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Pisando la alcantarilla

El reciente título mundial ganado por Cuba en la incipiente disciplina deportiva nombrada Béisbol 5 (Five), hijo directo de nuestro juego cuatro esquinas, ha levantado no pocas alegrías, comentarios y esperanzas

Autor:

JAPE

Pedrito bailaba como el Boney y Walter como Michael Jackson. Ramoncito era un crack con las matemáticas y la física, y se debatía entre coger la Lenin o ser el short stop de la selección de Centro Habana. También estaban Osvaldo, Silvio, Pichy, Frank, Geraldo, Iván, Luisito, Vitity… y muchos otros nombres que ahora se me esconden tras la bruma del recuerdo.

Todos conformábamos una exquisita «pandilla», y siempre aparecíamos sentados en los escalones de la puerta de La China, haciendo cuentos, o jugando pelota en la esquina de la lechería, allí donde se enlazan las calles de Salud y Soledad, por muy contradictorio que parezca.

La China no era una vecina. Fue una popular escuela primaria, como popular es la república que le daba su nombre. Casi todos estudiábamos allí, y al sonar el timbre de las 4:20 la cita era pelota de goma en mano, en el mencionado cruce de cuatro esquinas.

La algarabía inundaba todo el barrio hasta que la luz del sol lo permitía. Nuestro «terreno» tenía, como todos los espacios deportivos, sus características y reglas propias: la esquina del poste era home plate y se avanzaba caminando (o sea, no se podía correr), y el out se facturaba en segunda, donde estaba la lechería, pero había que pisar primera, que era una alcantarilla a la derecha de home. Dicho drenaje casi siempre estaba tupido e inundado de un hediondo charco de aguas negras (sí, ya estas cosas formaban parte del entorno natural).

Las mayores broncas se iniciaban cuando un jugador (o todos) del equipo al campo gritaba: ¡out por regla! y se armaba la disputa sin árbitro mediante. Por lo general se refería a que el bateador corredor llevaba un paso muy apresurado, o que no había pisado la alcantarilla (primera base) para evadir el charco.

Con seguridad ya saben por qué razón acudo a estos recuerdos, y les aseguro que, al estilo de Juantorena, escribo con el corazón en la mano. El reciente título mundial ganado por Cuba en la incipiente disciplina deportiva nombrada Béisbol 5 (Five), hijo directo de nuestro juego cuatro esquinas, ha levantado no pocas alegrías, comentarios y esperanzas.

Entre los escritos que he podido leer está la visión que sobre el suceso ha tenido mi amigo Floro, y que ha plasmado en su más reciente misiva:

«Estimado JAPE, extiendo a usted la felicitación por el título ganado por nuestros muchachos y muchachas del Béisbol 5, del cual todos debemos estar orgullosos porque se trata de algo muy autóctono, como la guayabera y el teatro vernáculo. Somos campeones mundiales de un deporte nacido en nuestras calles y que, según declaraciones del comisionado de la WBSC (Confederación Mundial de Béisbol y Softbol), estará presente en los Juegos Olímpicos de la Juventud. O sea, ¡que pronto estará en las Olimpiadas, con grandes posibilidades para nuestro país!

«Teniendo en cuenta todo esto, y que la presencia cubana en el medallero de las últimas citas olímpicas ha disminuido notablemente, ¿no se podría conveniar con el Comité Olímpico Internacional (COI) para que, en un futuro no lejano, al igual que pasará con el Béisbol 5, algunos de los juegos que colorearon nuestra infancia pudieran estar presentes en la cita continental de manera competitiva?

«Me refiero a los escondidos, el quema’o, la una mi mula, la quimbumbia, el chucho escondido, el quimbe y cuarta, la pañoleta, el perrito goloso… Sería una buena oportunidad para recuperar nuestra presencia al más alto nivel deportivo».

Estimado Floro, quiero aclararte que no deberías estar tan seguro del carácter autóctono de la guayabera. Sobre este tema existen sobradas hipótesis y discusiones. Por supuesto que la alharaca armada respecto al lugar de origen de esta prenda de vestir no será mayor a la que se podría armar si el COI decide tomar en cuenta tu propuesta. No obstante, pienso que no estás del todo errado: sí debiéramos rescatar los juegos que llenaron los campos y calles de nuestra infancia y demostrar, sin negar el desarrollo, qué felices éramos aun sin tener Nintendo, computadoras o teléfonos móviles.

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