Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

No te dejaremos ir

Recordamos a Lidia Marín, inseparable amiga de todas las generaciones de caricaturistas que han pernoctado el dedeté

Autor:

JAPE

Alguien, que aprecio mucho, me dijo una vez que la gente que se convierte en el alma de un proyecto, grupo o colectivo, no puede marcharse. Es como el buen capitán que nunca deja su buque a la deriva, y juntos corren la misma suerte. Hoy se cumple poco más de una semana de la partida de nuestra inolvidable Lidia Marín y seguimos hablando de ella en presente, como si estuviera desandando el pasillo de JR con su inconfundible «chat-chat» de chancletas, como apuntara Pepe Alejandro en su crónica.

Muchos la han recordado a través de sus múltiples frases, únicas, inconfundibles a tal punto de que con solo mencionarlas ya se sabe que nos referimos a ella: «la verdad verdadera, y no hipotética», «el drinki», «suavemente», «tengo los sentimientos heridos», «el mundo mundial»… y muchas otras. Podía Lidia armar su diccionario particular, como aquella sección del Tío Cheto, que aparecía en Palante, con ingeniosos y simpáticos juegos de palabras.

Pero es que Lidia era más. Era una fábula andariega, una parodia en sí misma de la más auténtica cubanía, que cada día renovaba el repertorio y siempre sembraba un clásico en el acervo cultural de nuestras vidas. Era simpatía sin andamiaje ni academia. Su humor era el ancestral humor del pueblo de a pie, del que hace risas de carencias.

La pudiera analogar con el personaje del texto de Héctor Zumbado, aquel que quería enlatar al sol. Pues Lidia también hubiera enlatado la luna y te hubiera ofertado, dos en uno, acompañado del estribillo del más antiguo bolero, o el último reguetón: «¡Monta, que te quedas!».

Lidia se burló de lo más inhumano de la modernidad. Jamás se contentó con un like, o un frívolo ¿cómo estás?, vía internet. Lidia no paraba de llamarte, iba a tu casa, hablaba contigo y con tu familia, «tete a tete», cuando era más preciso, cuando para muchos ya no sirves o dejas de existir por engrosar la oscura lista de jubilados.

Lidia: todos sabíamos que eras tú quien llenaba de cartas el buzón del amor cada 14 de febrero y después las leíamos en nuestras olvidadas y masivas actividades, donde siempre brillabas y no era igual si no estabas tú… Cuánto reíamos con aquellas situaciones «amorosas», de infinita hilaridad y de las que nadie escapaba: ¡ni los directores!

Sabíamos que eras tú quien llenaba las «surtidas» piñatas que rompíamos en la redacción, donde podías encontrar desde un ingenuo caramelo, hasta un provocador preservativo: era para todas las edades. Y los pequeños regalos personalizados en los cumpleaños colectivos: modestos, pero llenos de amor. La mayor parte de las veces nacidos de tu ingenio y de tu menguado bolsillo.

Por tu verdadero altruismo, por tu infinito humor, fuiste hermana querida, inseparable amiga de todas las generaciones de caricaturistas que han pernoctado el dedeté. Con todos te identificabas de manera especial, y si alguien no tenía un buen día, simplemente comentabas a modo de chanza: «¡Parece que este anoche no comió galleticas!». Y había que reírse y relajar el rostro y las penas.

¿Cuántas veces intercediste por alguien de nosotros para que nos dejaran montar en el estricto transporte obrero hacía Alamar? En estos días, en que partes en carroza de estrellas hacia la eternidad, donde te esperan otros que fueron íconos de este periódico, creo que inevitablemente, ¡no te dejaremos ir!

 

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