Para Alex Castro Soto del Valle la fotografía es el arte de la oportunidad cultivada. Autor: Cortesía del entrevistado Publicado: 23/11/2025 | 01:03 am
Dice que la vida le dio la oportunidad única de testimoniar los diez años finales de su padre. En un océano de imágenes públicas, su misión fue la de buscar la mirada privada, el gesto espontáneo, la huella de la persona detrás del símbolo. A través del visor lo vio auténtico e inmenso, indiferente hacia la cámara. Nunca le posó y eso lo obligó a capturar la verdad de un hombre que simplemente vivía, sin interpretar un papel. Paradójicamente, la relación filial nunca le dio ventajas y, a la hora de escoger, el padre se decidía por la foto que mejor comunicara el mensaje, no por la foto de su hijo. En ese retrato íntimo que se propuso capturar, y en el que no está ausente la chispa pícara de la mirada de uno de los hombres más fotografiados de la historia, ¿aparece alguna vez el padre?
Estos y otros muchos temas aborda en esta entrevista Alex Castro Soto del Valle. Con más de 20 exposiciones personales y tres libros publicados, ha sido camarógrafo de la TV cubana y
director de Fotografía de Mundo Latino; fotógrafo de modas, de deportes, de danza… fotógrafo de todo lo fotografiable, pero conocido más que nada por las fotos que le hizo a su padre.
Es explícito a la hora de esbozar su estética. Prefiere el blanco y negro al color y confiesa que no busca la foto, sino todo lo contrario, que es la foto la que lo busca y que una buena imagen no te grita, sino que te susurra, un susurro que con el tiempo cobra fuerzas y revela nuevos significados. Para él, la fotografía no es el arte de la oportunidad ni el arte de la casualidad, sino el arte de la oportunidad cultivada, esto es, el momento en que dejas de tomar fotos y comienzas a «recibir» los instantes que el mundo te ofrece. Más allá de las fotos que tomó a Fidel, aspira a que su obra refleje una búsqueda honesta y sensible de la condición humana.

La misión de Alex estuvo en buscar la mirada privada, el gesto espontáneo del Comandante en Jefe, la huella de la persona detrás del símbolo. Foto: Cortesía del entrevistado
El visor no lo transformaba
—Si tuviera que presentarse ante un auditorio que no lo conoce ni sabe nada acerca de usted, ¿Cómo lo haría?
—Soy Alex Castro Soto del Valle, cubano, ingeniero electroquímico, máster en Ciencias y fotógrafo.
«Trabajé en industrias y centros científicos, pero la vida me guio hacia mi vocación más temprana, la fotografía. La pasión por la fotografía definió mi camino, un arte que descubrí y abracé de forma autodidacta desde que cursaba estudios preuniversitarios en el Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas Vladimir Ilich Lenin.
«Hoy, con más de 20 exposiciones personales y tres libros publicados, me defino como un fotógrafo que documenta la vida y que intenta hacerlo con precisión, rigor y la mentalidad analítica de la que me dotó la ciencia y la sensibilidad que concede el arte para explorar el alma humana y captar esencias».
—¿Cómo fue el tránsito entre la electroquímica y la fotografía?
—Fue un tránsito natural, no una ruptura. Descubrí que la ciencia y el arte son dos lenguajes para una misma búsqueda: comprender la realidad. Ambos exigen observación minuciosa, paciencia y una curiosidad insaciable. La ingeniería me enseñó el rigor del método; la fotografía, a aplicar ese método en la búsqueda de la emoción y la verdad humanas… No abandoné un camino por otro; convergieron en una misma mirada.

Fidel nunca le posó, y eso lo obligó a capturar la verdad de un hombre que simplemente vivía sin interpretar un papel. Foto: Cortesía del entrevistado
—Es usted fotógrafo de modas, de danza, de deportes… Sin embargo, se le conoce, sobre todo, por las fotos que hizo de su padre. ¿Desearía pasar a la historia como el fotógrafo del Comandante en Jefe?
