Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Sin perder la cultura

Autor:

JAPE

—Buenos días, señor. ¿Me permite arrimar la lumbre de su tabaco al externo exterior de mi cigarro?

El hombre quedó mirando por unos segundos al inesperado individuo que interrumpía su lectura matutina mientras fumaba un tabaco consumido por más de dos tercios de su tamaño estándar. Extendió su aromática breva para que el recién llegado encendiera el cigarro que casi bailaba en sus labios.

Finalizada la acción entregó el tabaco a su dueño acompañado de un amable agradecimiento. Casi sin dejar espacio al silencio preguntó:

—¿Qué está leyendo?

El hombre tomó su gastado tabaco y mostró la portada, mientras decía:

—Es la quinta vez que lo leo, pero me encantan los clásicos.

—Ah, Crimen y castigo, de Fiodor Dostoyevski… Uhhh, una obra genial, yo también la he leído varias veces. Soy licenciado en Lengua rusa, filólogo y profesor de la Facultad de Derecho… Mi nombre es Pedro Ramírez.

Pedro ofrece su mano abierta. El hombre cierra el libro y estrecha la diestra extendida mientras responde.

—Un placer, soy Julián Gutiérrez, licenciado en Historia del arte, comunicador, políglota y lamento el lugar en que nos hemos conocido.

—No se preocupe, amigo Julián. La vida está llena de intríngulis e inesperados eventos que cambian el rumbo de nuestra brújula interna y nos llevan hacia escabrosos lares.

Julián vuelve a colocar el humeante tabaco en su boca, acaricia el libro cerrado mientras asiente con la cabeza. Pedro continúa su charla:

 —Esa mañana me encaminé en busca del pan apenas despuntó la luz del alba. Salí con mi laptop listo para continuar rumbo hacia mi centro laboral, pues de antemano había asumido que no tendría tiempo para regresar a casa. Había un considerable número de ciudadanos que se adecuaban a la misma tarea en una larga fila. Tomé mi turno tras el último presente y comenzó la espera habitual, pero esta vez sentí que el paso era más lento y me dirigí hacia el lugar en que se engendra la génesis de la hilera, donde confluyen cliente, despachador, la mezcla de harina de trigo recién cocida, su olor peculiar y el compañero encargado de que la secuencia de personas en la repetida faena sea organizada y respetuosa. Pude constatar que dicho individuo era el principal causante del trasiego, a modo de relajo, de aquel anhelado producto por varias personas ajenas a la cola y que a todas luces eran sus amigos, familiares, aliados o corruptores sin escrúpulo o el más mínimo pudor, honestidad y vergüenza.

Le señalé al susodicho tal error con amable léxico lleno de palabras escogidas en aras de conseguir una comunicación viable que nos llevara a una mayor comprensión y, por ende, a un entendimiento pacífico. Y cuál no fue mi sorpresa cuando aquel mortal, grosero hasta el infinito, sin educación ni respeto alguno, agazapado tras el más rimbombante, burlesco y desafiante desparpajo me esputó, con su boca amurallada de casquillos de metal precioso, que yo estaba loco y que me quitara del medio que él sabía lo que estaba haciendo. Como colofón a su injuria lanzó una frase hiriente en toda su extensión: ¡Vete a hablar mierda pa’ otra parte!

Segundos después, mi laptop se proyectaba indetenible y con una fuerza descomunal sobre su rapada testa que quedó abierta ipso facto, y apareció una profunda herida de la cual emanaba torrencial río compuesto de plaquetas, glóbulos rojos, blancos y otros componentes, que ordinariamente llamamos sangre. Sus ojos quedaron sin pupila y yo no ofrecí resistencia. ¿Usted me comprende?

—Claro que lo comprendo, colega. Mi historia no difiere mucho de lo que usted acaba de narrarme, pero se la contaré en otra ocasión, pues al parecer ya ha terminado el horario de tomar sol en el patio y debemos ir a pernoctar a nuestras respectivas celdas.

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