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La vida en Cintio (II y final)

Vitier descubrió su propio Martí y lo visibilizó para el resto del mundo. El Apóstol fue su guía espiritual, lo más puro del pensamiento

Autor:

Emilio L. Herrera Villa

Cuando debatía sobre José Martí, Cintio Vitier lo hacía con los ojos irisados de color y de vida, móviles y cálidos. Su cuerpo expresaba a la vez la cortesía y la fuerza. La asunción de un ser fascinado por quien abogara por la libertad social y espiritual «con todos y para el bien de todos».

Decir que el Apóstol fue para Cintio un tema de estudio sería una media verdad rancia e insípida. Vitier descubrió su propio Martí y lo visibilizó para el resto del mundo.

Martí fue su guía espiritual. Lo más puro del pensamiento, la figura sincera y unificadora de un proyecto nacional pospuesto. Según sus propias palabras: «Martí es un espíritu de abierta frontalidad, que va derecho al grano, a la cepa, a la sustancia, que busca la coincidencia de su libertad con su destino».

Su pasión por este hombre colosal sacó al héroe de la ruta de los escogidos y los advenedizos. Aquella necesidad de complementar la vida real con la vida soñada lo alcanzó mientras investigó en profundidad la obra martiana.

«José Martí fue una tabla de salvación en el naufragio, un  hogar en medio de la nieve… Veintidós años después (de 1959) Martí sigue siendo para mí, para todos, el maestro del día y también de la noche fecunda de una memoria colectiva que apunta al horizonte», escribió en La realidad y el recuerdo (1981).

En los primeros años de la Revolución Cintio Vitier ingresó como investigador a la Biblioteca Nacional de Cuba. Entre sus muchas funciones en esta institución dirigió y organizó con total fervor la Sala Martí, conformando el Anuario Martiano, a su cargo de 1968 a 1972.

Pero fue en el Centro de Estudios Martianos, a partir de 1977 y durante una década, donde produjo uno de los más grandes aportes de su fecunda existencia a la cultura nacional. Gracias a él tenemos la edición crítica de las Obras Completas de José Martí y la edición crítica de la Poesía Completa de Martí, esta con la ayuda de Fina García Marruz y Emilio de Armas.

Además hizo posible que a las escuelas cubanas llegaran los emblemáticos Cuadernos martianos, con el objetivo de fomentar el ideario de nuestro héroe nacional desde las primeras edades hasta la juventud. «Pienso que con los Cuadernos… basta para conocer a Martí; son tres: para las enseñanzas de primaria, secundaria básica y preuniversitario; ahí está lo fundamental de Martí. Espero que con la ayuda que coloqué en sus manos, puedan completar y consultar otro texto; lo más importante no es acordarse de una fecha, sino interiorizar en la persona de José Martí», explicó.

Desde su visión, Martí encarnó «el mayor aporte de la cultura cubana a la universal»; por ello el memorable poeta tuvo tanto empeño en desentrañar la filosofía martiana, en analizar y divulgar los referentes estéticos, morales y éticos del Apóstol. Esta recurrencia intelectual ocupó toda su vida.

Según la investigadora en Estudios Socioculturales y Doctora en Ciencias Filosóficas Marilys Marrero Fernández, «la materialización del pensamiento martiano no solo se encuentra en sus textos impresos, sino además en su labor de divulgación y de análisis de la obra de José Martí, en las ediciones de las Obras completas; en especial en su edición crítica, en su posición antimperialista; en sus análisis críticos sobre la perfectibilidad de la obra revolucionaria; en su colaboración en la formación de valores de la joven generación y en el fortalecimiento de la identidad nacional, la cual está centrada en la estética de la libertad».

El hombre detrás del poeta

La múltiple existencia de Cintio Vitier gozó de una perspectiva más íntima, familiar y cerrada que aquella inmaculada imagen de sobrio erudito que dictó cátedra sobre temas filosóficos y martianos.

La vida de Cintio Vitier estuvo ligada a la preservación y divulgación de la obra martiana.

Cuando no escribía o examinaba amarillentos legajos, se volvía de carne y hueso, fantasía, gracia y humor. Gustaba del tiempo con amigos, de las tertulias familiares con hijos, nueras y nietos, de la eterna complicidad con su inseparable esposa y confidente, Fina García Marruz.

«En mi época universitaria comencé a leer a mis abuelos, a visitarlos por puro placer, y a deslumbrarme cada vez más con ellos», develó José Adrián Vitier con la alegría del nieto agradecido. «De aquellos encuentros salía siempre energizado, a veces eufórico, y con la clara sensación de que eran ellos, y no yo, los de la generación más joven. Lentamente fui armando el rompecabezas que componían sus obras y sus personalidades. Y llegó un momento en que me dije: “No he visto nunca a otras personas así; si no los conociera, pensaría que no existen”. Siempre recordaré de mi abuelo Cintio su infinita juventud».

Gran apasionado de las artes, tocaba tanto el violín como a la pluma con que escribía sus poesías. En una entrevista se definió como «un músico frustrado», en cambio la vida lo recompensó con dos hijos compositores: José María y Sergio Vitier.

Su marcado sentido del humor era uno de los aspectos más insólitos al conocerlo. Poseía una vis cómica que mezclaba la ironía con cierta teatralidad en su expresión. Esto, por supuesto, sorprendía a quienes no se relacionaban con él. Dado al humor inteligente, en más de una ocasión comentaba que «martirizaba» a los oyentes cuando hablaba y hablaba sobre Martí.

«Siendo niño —recordó José Adrián— fuimos a un restaurante. No recuerdo a cuál; solo que era un sitio elegante. De pronto alguno de nosotros derramó una buena cantidad de salsa sobre el mantel. Luego otro derramó un vaso de agua. Y después otro derramó una copa de jugo, que a su vez volteó otra cosa. Era como un ataque de torpeza contagiosa. En segundos sobre el mantel rojo se formó un caos vergonzoso e injustificable. A mi mamá le entró un acceso de risa incontrolable que nos contagió a todos. A todos menos a mi abuelo, quien contemplaba la escena con melancólica gravedad. Finalmente suspiró, se tapó la cabeza con una servilleta de tela roja, y dijo: “Ahora solo falta hacer astillas la mesa con un hacha, prenderle fuego, y bailar alrededor de ella”».

Sobre su personalidad, José Lezama Lima, uno de los grandes amigos, subrayó: «Cintio ha sido un perenne viajero de la esperanza, un golondrinero estanciado y sedentario que echa a volar pájaros con el dorso púrpura de su lengua. Es el soñador urdiendo en la filigrana, acarreando polen en el entresijo florecido del monte. Su fe no se detiene ni hace caso a los límites, porque es un risueño promisor y una criatura confeccionada de sucesivos candores. Incluso sus bravuras estuvieron siempre untadas del rocío vespertino de quien no guarda rencor ni para las alimañas».

Por ello, al cumplirse el primer centenario de su nacimiento recordaremos con la misma fuerza al filósofo, al poeta, al intelectual, al compilador, al ensayista, al martiano que al católico, al fiel esposo, al padre, al abuelo, al violinista frustrado, al cómico sutil e incomprendido… Es nuestro deber hacia Cintio, al sabio que desglosó la esencia humana como la mejor praxis de estudio. Porque es el todo lo que nos revela al verdadero hombre: igual que un prisma, enseña la dispersión de lo real.

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