—Mi aspiración como fotógrafo es que mi obra, en su conjunto, refleje una búsqueda honesta y sensible de la condición humana.
«Es un honor que muchas personas me asocien con las fotografías de Fidel y estar entre los profesionales que tuvo esa alta responsabilidad.
«Fue un privilegio y una enorme responsabilidad documentar una década de su vida (2006-2016), un trabajo que asumí con la humildad y el rigor que merecía y con la conciencia de que se hacía para la memoria de un pueblo. Es un legado del que me siento orgulloso».
—Fidel es uno de los hombres más fotografiados de la historia. ¿Por qué, entonces, lo escogió como objetivo de su trabajo?
—La vida me presentó una oportunidad única y la asumí con placer, seriedad y respeto. En un océano de imágenes públicas, mi misión era buscar la mirada privada, el gesto espontáneo, la huella de la persona detrás del símbolo.
—¿Cómo es Fidel a través del visor?
—Auténtico e inmenso. El visor no lo transformaba, sino que actuaba como un filtro que aislaba su humanidad del ruido contextual. A través del visor se amplificaba la carga física de las ideas en su rostro, el peso del liderazgo en sus hombros; pero también la chispa de picardía o la curiosidad en su mirada, era ver la historia encarnada en un hombre, con toda su complejidad.
¿El hombre o el líder?
—¿Le posó alguna vez?
—Nunca, en el sentido tradicional. Su actitud era de total naturalidad e indiferencia hacia la construcción de una imagen para la cámara. Esa falta de pose era, paradójicamente, su pose más auténtica y el mayor desafío: capturar la verdad de alguien que simplemente vivía sin interpretar un papel.
—¿Le dio la relación filial ventajas a la hora de capturar su imagen o, por el contrario, fue un inconveniente?
—Fue, sobre todo, una responsabilidad agravada. Fotografiarlo no era un acceso privilegiado, sino una lupa sobre mi conciencia. Sabía que cada foto sería escrutada con severidad redoblada. Eso no me acercaba a una imagen más favorable; me obligaba a ser infinitamente más riguroso, honesto y autocrítico… Fue el mejor antídoto contra la complacencia y una inspiración para estudiar y superarme.

Cuando la cámara busca la verdad con honestidad las capas más profundas emergen solas, confiesa el fotógrafo. Foto: Cortesía del entrevistado
—¿Cómo valoró su padre las fotos que le tomó? ¿Prefirió o censuró algunas de ellas?
—Su criterio era periodístico e histórico, nunca personal. En las selecciones, las fotos eran anónimas. Él elegía las que mejor comunicaban un mensaje, no «las de su hijo». Con el tiempo, fui comprendiendo su criterio, su mirada sobre su propia imagen, y aprendí a «leer» lo que buscaba. Esa enseñanza fue fundamental para mi conocimiento como fotógrafo en ese contexto.
—¿Qué pretendió captar con sus imágenes? ¿Al hombre o al líder?
—Siempre busqué al hombre. El líder era una construcción evidente; el hombre, una verdad íntima. Mi intención era revelar la esencia, la humanidad que sostenía al personaje público. Quise reflejar que no era una figura distante en un pedestal, sino una persona profundamente conectada con el pueblo al que dedicó su vida y su obra.
—¿Procuró al padre en algunas de sus fotos?
—No era una búsqueda consciente, pero cuando la cámara busca la verdad con honestidad, las capas más profundas de la personalidad emergen solas, como un manantial. Mi trabajo no era forzar esa aparición, sino estar lo suficientemente atento y sensible para recocerla y capturarla cuando afloraba.
Fotos que perduran
—De las que tomó, ¿cuáles escogería?
—Es difícil elegir. No se trata de una foto en particular, sino de aquellos instantes en lo que se logra captar, a través de un gesto o una mirada, un destello del alma. Esas son las fotos que perduran, las que requirieron de toda la paciencia, concentración y sensibilidad para que la esencia del sujeto se revelara ante el lente.
—De los fotógrafos —cubanos y no— que capturaron la imagen del Comandante en Jefe, ¿cuál es más de su gusto y por qué?
