Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Trabajo y trabajadores en Cuba. ¿la otra marcha?

Lo que nunca podremos cambiar será la centralidad del trabajo y de los trabajadores en la suerte definitiva del proyecto socialista nacional, al menos por un período muy largo del devenir

Autor:

Ricardo Ronquillo Bello

Agredido y acosado, sometida a prueba perenne su capacidad de resistir y la fuerza de su dignidad, al pueblo cubano no queda otra salida que convertir sus celebraciones en acontecimientos de reafirmación, especialmente política. Las multitudinarias marchas de este Primero de Mayo no serán la excepción.

En forma popular diríamos que, como en otros momentos cruciales, no faltarán los que este Día de los Trabajadores nos estarán midiendo, y no precisamente para entallarnos la ropa.

En realidad, lo estarán haciendo para aplicarnos una variante política de la física de Newton: si los cubanos reaccionan a la altura de la hidalguía probada de estos años, la «cosa» se pondrá peor en materia de cerco y de agresión imperial.

La jugada está bien cantada en los mensajes de los odiadores en redes y en los que adelantan los enviados del «maligno» para hacer el papel de negociadores del cambio de régimen en Cuba. A más decoro y dignidad mayor escarnio, es la fórmula, en base a aquella ley de los poderosos de que a cada acción corresponde una reacción de igual intensidad, aunque en sentido contrario. Terrible física del genocidio, sobrecumplida por estos días en algunos de los conflictos del mundo.

Semejante disyuntiva provocó que lo emergente y lo perdurable no siempre fueran un matrimonio bien llevado en Cuba, como dije en otro momento. Sometidos a la tiranía de las circunstancias, entre acosos y obsesiones mezquinas, el proyecto político de la Revolución se vio envuelto en duros y continuos episodios, a un estado permanente de emergencia. El sonido de las sirenas pocas veces se apaga, y cuando lo hacen es para darnos una tensa calma.

No podemos olvidar que, tras numerosos años de crisis continuada, y entre tantas necesidades por satisfacer y problemas por resolver, se incubó entre nosotros una sicología de la urgencia, con su difícil secuela de desmotivaciones. Por ello resulta tan importante que, en fechas como estas, junto a la invariable reafirmación, no olvidemos que el país debe buscar imponer no solo su ritmo, sino conducir, como no lo hemos logrado hasta hoy, el tiempo de nuestra transformación, por encima de las interminables escaramuzas.

Como nos alerta Fidel en su concepto de Revolución, definido en imponente acto popular hace 25 años un Primero de Mayo, contra los vientos y las mereas de la agresión debemos seguir cambiando todo lo que debe ser cambiado. Lo anterior lo debe dictar también el sentido del momento histórico. Incluso con más razón ahora, porque pretenden paralizarnos.

Pensemos especialmente en ello este Día del Trabajo y en medio de la radical transformación del mundo laboral en Cuba, no excepto de contradicciones que también urge encarar si queremos forjar prosperidad y bienestar.

Una pregunta insoslayable en esta fecha resultaría en qué medida el rediseño constitucional e institucional surgido de la actualización del modelo económico y social cubano de desarrollo socialista contribuye a zanjar el arrastre de la enajenación de los trabajadores de la propiedad socialista, así como a acomodar las fronteras entre propiedad estatal y social y la de los intereses colectivos con los individuales.

A ese propósito apuntan decisiones políticas y gubernamentales y normas jurídicas para fortalecer y transformar la empresa estatal socialista. Fue tan grave la persistencia de dicha contradicción, que ningún analista de las causas del derrumbe del socialismo en la URSS y Europa del Este dejaría de mencionar como detonador la forma en que se estructuró la llamada «dictadura del proletariado», en la etapa de transición al socialismo, en la que el burocratismo escamoteó la condición de dueños que correspondía a los trabajadores y condujo a lacerantes y extensivos procesos de enajenación. Se desvirtuaron así, como afirmé hace unos años, los fundamentos no solo del socialismo, sino incluso hasta del sindicalismo heredado del marco burgués.

La nueva Constitución es muy clara en ese propósito, al establecer, entre sus fundamentos económicos que: «en la República de Cuba rige un sistema de economía socialista basado en la propiedad de todo el pueblo sobre los medios fundamentales de producción como la forma de propiedad principal… El Estado dirige, regula y controla la actividad económica conciliando los intereses nacionales, territoriales, colectivos e individuales en beneficio de la sociedad... Los trabajadores participan en los procesos de planificación, regulación, gestión y control de la economía. La ley regula la participación de los colectivos laborales en la administración y gestión de las entidades empresariales estatales y unidades presupuestadas...».

