Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Los sueños no creen en un adiós

Pocas cosas se comparan con representar a tu país, a tu generación e ideas en un evento tan grande. Al final el único sueño verdadero que se acumula en esas jornadas es, tal vez, el de las sinceras aspiraciones

Autor:

Raciel Guanche Ledesma

De camino a la amada Cuba, aún en el avión, escribo estas líneas entre el insomnio permanente que acentúan las diferencias de husos horarios, y la intranquilidad que me causa siempre montar este «monstruo bólido de acero con alas».

La mayoría del grupo de muchachos que viaja ahora junto a mí, duerme en el avión. Esperan que los instantes pasen rápido, y el sueño sea, por tanto, su mejor aliado. Durante el Festival Mundial de la Juventud, en Sochi, apenas tuvieron tiempo de «pegar ojo». Cada instante se vivió con intensidad desde que las frías temperaturas al sur de Rusia golpearon con fuerza la piel caribeña.

La aventura de asistir a este tipo de eventos significa, sin dudas, arriesgar hasta las horas de descanso a cambio de esas experiencias que quedan ancladas en los recuerdos, en la amistad sin fronteras y la empatía. Dormir no estaba subvalorado en Sochi, pero era necesaria también la expectación y el protagonismo sano.

Pocas cosas se comparan con representar a tu país, a tu generación e ideas en un evento tan grande. Al final el único sueño verdadero que se acumula en esas jornadas es, tal vez, el de las sinceras aspiraciones. Pienso ahora en los anhelos que los cubanos llevamos a Sochi permeados en una coraza retadora, desafiante, y en aquellos que se fueron incorporando con el paso de los días.

Recuerdo que antes de partir de La Habana en una intensa travesía aérea de 32 horas, varios de los delegados comentaban sus aspiraciones en la ciudad rusa bañada por el mar Negro. Justo cuando cerró el encuentro confesaron que «todas las expectativas se cumplieron y, para algunos, fueron superadas».

En mi caso, siento al Festival como un primer gran reto profesional que penetró también el insomnio para colarse luego, con ocho horas de diferencia, al igual que las letras de otro colega, en las páginas de este diario, porque nos asistía la razón de contar las verdades que Cuba y sus jóvenes defendieron en esta cita.

Cuando termino estos breves párrafos, resta apenas una hora para aterrizar en la patria. El Caribe asoma así más deseado, mientras desciende el avión y las caras soñolientas se avispan de un golpe. Atrás han quedado cruzados el Atlántico y cerca de 11 000 kilómetros de trayecto. Atrás queda, sobre todo, una aventura de hermandad sincera que llamó a los jóvenes a la felicidad y a soñar despiertos, con acción, ese futuro prometedor que merecemos.

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