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Sí señores, existe…

Lejos pero no ausente, obra de la Casa Editora Abril, cuyo contenido son las cartas de amor entre los cubanos Adriana Pérez O’Connor y Gerardo Hernández Nordelo, nos recuerda que el amor —incluso el que no alcanzó a imaginarse para una telenovela— puede ser real

Autor:

Alina Perera Robbio

El amor existe. Está en el mundo terrenal en su estado puro; despierta admiración, y también la esperanza de que, quien no lo haya encontrado, algún día pueda hallarlo. Para mí esa es la huella más hermosa que nos deja el libro Lejos pero no ausente, obra de la Casa Editora Abril, cuyo contenido son las cartas de amor entre los cubanos Adriana Pérez O’Connor y Gerardo Hernández Nordelo.

Es breve el libro —que se hace acompañar de un disco titulado Sin más despedidas, el cual agrupa canciones de los cubanos Waldo Mendoza y Alex Díaz—; breve pero conmovedoramente intenso, porque da fe de un amor que sobrevivió a las distancias más crueles, y que ha tenido un desenlace feliz, como en los cuentos de hadas —desenlace que, desde luego, tiene detrás mucho esfuerzo, constancia y resistencia de los amantes.

Adriana es una heroína, es de un alma superior. En eso pienso cuando reparo en que amó a un hombre al que la injusticia estadounidense llegó a pedirle el imposible de tener tres vidas: solo así él podría cumplir con la pena de dos cadenas perpetuas y otro bloque de años de privación de libertad. Ese era el precio que exigía un enemigo a un hombre cuyo único pecado había sido el de cuidar la integridad de su país amado, Cuba.

Nunca dejé de preguntarme cómo, bajo tanta presión de eternidad y de «abandonad toda esperanza», Gerardo mantenía su sonrisa y hasta la había dejado estampada para siempre mientras se había dejado fotografiar con un pajarillo posado sobre su cabeza de recluso. En ese detalle yo pude advertir la voluntad inquebrantable de un hombre. Y esa fortaleza suya también abarcaba su capacidad de amar a la novia de siempre.

Lejos pero no ausente contiene un pórtico de lujo: las palabras de Ricardo Alarcón de Quesada, quien tanto hizo por defender a nuestros Cinco Héroes, quienes fueron injustamente confinados en cárceles estadounidenses por poner a buen resguardo la paz de la Isla.

Una familia amorosamente multiplicada.Foto: Tomada del perfil en Facebook de Gerardo Hernández Nordelo.

«En resumen —podemos leer hacia el final del prólogo de Alarcón—, tras un prolongado y tortuoso camino la acusación inicial había fracasado. En ella hubo dos cargos importantes: conspiración para asesinar y conspiración para cometer espionaje. El primero había sido retirado por los propios acusadores. La falsedad del segundo lo había determinado la Corte de Atlanta.

«Aun así los compañeros seguían prisioneros y se mantenía la injusta y descomunal sentencia de dos cadenas perpetuas contra Gerardo. La defensa recurrió ante el Tribunal Supremo.

«Un elemento antes desconocido había visto la luz. Se había descubierto que la feroz campaña de propaganda desatada contra ellos en Miami había sido en realidad promovida por el Gobierno, que financió la labor de los “periodistas”.

«Mientras se esperaba la decisión del Tribunal Supremo llegó en diciembre de 2014 el acuerdo entre Cuba y Estados Unidos que permitió a Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René reunirse, ya libres, en la Patria por la que habían sacrificado su juventud.

«En repetidas ocasiones ellos han expresado gratitud hacia quienes lucharon por su libertad. Es exactamente al revés. Es mucho, muchísimo, lo que a ellos y a sus familiares debemos los demás».

En el libro, abren la lista de mensajes intercambiados entre Adriana y Gerardo, los versos que él escribiera a su compañera y que se titulan Poema a la muchacha de la parada. Es el poema que dedicó a ella cuando ambos se conocieron en una parada de ómnibus en La Rampa del Vedado capitalino, en octubre de 1986.

Se lee en el poema: «Ante mí apenas distingo una silueta/ que se empeña en dibujar ademanes didácticos.// Y a mis oídos casi llegan detalles/ de conceptos jurídicos y conflictos internacionales/ pero en mi mente solo está aquella muchacha/ de la parada,/ la estudiante de Química/ cuyo nombre ignoro,/ aunque conozco su tímida mirada/ porque día a día agiganta el hechizo/ de los amaneceres en La Rampa.»

Todos los mensajes conmueven; están transidos de espera, de paciencia, de un humor que intenta apagar cualquier  tristeza acechante. Gerardo llega a pedirle a Adriana que se limpie la nariz, que lo haga sin pena. Se lo expresa porque, conociéndola como la conoce, se la imagina llorando mientras lee las palabras de un mensaje. Así, hilarantemente, él le quita toda presión a una suerte terrible: la suerte de la lejanía física.

En una misiva fechada el 11 de agosto de 2003, Gerardo le confiesa a Adriana: «Tengo 38 años, y cuando me pongo a hacer el recuento de mi vida no puedo separarme de ti ni en el recuerdo, me parece que estabas conmigo en prescolar, y en la escuela al campo, y en todo lados… (¿Estaré “quemaíto” de verdad…?). Nosotros tenemos lo más importante, mi niña, nos tenemos el uno al otro, tenemos este amor inmenso que ha superado todas las pruebas, a partir de ese punto, podemos lograr cualquier cosa. Solo necesitamos un poco más de paciencia, optimismo, y sobre todo pensar mucho el uno en el otro, tenernos siempre presentes. Te amo, mi reina».

En nombre de la juventud cubana, Aylín Álvarez, la primera secretaria de la UJC, premio el hermoso amor de Adriana y Gerardo.Foto:Roberto Suárez.

El 29 de octubre de 2003, desde La Habana, ella le escribe a él: «Me sostiene esta felicidad que siento cada vez que recuerdo cómo te conocí y los detalles mínimos que hemos vivido juntos. Y a la vez, Gerardo, no he podido dejar de soñar o imaginar cómo sería esta relación llena de amor, premiada por esos hijos que aún no hemos podido tener. Hemos bromeado, jugado y hasta discutido, con el supuesto nombre de una niña o niño, con lo que nos gustaría enseñarle o el medio que deseamos para ellos.

«Estoy segura de que a ti te han pasado por la mente pasajes de esa posible convivencia y que has visto, como yo, los ojos de nuestra niña, o la forma de pararse de nuestro niño, con mi pelo, o con tu risa. A veces me siento en un parque y cuando pasa un niño o una niña pienso que podría ser alguno de nuestros hijos, y mi corazón se llena de ternura. (…) Te quiero, y lo vamos a lograr. Tú no me dejarás sola, porque en estos años terribles has estado lejos, pero no ausente».

Como para confirmar que la vida premia a los buenos, hemos podido ver el desenlace afortunado: los amantes pudieron estar juntos nuevamente, y tuvieron tres hijos, dos niñas y un varón. Viven rodeados de todo lo que una vez soñaron; y por cómo ellos existen, tal como lo hacen, me atrevo a afirmar que sí, señores, el amor —incluso el que no alcanzó a imaginarse para una telenovela— puede habitar entre nosotros.

Lejos pero no ausente.Foto: Lorena Chávez Fernández/ACN.

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