La Carta Magna establece, igualmente, que «el trabajo es un valor primordial de nuestra sociedad. Constituye un derecho, un deber social y un motivo de honor de todas las personas en condiciones de trabajar. El trabajo remunerado debe ser la fuente principal de ingresos que sustenta condiciones de vida dignas, permite elevar el bienestar material y espiritual y la realización de los proyectos individuales, colectivos y sociales. La remuneración con arreglo al trabajo aportado se complementa con la satisfacción equitativa y gratuita de servicios sociales universales y otras prestaciones y beneficios».

Nuevas disposiciones para modernizar y destrabar en el sistema empresarial público nacional abren compuertas a la transformación de la Empresa Estatal Socialista. Aunque está pendiente, y es uno de los dilemas fundamentales a resolver, que se cierran muchas por donde escapaban el sentimiento de pertenencia de los trabajadores y el respeto y orgullo de estos por la propiedad pública, tan definitoria para el éxito y perdurabilidad del socialismo.

Entre las medidas de los últimos años se cuentan: Flexibilización de la distribución de utilidades, eliminando el límite de hasta cinco salarios medios, sin condicionarlo al cumplimiento o sobrecumplimiento de los indicadores directivos; creación de fondos para financiar la estimulación, tanto individual como a colectivos, así como para la compra y construcción de viviendas —uno de los más graves problemas sociales del país—; se faculta  al máximo órgano colegiado de las entidades para aprobar el pago por distribución de utilidades a los trabajadores que han sido sancionados por indisciplina durante el año, con excepción de las medidas que se aplican cuando la violación es considerada grave en los reglamentos disciplinarios.

Destacan entre las decisiones a favor de los trabajadores, que cuando estos se jubilen puedan ser contratados para ocupar igual cargo que el que desempeñaban al momento de obtener su pensión, siempre que responda al interés de la entidad; la modificación del cálculo de la pensión para los trabajadores que una vez jubilados con 45 años o más de servicios, se reincorporen al trabajo y laboren al menos cinco años o más, previa modelación del impacto de su aplicación en el gasto de la Seguridad Social y autorizar la contratación de determinados servicios a quienes laboran en la entidad, diferentes a los que realizan según sus contratos de trabajo fuera de su jornada laboral, ajustando el ingreso a recibir según el valor del servicio del que se trate, sin que se considere salario a los efectos legales. Establecer un impuesto por el ingreso que reciba el trabajador.

En hacer prevalecer lo anterior y que se haga con absoluta justicia, se le ofrece la responsabilidad que merece y requiere —y que debe defender con su autoridad—, a los sindicatos.

Seguramente no es todo a lo que puede aspirarse, y mucho menos lo alcanzado de los objetivos a los que apuntan esas decisiones, pero no podría negarse que resulta un gran paso hacia la dignificación del trabajo y los trabajadores en Cuba. Un salto en medio de la urgencia de que los dueños colectivos se adueñen.

La peor parte en esta historia se la llevan los sectores públicos no vinculados al mundo empresarial, especialmente el presupuestado, en el que las definiciones y beneficios son menos, lo que está provocando graves problemas, incluyendo la falta de fuerza calificada que migra hacia otros ámbitos más ventajosos desde el punto de vista económico. El segmento presupuestado pide una urgente revaluación.

 Sería cuando menos una ligereza tener en cuenta que vivimos un contexto económico distinto, entre una multiplicidad de formas de propiedad, administraciones dotadas de mayores atribuciones y con sindicatos con una gran historia y autoridad, aunque cargan viejas maneras y problemas de representatividad que han lastimado su autoridad.

 En este 1ro. de Mayo peculiar, con celebraciones a la medida de la crisis y el cerco criminal que enfrenta el país y también de la predisposición a encararla, habremos escuchado en recorridos de dirigentes políticos y gubernamentales y análisis variopintos la invocación al trabajo.

Es como si, con los prodigios de la inteligencia artificial, el gran Federico Engels se hubiese levantado de las gavetas a donde algunos pretenden acomodarlo en este siglo también de las desmemorias, para, junto a los cuadros de todos los niveles de la nación, campanear una y otra vez, como en el inicio de su tesis de 1876, que el trabajo es la fuente de toda riqueza, como afirman los especialistas en economía política.

