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¡Paradoja criollísima!

La presión de garantizar que tener para comer ha llevado, incluso, hasta crear variedades de viandas y hasta de frutas, el platanito es un ejemplo, lejos de las cualidades de las que teníamos acostumbrados al paladar

Autor:

Nelson García Santos

Sobre nuestro mercado minorista están posadas, desde hace un buen rato, las pupilas escudriñadoras y sabias de la tribuna de la calle en ese andar diario a la caza de que echar en la jaba. Ante sus ojos esa gran pasarela de comercios que han crecido más que nunca cuando menos productos hay, según se afirma. ¡Paradoja criollísima!

Como esas otras de la venta sin una relación precio calidad como está legislado desde hace un montón de años, y ese macarrónico artificio que en definitiva el consumidor le costea a las empresas productoras sus desbarajustes en la producción. ¡Apretaron!

Bien, aceptemos, el «subiónnnnnn» de los precios por escasez de productos, pero ¿cuál es la explicación para que no exijan que, al menos, se haga de acuerdo a sus cualidades?

¡Consecuencias! La pizza, el yogur, la leche, el helado, la hamburguesa, el embutido, el picadillo, el cigarro y el pan, los boniatos, los más desaparecidos por acá, el plátano, la yuca, y siga usted, respetable, el listado, buenos, regulares o pésimos, le cuestan lo mismo al bolsillo de Liborio.

Esta circunstancia resulta una estocada trapera contra el consumidor y vulnera una de las reglas comerciales, porque fijar distintos precios sobre la base de primera, segunda o tercera beneficia a los de menos ingresos que pueden adquirir un producto más barato.

Sabemos de memoria que para acabar un mal hay que extinguir su causa primigenia, esa que le abre desmesuradamente las puertas, y el ejemplo clásico del gran culpable de muchas y reiteradas marañas en nuestro comercio deviene la comercialización de productos a granel y hasta en los envasados.

Tampoco descubrimos el agua tibia. Ante el déficit de capacidades para envasar o se venden así o se van a bolina, y presionados por la circunstancia no queda más remedio que escoger el mal menor, ese que permite, al menos, que llegue la mercancía a los mostradores.

La presión de garantizar que tener para comer ha llevado, incluso, hasta crear variedades de viandas y hasta de frutas, el platanito es un ejemplo, lejos de las cualidades de las que teníamos acostumbrados al paladar.

Lo impuso en gran parte la necesidad de crear variedades más resistentes a plagas y enfermedades, de ciclo más corto de cosecha y de mayores rendimientos.

Así surgió la malanga isleña japonesa por debajo en un gran trecho de las más apreciadas por la población, y vino el boom del plátano burro, casi repletan toda la campiña cubana de este y desapareció prácticamente el boniato de masa anaranjada, poseedor de un gran contenido de la provitamina A, ausente en el boniato blanco, que contiene más almidón y menos azúcares.

Y qué decir del alegrón cuando nos empatamos con esa yuca que se ablanda con exquisitez proverbial mostrando un color blanquísimo y de sabor incomparable con las otras variedades predominantes, tampoco se ha logrado un plátano fruta parecido al Cavendish, ese atrayente a la vista y de un sabor dulcísimo que perseguimos en el mercado cuando aparece.

Por esos contratiempos y otros ha navegado y navega desde antaño nuestro mercado, que hace falta que aplique la comercialización como está refrendado para que Liborio tenga más posibilidades y no siga pagando la deficiencia empresarial. ¿Estamos?

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