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Un Óscar contra el genocidio israelí en Gaza

El cineasta judío británico Jonathan Glazer denunció la guerra de Israel en la Franja de Gaza durante su discurso en la 96ta. edición de los premios Óscar,

Autor:

Leonel Nodal

Era lo que le faltaba a Benjamín Netanyahu, tal vez el tiro de gracia a su permanencia al frente del Gobierno israelí. Nada menos que ver transformada la entrega de los famosos premios Óscar —la noche del domingo— en escenario de condena a su guerra genocida en Gaza. Una derrota de repercusión mediática mundial para su anunciada ofensiva con la pretensión de liquidar al Movimiento de Resistencia Palestina Hamás. Una carnicería de más de 31 000 muertos y 73 000 heridos, de ellos las  dos terceras partes mujeres y niños, seres humanos inocentes. Exactamente 31 112 asesinatos y 
72 760 heridos y mutilados.

Hay que imaginar cuán hondo ha calado el sentimiento de vergüenza en una buena parte de la población judía dentro y fuera de Israel para que ocurra un acto de condena tan severo que toca directamente al sentimiento de dignidad y amor propio.

El cineasta judío británico Jonathan Glazer denunció la guerra de Israel en la Franja de Gaza durante su discurso en la 96ta. edición de los premios Óscar, después de que su filme La zona de interés fuera galardonado como la mejor película internacional en la gala celebrada este domingo en Los Ángeles.

«Nuestra película muestra adónde conduce la deshumanización en su peor momento. Ha dado forma a todo nuestro pasado y presente», explicó el director y guionista del filme, rodado en el Reino Unido.

«Ahora mismo estamos aquí como hombres que cuestionan su judaísmo y el holocausto, secuestrados por una ocupación que ha llevado conflicto a tantas personas inocentes», añadió en referencia a las acciones de Tel Aviv en Palestina y hablando en su nombre y en el del productor de la cinta, James Wilson, también judío.

Algo así, nada menos que en la víspera del primer día del Ramadán, la celebración religiosa islámica más sagrada, nadie lo podía imaginar.

Se trata del mes del ayuno y purificación espiritual, en el que los musulmanes se proponen establecer relaciones más sólidas con Alá y lo hacen rezando y recitando el Corán, una festividad que conmemora la primera revelación del Corán a Mahoma, uno de los cinco pilares del Islam.  Esta celebración en Jerusalén, en torno a la mezquita de Al Aqsa, reúne desde hace siglos a millones de feligreses palestinos, lo que este año se viene aguardando con más expectación que nunca, dada la situación de guerra y represión israelí que se registra en Palestina y el temor a una expansión del conflicto.

Ha sido un fin de semana realmente adverso para Netanyahu y el régimen del apartheid sionista que encabeza, ya que desde la noche del sábado el presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, también le asestó una estocada descalificadora, que en segundos dio la vuelta al mundo, en una frase lapidaria, que bien pudiera quedar inscrita en su sepultura política.

«En mi opinión —dijo Biden respecto a la gestión de Netanyahu— está perjudicando a Israel más que ayudando a Israel». Es fácil imaginar el peso de semejante disparo político.

El jefe de la Casa Blanca, principal socio protector y proveedor de armas del Estado sionista, sorprendió al entrevistador de la cadena  MSNBC, al subrayar que el premier israelí está «dañando a Israel» al no hacer más para evitar las muertes en Gaza.

Netanyahu, dijo, «tiene derecho a defender a Israel, derecho a perseguir a Hamás», pero matizó que «debe prestar más atención a las vidas inocentes que se pierden, como consecuencia de las acciones tomadas».

En realidad se trata de un cambio de retórica que esconde una maniobra para distanciarse del negativo efecto que está teniendo en las filas electorales del Partido Demócrata la despiadada matanza de civiles en Gaza, con las armas y pertrechos estadounidenses. Ya en días recientes una encuesta reveló que 60 por ciento de electores demócratas desaprueban la conducción israelí de la guerra en Gaza.

Biden incluso cambió el discurso acerca de las negociaciones con Hamás para obtener la libertad de prisioneros israelíes en su poder, incluidos varios ciudadanos estadounidenses, y en lugar de hablar de una «tregua humanitaria» ahora pide un «cese del fuego» de seis semanas, que permita el intercambio de cautivos de ambas partes y abra espacio para un diálogo sobre el día después del final de la guerra, a la que quiere dar término por sus propios intereses reeleccionistas. Un final de película de muy mal gusto para Netanyahu, a todas luces un incómodo aliado, que requiere relevo.

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