A lo anterior podríamos agregar ahora —tratando de emular la agudeza de Engels—, que si bien el trabajo no podría destruirlo (al hombre, digo), sino más bien dignificarlo, otra cosa muy distinta es cuando se le cuelan a ese gestante de la humanidad lo que ahora llamamos en este archipiélago las «distorsiones». Por lo menos podrían amargarlo, y bien sabemos hasta cuánto.

La Constitución de 2019 cambió la naturaleza de nuestro Estado, de «socialista de trabajadores» que recogió la de 1976, a «socialista de derecho y justicia social» actual, pero lo que nunca podremos cambiar será la centralidad del trabajo y de los trabajadores en la suerte definitiva del proyecto socialista nacional, al menos por un período muy largo del devenir.

Dicho cambio conceptual buscó adaptar el proyecto político de la Revolución a las tan desafiantes como cambiantes condiciones del siglo XXI, aunque no le faltó razón a quienes «guapearon» en los debates que abrieron cauce a la nueva Carta Magna para que lo anterior quedara muy bien sentado.

La anterior es una de las más graves deudas de nuestro modelo y del resto de los modelos que intentaron convertirse en una alternativa frente al capitalismo mundial y todas sus injusticias, inequidades y depredaciones.

La Constitución y el nuevo marco legal confieren al movimiento sindical las vías y métodos para elevar su representatividad, conscientes de que, como nunca antes, están en juego su liderazgo y capacidad movilizadora, sin los cuales le estaríamos haciendo un flaco favor al propósito de aumentar la productividad y la eficiencia económica en las condiciones de nuestro socialismo.

Por ello resulta tan relevante que, con el propósito de redimensionar el modelo socialista nacional, se distinguiera, desde los inicios de los cambios planteados por el 6to. Congreso del Partido Comunista, que una cosa es el Estado como propietario y otra las diversas formas en que puede gestionarse la propiedad.

Mientras más socializada, participativa (incluyendo en la repartición de los beneficios) sea la forma de gestionarla, más estaremos acercándonos a esa condición de dueño colectivo que no ha dejado de ser una aspiración, y que para nada contradice la expansión de la propiedad privada en la etapa de transición socialista, porque en el caso de Cuba está bien definido que la propiedad pública deberá constituir la fundamental del modelo.

 A este Día del Trabajo llegamos en el país con aproximadamente al 35 por ciento de la fuerza laboral trabajando en el ámbito privado y contribuyendo al producto interno bruto en cerca del 15 por ciento. Son cifras que hablan muy claramente del enorme cambio ocurrido en el ámbito de la propiedad y laboral del país, algo que debe ser tenido muy en cuenta en la proyección de las políticas públicas.

Aunque en el sector público no faltan violaciones, desde el sector privado emergente también se dan algunas señales preocupantes que deben atajarse, como violaciones de lo estipulado, discriminaciones en la selección de la fuerza de trabajo por diversos sesgos, problemas en su contratación, entre otros, que parecieran indicar que a veces se asume que funcionan al margen de la institucionalidad y la constitucionalidad.

 Cualquier forma de funcionar la propiedad socialista que enajene a los trabajadores de su gestión, o sea que los desplace de la toma de decisiones, del control y de la distribución de los beneficios, estará agregando distorsiones a un modelo que ya acumula suficientes como para constituir un peligro para las aspiraciones planteadas en la propia Constitución.

Igualmente, cualquier forma de funcionar la propiedad privada que nos regrese a las formas de maltrato y enajenación del capitalismo ramplante y sonante, y que no consideren las aspiraciones esenciales de nuestro modelo, aunque incluyan las flexibilidades necesarias, serán nuevas distorsiones que se agregarán a nuestro modelo. Como además lo serían las que retarden, impidan o entorpezcan los lazos insoslayables entre lo público y lo privado en la construcción socialista en Cuba.

Este Primero de Mayo marcharemos para reafirmarnos en nuestra dignidad y en nuestro proyecto nacional liberador y justiciero frente a las apetencias y mezquindades externas, aunque no debemos olvidarnos que la mejor forma de encararlas será con las fortalezas internas. Con un mundo económico y laboral cada vez más sano, libre y próspero.

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