—Aprecio y respeto a la generación de fotógrafos que tuvo el privilegio y el desafío de retratar a Fidel. Cada uno de ellos logró una mirada única que nos ha legado un testimonio visual invaluable.
«Con la mayoría he mantenido una relación de camaradería y de todos me he nutrido para realizar mi trabajo. En particular, admiro profundamente a
Liborio Noval, con el que tuve el privilegio de trabajar y observar su maestría para moverse en la escena y su intuición para el instante decisivo. Y a Pablo Caballero, por su búsqueda incansable de una perspectiva nueva. De ambos aprendí que la constancia y una mirada fresca son esenciales en este oficio».

Una de las primeras fotos de Alex realizara a su padre en el año 1979. Foto: Cortesía del entrevistado
—Para usted, ¿la fotografía es el arte de la oportunidad o el arte de la casualidad?
—Es el arte de la oportunidad cultivada. La casualidad es un regalo para el desprevenido. La oportunidad es una cita pactada con la preparación. Creo en un estado de alerta constante que nace de dominar la herramienta hasta que se convierte en una extensión de uno mismo. Ahí es cuando dejas de «tomar fotos» y comienzas a «recibir» los instantes que el mundo te ofrece.
—¿Qué fotógrafos lo influyen?
—Soy autodidacta y he bebido de muchos maestros. Me gusta hablar de la profundidad sicológica de Richard Avedon, de la narrativa audaz de Helmut Newton y, fundamentalmente, del «instante decisivo» de Henri Cartier-Bresson. Son faros que han iluminado mi camino y el de generaciones de profesionales del lente.
No busco la foto
—¿Cuánto de búsqueda hay en sus fotos?
—La búsqueda es constante y con los años deja de ser un acto consciente y se convierte en un estado de la percepción; es como si el mundo se desdoblara: ves la realidad y simultáneamente, sus potenciales composiciones y metáforas visuales. No busco la foto, la foto me busca y mi trabajo es tener la sensibilidad preparada para cuando llega.
—¿Cuándo sabe que logrará una buena foto?
—Nunca se sabe con certeza racional. En el instante del disparo hay una intuición visceral, la sensación de que «algo» ha ocurrido, pero la verdadera valoración viene con la distancia. Una buena foto no te grita, te susurra. Y con el tiempo ese susurro se vuelve más potente, revelando nuevos significados.
—En las fotos de modas, ¿ve a la modelo como un maniquí o como un ser humano?
—Es un equilibrio delicado. El maniquí es el vehículo para exhibir el diseño, pero es la conexión humana con la modelo y la confianza que se establece, lo que impone autenticidad y vida a la prenda. Sin la persona, la foto sería fría. Sin el diseño, carecería de propósito. Mi rol es armonizar ambos elementos.
—Háblenos de su experiencia como camarógrafo de la TV y como guionista y director de documentales.
—Fue fundamental mi etapa como camarógrafo y director de fotografía en Mundo Latino, donde, incluso, un documental ganó un premio en París. Fue un quehacer que me enseñó a pensar en secuencias y narrativa y a anticipar la acción. Esa formación enriqueció mi fotografía fija, dándome una comprensión más profunda del movimiento y el ritmo visual, algo que aplico desde el Triatlón de La Habana hasta una sesión de fotos de ballet.
—¿Prefiere el blanco y negro al color?
—Tengo una preferencia personal por el blanco y negro: le quita distracciones al mensaje y te concentra en lo esencial: la textura, la luz, la forma y la emoción desnuda. El color es poderoso y narrativo, pero el blanco y negro es introspectivo y atemporal, habla directamente al alma.
—¿Cuándo da una fotografía por lograda?
—Una fotografía está lograda cuando trasciende su condición de documento y deja de ser mía; cuando el espectador la habita, la interpreta y la hace suya. Cuando la técnica desaparece y solo queda la emoción, y la imagen se convierte en un espejo donde otros pueden verse reflejados. Es el momento en que capturaste un fragmento de verdad y este empieza a respirar por sí solo.
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