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Cubanísimas pasiones

Como la espirituana Lillipsy Hernández Oliva, muchos jóvenes han abrazado en los últimos 11 años la salvaguarda de la cultura nacional desde la instrucción de un arte genuino por nuestra identidad

Autor:

Lisandra Gómez Guerra

SANCTI SPIRITUS.— Los planes de clases resguardados con el mayor de los celos confirman su pasión por enseñar. Los ojos le brillan cuando narra sus primeros encuentros con los niños. Los aplausos y la algarabía de los infantes al cierre del telón son imágenes almacenadas con profunda alegría.

Lillipsy Hernández Oliva es una joven instructora de arte en la especialidad de Teatro que, como muchos jóvenes, ha abrazado durante estos años la salvaguarda de nuestra cultura, con la enseñanza de un arte genuinamente cubano.

A propósito de celebrarse este 20 de octubre, Día de la Cultura Nacional, el aniversario 11 de la creación de la Brigada de Instructores de Arte José Martí, JR dialogó con ella, en un apretado bosquejo por lo que ha hecho, que pudiera tener no pocos puntos en común con lo que han forjado muchos de sus colegas.

Ya poco recuerda Lillipsy de sus primeras aproximaciones al teatro. En Punta de Diamante, su terruño natal, una comunidad rural del municipio espirituano de Cabaiguán, al borde de la Carretera Central, no tenía mucho tiempo para adentrarse en las técnicas del arte de las tablas, y mucho menos un referente que la impulsara.

Pero con la vocación por el magisterio y el amor por el teatro, partió con una maleta cargada de sueños hacia la otrora escuela de instructores de arte Vladislav Volkov, de Sancti Spíritus.

«Decidí estudiar Teatro porque es la manifestación que, en cierta forma, reúne a muchas otras. Además porque potencia habilidades como la creatividad y el trabajo permanente, las cuales contribuyen al desarrollo de la personalidad», explicó quien obtuvo este año el Reconocimiento especial que otorga la Dirección Nacional de la Brigada de Instructores de Arte.

Lilly, como los amigos más cercanos la llaman, comparte una de sus experiencias inolvidables en el escenario comunitario.

«Desde el segundo año de la especialidad, se potenciaban las prácticas, pero no fue hasta el cuarto curso que pude realizar mi sueño. Otro instructor y yo transformamos Jíquima de Alfonso, un poblado en la serranía del Escambray fomentense. Al final realizamos la presentación de los resultados en el círculo social de esa localidad del Plan Turquino, con una gran aceptación de todas las generaciones. Allí experimenté tantas sensaciones con el trabajo de los niños, que no tuve dudas de que había escogido mi verdadera vocación».

—Quien enseña crea su propia guía, ¿cuál es el librito de Lillipsy?

—El primer referente del teatro para los niños es el juego. Ellos, sin saberlo, se apropian de gestos y aptitudes que imitan de los diferentes personajes que rodean su entorno. A nosotros nos toca transformarlos y pulirlos desde la técnica. Pero, sobre todo, dotarlos de buenos hábitos sociales y contribuir a su formación ciudadana, a su formación cívica.

—¿Cómo fue el encuentro de una jovencita adaptada siempre al trabajo con niños de comunidades rurales, al asumir la responsabilidad de dirigir a nivel nacional la Brigada de Instructores de Arte?

—Fue muy difícil llegar a La Habana, no solo por las diferencias entre ambos lugares, sino por estar lejos de la familia. Mis niños del campo eran más dóciles en el sentido de la creación. Para ellos todo era novedoso, pues no tenían referente. Pero en la capital la parada es muy alta.

«Junto a mi trabajo en la Dirección Nacional de la Brigada, laboré en una escuela ubicada en La Habana Vieja. Es una institución con características muy particulares, porque estaba en el centro histórico. Tiene la categoría de referencia y está asociada a la Unesco, por lo que recibía un grupo de visitas importantes, sobre todo, de delegaciones extranjeras.

«Tuve que dedicar tiempo tanto a la Brigada, como a la labor en la escuela. A pesar de todas las jornadas consagradas a la Dirección Nacional, hicimos un proyecto comunitario que se llamaba La marioneta azul, con el objetivo de presentar a la comunidad los resultados de los niños. Mis alumnos de La Habana Vieja siempre estuvieron presentes en él».

—Venezuela, ¿otra prueba de fuego?

—Esa fue una de las experiencias más difíciles en mi vida, pero le debo grandes aprendizajes. Allí hice de todo: colaboradora, trabajé en dos escuelas; a la vez estuve al frente de la brigada en el estado de Miranda, conduje el Destacamento José Martí, fui coordinadora de ocho municipios y también asumí el reto de ser la máxima responsable de la manifestación de Teatro de mi parroquia.

Por la labor desempeñada, Lillipsy Hernández Oliva, junto a otros instructores destacados, cursó un posgrado con el objetivo de prepararse como reserva del Ministerio de Cultura. Por tal motivo, a su regreso a Cuba asumió como directora del Centro Provincial de Superación para la Cultura en Sancti Spíritus, y luego aceptó la responsabilidad de ser subdirectora provincial de Enseñanza Artística.

«Dentro del sectorial de cultura y arte es lo que más tiene que ver conmigo. Provengo de esa enseñanza y, aunque no directamente, sigo en estrecho intercambio con la formación artística de los niños, adolescentes y jóvenes.

«Yo no he abandonado totalmente las aulas, pues me mantengo vinculada al Centro de Superación. Mis planes de clases están guardados para cuando sea necesario».

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