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GPS

Los taxistas cuscatlecos, en su gran mayoría gente amable y conversadora, son personajes muy pintorescos que convierten cada traslado en una aventura

Autor:

Enio Echezábal Acosta

La cantidad de taxis que rueda por San Salvador es casi equivalente a las personas que viven en esta ciudad, que además de ser la capital es la más poblada del país, con alrededor de dos millones de personas.

Para la prensa es habitual usar los servicios de estos choferes para moverse a las instalaciones deportivas, un fenómeno que a veces puede parecerse a los filmes de «Rápido y Furioso» debido a la cantidad de competencias que coinciden y por tanto obligan a los reporteros y fotógrafos a desplazarse en tiempo récord de un sitio a otro.

Los taxistas cuscatlecos, en su gran mayoría gente amable y conversadora, son personajes muy pintorescos que convierten cada traslado en una aventura. Con ellos uno se entera de la actualidad noticiosa local, de los sitios que debería visitar antes de irse, de las costumbres domésticas e incluso, algunos resultados deportivos, si se tiene la suerte de coincidir con un aficionado de este mundo. El único problema de estos señores es la orientación.

Se los explico en detalle: el ciento por ciento de los porteadores privados de la urbe usan el sistema de posicionamiento global, conocido en todo el mundo por las siglas inglesas GPS. Usted le pide adónde quiere ir y ellos inmediatamente buscan su localización en el mapa para saber qué ruta tomar hacia allí. En principio parece un método efectivo, como tantos que cuentan con el apoyo de la tecnología. Sin embargo, también es motivo de más enredos de lo normal.

Por ejemplo: puede pasar que el programa elija un camino más corto en términos de distancia, pero que por culpa del tráfico resulte siendo más largo que la odisea de Ulises camino a Ítaca. Así todo, este no es el peor de los ejemplos.

Uno de los momentos más surrealistas que se encuentra el visitante es cuando existen varios lugares con nombres parecidos en la base de datos del GPS. Entonces, uno elige aquel que tiene un nombre lo más cercano posible al destino ideal, y se encomienda a la experiencia del conductor como plan B, pero resulta que, a pesar de tratarse de un sitio bastante más pequeño que La Habana, por citar un ejemplo conocido, muchos de los señores que van detrás del volante han creado total dependencia del mapa electrónico.

Afortunadamente, aún queda gente a la que le funciona el GPS «natural» en San Salvador. La amabilidad de esa suerte de cartógrafos de la calle es lo que salva a uno de llegar tarde al escenario en donde se definirá una medalla. Al final, preguntando sigue siendo la mejor forma de llegar a Roma.

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