Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Esa amable creación forjada en el tiempo

En una fecha memorable como la de este 20 de octubre, JR comparte fragmentos de una conferencia del historiador Eusebio Leal Spengler sobre el Día de la Cultura Cubana, incluida en el libro Patria amada 

 

Autor:

Juventud Rebelde

Causas tenemos los cubanos para hacer memoria y para celebrar el 20 de octubre, porque en una fecha como esa, en admirable conjunción, se unieron la poesía y el sentimiento nacional de rebeldía.

Al término conmemorar —o sea, hacer memoria— habría que agregar otro mucho más férvido: celebrar. El 20 de octubre de 1868, después de una reñida victoria en la valientemente defendida plaza de Bayamo, el fundador de la nación, Carlos Manuel de Céspedes, acudió a las gradas de la iglesia patricia de San Salvador de Bayamo. Y allí su amigo, el general Pedro Figueredo, distribuyó en cientos de octavillas la letra del himno que muchas veces había recompuesto con partes de otros himnos y melodías que recordaba, pues no era músico, y que un coro interpretó y el pueblo coreó.

Su hija Candelaria llevaba el traje blanco con los atributos de Cuba: el gorro frigio y la estrella solitaria. Por eso, se tomó la determinación justa de que el día 20 de octubre se celebre el Día de la Cultura Cubana.

Las preguntas hoy serían: ¿Qué es esa cultura? ¿Puede acaso una nación o un proceso, cualquiera que este sea, prescindir de tal elemento que es como el mar sobre el cual se desliza —precisamente— la conciencia de toda la nación?

La cultura es la amable creación que, a partir de muchas fuentes, se forjó en el tiempo. La cultura no es solamente un legado libresco ni tampoco el conocimiento detallado de mil anécdotas, sino —además— el estado de ánimo en el cual percibimos las muchas señales de nuestra identidad.

(…) Hemos ido evolucionando y cambiando, en la medida que, tomando conciencia de todos estos valores, a partir de determinado momento nos sentimos distintos a España y a cualquier otra raíz o razón de origen. Pero para saber qué significa ser cubano, hay que interpretar los acontecimientos precedentes. No podemos dar coces contra el aguijón ni modificar el pasado, solo explicarlo. Lo único que podemos cambiar, hasta cierto punto, es el futuro.

(…) La historia del mundo era la historia de la sobreposición de las culturas, de la cultura del vencedor, del aplastamiento de unos por otros: era la historia de Roma con Etruria, la historia de los propios romanos en relación con el legado griego, la historia de los aztecas con respecto a los pueblos tributarios, la historia de los mayas en cuanto a otros pueblos pequeños, la historia de los incas en su avance imperial e incontenible hacia el sur y el norte…

Y era también la historia del descubrimiento o del encuentro de las culturas del Nuevo y el Viejo mundos. Ese era el concepto. Y teníamos que partir de ahí y saber que nosotros hoy éramos distintos a todo lo anterior, pero éramos fruto de ello.

Cuando Martí señala: «Éramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño. Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España», lo que expone es el concepto de una realidad, que trata de conformar culturalmente, al darse cuenta de que la cultura era lo decisivo y determinante en su propio proyecto político.

De ahí que no podemos empezar el análisis de la cultura o de la historia con denostaciones. Marx dio la fórmula para poder entenderlo cuando expresó que se debe partir de lo general hacia lo particular y viceversa. De lo contrario, sería imposible. Si no situamos las cosas en tiempo y espacio, no entenderemos absolutamente nada de nada.

Tratando de explicar esa dialéctica, cierta vez Fidel resolvió de manera magistral el tema de la diversidad o de la diferencia comprensible entre los revolucionarios de ayer y de hoy: «Nosotros entonces habríamos sido como ellos, ellos hoy serían como nosotros». Y ahí mismo puso freno a las especulaciones de laboratorio que tratan de hallar o de explicarse los conceptos de ayer con criterios actuales.

La cultura, ante todo, es el dominio de tales instrumentos. Hay quien siente la música, pero no puede crearla. Hay quien quiere explicar la poesía, sin saber que lo esencial es sentirla, porque la poesía no tiene explicaciones.

Una vez vino a preguntarme sobre las razones de lo que él consideraba una superchería: la ceremonia de darle tres vueltas a la ceiba de El Templete. Al contestarle, le expresé que existían motivaciones infinitas, porque hay mucho de misterio en esa costumbre; se podía —incluso— poner como fondo musical ese maravilloso poema cantado por Teresita Fernández, una de cuyas estrofas reza: «Dame la mano y danzaremos, dame la mano y me amarás…».

Esa podría ser una definición; o sea, tratamos de darle la mano al tiempo perdido. Y así habría que preguntarse por qué se echan tres monedas al agua en la Fontana di Trevi, en Roma, o por qué tal cosa, esto o aquello… y mil leyendas más.

Todo no puede ser analizado racionalmente. Tenemos que dejar un espacio necesario a la poesía. Es más, no se pueden dar determinadas batallas sin ella, pues serían técnicamente imposibles. Y lo mismo sucede cuando tratamos de explicarnos muchos grandes e importantes acontecimientos de la historia.

Los cubanos somos como somos. Y ese concepto de Martí está expresado en sus Versos Libres. «Estos son mis versos. Son como son. A nadie los pedí prestados». Y eso podríamos aplicarlo a nuestra cultura.

Actualmente, se enseña poco de la historia de América Latina. Hoy, ante ciertos procesos, es indispensable y necesario conocer la historia, porque únicamente ella logra explicar lo que está pasando.

(…) Ni en las armas ni en la apología estará —en última instancia— la defensa de la nación cubana, sino que será nuestra cultura la que resistirá ese debate futuro, sin dudas el más fuerte, cuando para las futuras generaciones vayan quedando atrás, como cosa remota, las grandes glorias que esta generación y las que le antecedieron realizaron: los heroísmos, los sacrificios, las tristezas, los infortunios…

(…) Es indispensable consagrarse al saber. Para poder defender hoy nuestra patria, y para poder consolidarla y engrandecerla, son indispensables múltiples saberes. Es necesario inclinarnos con paciencia para estudiar y organizarnos. Nunca es tarde. Siempre es pronto.

En la necesaria y continua renovación de nuestra vida y de nuestras costumbres, seamos capaces de tomar del tiempo precedente aquello que sea útil y bueno. Seamos capaces de rendir homenaje y dar tributo a todo aquel que contribuyó.

(…) Algunos equivocados han pretendido buscar las razones para el levantamiento de Céspedes en La Demajagua en su origen burgués, o en que sus negocios estaban quebrados. En el gran discurso de Fidel, el 10 de octubre de 1968, está explícita la respuesta a estos planteamientos. Se equivocan, por ejemplo, los que consideran que el origen de clases —solo y absoluto— es el que determina la filiación política de los hombres. No, pues la verdadera evolución, la que sorprende y conmueve, es la de las conciencias humanas.

(…) Lo importante no es dónde se nace sino cómo se piensa. Lo importante no es lo que se dice, sino cómo se vive. Lo importante es vivir.

 

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