Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¡Corneta, toque usted «Despedida dolorosa»!

Un accidente cerebrovascular le puso fin a la vida física de Frank González, ese querido actor que se encargó de inspirar, durante décadas, nuestro orgullo con esa capacidad suya de recoger en su voz todos los sentimientos, la gracia, la fuerza, la valentía y la determinación de su pueblo

 

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Hasta que hizo su entrada Frank González, las «protestas» no se terminaron. Ni una sola voz había encajado en la que todos imaginaban que debía tener Elpidio Valdés, cuando por fin el inolvidable Juan Padrón y su equipo llegaron a la animación del ingenioso y valiente mambí que nació para ser amado por un país en pleno.

Explicaba el inmenso Juan Padrón que con la historieta pasaba algo muy curioso: cuando se lee, cada cual le va poniendo su propia banda sonora, por eso no se lograba un acuerdo en cuanto al personaje que no demoraría mucho tiempo en convertirse en un muy popular «pillo manigüero». «Entonces me vino a la mente Frank González, a quien había conocido en el Ejército, en la Marina, donde imitábamos voces en diferentes idiomas. Lo llamé, se audicionó y quedó como la voz de Elpidio Valdés», rememoró en una ocasión el Premio Nacional de Cine 2008.

«Luego probamos con Tony González, un sonidista muy bueno que había en el Icaic; con Manuel Marín... La que más nos costó fue María Silvia, que nos obligó a escuchar a varias actrices hasta que dimos con Irela Bravo, quien también le entrega su voz a Eutelia. Pero Frank es un genio...

«No olvido que cuando fuimos a grabar con Tele Madrid la serie Más se perdió en Cuba, donde había seis personajes españoles; pedí dos actores para “matar” el trabajo, pero me dijeron: “No, no, aquí cada actor hace una voz”. “¿Te imaginas? Yo tengo uno en Cuba que hace ocho”, les aseguré. “Pues será millonario, tío”, me dijeron. ¡Millonarios éramos nosotros que contábamos con Frank González, con Manuel Marín...! Ya sabes que en Elpidio Valdés, Frank interpreta a Elpidio, al Coronel Andaluz, el Bobo, Media Cara, al Coronel Cetáceo... Es maravilloso trabajar con actores como esos».

Razón total le asistía al padre de Vampiros en La Habana y Filminuto: con su obra que le valiera, entre otros importantes lauros, el Premio Nacional de la Televisión 2019, Frank González nos legaba una riqueza espiritual enorme, mientras se encargó de inspirar, durante décadas, nuestro orgullo con esa capacidad suya de recoger en su voz todos los sentimientos, la gracia, la fuerza, la valentía, la determinación de su pueblo. Por ello ha sido tan sentida la noticia del pasado viernes de que un accidente cerebrovascular le puso fin a la vida física (ciertamente ya bastante aquejada por cuestiones de salud) de este artista querido que no llegó a completar los 75 años.

Fue justo en el servicio militar y gracias al movimiento de aficionados de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) que Frank descubrió una atracción total por las artes escénicas, por la actuación, y en busca de ese sueño se unió, en 1967, al Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), donde empezó como ambientador y vestuarista.

«Era una época en que había mucha necesidad de figuras jóvenes por el éxodo de artistas, a la vez que habían fallecido otros. Aproveché mucho esa etapa, me utilizaron bastante, y trabajé siempre que pude», contó en una entrevista.

El caso es que a partir de 1969 se le comenzó a ver en la televisión cubana como extra o figurante, en pequeños personajes con pocos parlamentos, aprendiendo para cuando se le diera la primera oportunidad, que tuvo como nombre El gran almirante.

«Se trataba de una serie de aventuras sobre la historia de Cristóbal Colón, que dirigió Eduardo Moya, el mismo que luego me dio la posibilidad de interpretar a un cura guerrillero que pertenecía al Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros, de Uruguay, en la recordada Los comandos del silencio. Ese fue un personaje que caló profundamente en el público, al igual que sucedió con otros títulos como El vizconde de Bragelonne, Los tres mosqueteros, ¡Viva Puerto Rico Libre!, Los mambises, Los pequeños fugitivos...

«Después pude llegar a las telenovelas y a Teatro ICR, que salía los lunes en la noche, y yo feliz porque mi propósito siempre fue convertirme en un actor dramático. De ese entonces recuerdo Por quién doblan las campanas y Las ilusiones perdidas, que resultó un gran reto para mí, pues me tocó sustituir al protagonista de una semana para otra, y estamos hablando de un clásico de la literatura universal, con textos bien complicados, al tiempo que se hacía en vivo, todavía no había video... Pero me atreví y no me salió tan mal».

El séptimo arte también fue testigo de su talento como actor. Ahí están las películas Dolly back, Se permuta, Baraguá, El otro Francisco, En tres y dos, La entrevista... para demostrarlo. No obstante, haberle dado vida y alma para el cine al gran Elpidio Valdés constituyó su realización y alegría mayores. «Ha sido impresionante la incidencia que ha tenido en la población, sobre todo en los niños y los jóvenes, quienes desde el principio lo tomaron como a alguien muy cercano y querido. Cuando Elpidio hablaba, hablaba Cuba. Es el personaje al que más cariño le tengo». 

Para muchos, en el campo del doblaje en Cuba no ha habido otro tan completo, tan versátil, como Frank no solo por convertir en referentes sus interpretaciones no solo de ese universo maravilloso que es Elpidio Valdés, sino además de los más diversos personajes que cobraron luz en cortos y largometrajes de ficción y animación: Vampiros en La Habana, Más vampiros en La Habana, El siglo de las luces, Mascaró, el cazador americano, Plaff o Demasiado miedo a la vida, Un señor muy viejo con unas alas enormes, Gallego, Robinson Crusoe, Más se perdió en Cuba, Mafalda...

«El doblaje, explicaba, se trata de un género que necesita mucha asesoría porque es un tanto especial. No es lo mismo el actor cuando trabaja con su material, que es él mismo, su cuerpo, que cuando tiene que utilizar una voz para incorporar otro personaje, otro ser humano. Esto no se estudia, se forma en la práctica, se da a fuerza de mucho entrenamiento».

Más de una vez se puso en la piel de nuestro Apóstol, otro de los importantes desafíos profesionales que enfrentó a lo largo de su fructífera carrera. Lo mismo para la radio, que para televisión. Imagino a Martí —le comentó en una ocasión a La Jiribilla— como alguien muy sobrio en general, pero también muy rico en matices. Por eso resulta muy difícil de representar. Como era un genio, uno lo ve con unos rasgos muy especiales, aunque en su vida personal posiblemente era una persona normal...

«Se dice que tenía una voz muy agradable, muy central, y que convencía cuando hablaba porque los textos los decía con una interpretación con mucho ritmo, con muchas inflexiones. Por eso es que convencía en sus discursos... Sí, eso fue otro de mis grandes privilegios».

Como ha sido enorme el privilegio de los cubanos de ser testigo de su obra, animada, de inicio a fin, por la pasión, por la entrega, por ese deseo suyo de convencer, de emocionar. Murió Frank González, y los cubanos hemos sentido que se nos va un amigo, un hermano. Alivia la tristeza el convencimiento de que los artistas de verdad se quedan de alguna forma entre nosotros; nos alivia el saber que más pronto de lo que imaginamos, Elpidio emprenderá otra carga al machete y si el Capitán del Eaglese pone a mascullar boberías en inglés, Valdés le mentará «la suya, por si acaso, míster». Y reiremos, pero llevamos cinco días muy tristes. Así que: ¡Corneta, toque usted «Despedida dolorosa»!

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