ahora. El miedo a esa burla tampoco me dejaba compartir con las demás personas, pero con la ayuda de la familia y la ANCI la sobrepase, igual que muchísimos ancistas. Es una barrera que no puedes dejar que se te imponga.

«También la organización me ayudó, y nos ayuda, a conocernos y tener más confianza, algo que se va adquiriendo en los programas de rehabilitación con técnicas esenciales, como la de rastreo, para crear habilidades para encontrar algo si se nos cae; el desarrollo del tacto para identificar las cosas y la técnica de movilidad espacial para guiarnos con el bastón.

«Junto a ese proceder vital van las actividades culturales y deportivas, que propician el encuentro en la comunidad: esa vida social que tanta falta hace para no sentirnos aislados.

«De esa inserción en la comunidad forma parte esencial, además, los talleres con jóvenes sobre lo que les gustaría estudiar, y muchos seleccionan preferentemente la carrera jurídica, la de terapeutas y la Educación física. Aunque resulta muy duro, los que deciden enfrentar el reto de seguir estudiando salen adelante con la cooperación de la familia y su organización.

«En ese engranaje en función de incentivar el interés propio y redoblar el empeño en la inclusión, para eliminar todo aquello que atenta la calidad de nuestra vida, está el aporte de la ANCI, que tiene mucho de qué sentirse feliz en este aniversario 46, al que arribarmos el 19 de julio.

«Sin dudas, para decirlo con una frase hecha, se puede afirmar que hay un “antes” borroso y un 2después” más esplendido para quienes se afilian a la ANCI, cuya labor también ha contribuido a que la gente en general sienta mayor respecto por las personas discapacitados y les tiendan la mano en plena calle para ayudarles.

«Así aprecio y siento esta organización que nos ha dignificado, y a la cual dedico mis mayores bríos para ampliar el horizonte de otros jóvenes, adolescentes y niños que vengan al mundo con similares características».

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