La exclusión espuria de Cuba, Venezuela y Nicaragua de la 10ma. Cumbre de las Américas ha generado honda indignación en la opinión pública internacional. Autor: @codepink/X Publicado: 18/10/2025 | 10:55 pm
Es un triste retroceso que los avances conseguidos por nuestro continente para fungir como el ente americano que es, se sigan yendo a pique en un foro que nació en el norte para engullir a los vecinos del sur y, no obstante, dio muestras de coherencia 20 años después, cuando por primera vez sentó a todos, los iguales y los diferentes, alrededor de una mesa común.
Fundada en 1994 durante el mandato del expresidente estadounidense Bill Clinton, la denominada Cumbre de las Américas nació mutilada en Miami.
Ahora vuelve a estarlo.
La ausencia de Cuba desde sus inicios marcó el derrotero ideologizado y por tanto excluyente, de una instancia que vuelve a exhibir la estrategia panamericanista y monroísta que proclama «América para americanos» en alusión a Estados Unidos como dueño, y ha pretendido confirmar su dominio sobre nuestra región.
Tres años antes de nacer ese espacio, el surgimiento de las Cumbres Iberoamericanas había juntado a todos los países latinoamericanos y caribeños de habla hispana y portuguesa, de modo inédito, sin su presencia dominante.
Aunque los de acá iban acompañados por España y Portugal, aquella instancia fue un primer paso valiente y unitario de nuestras naciones, y constituyó un desafío para EE. UU., que entonces convocó a acudir a Miami con un engañoso proyecto «integrador»: la mal llamada Área de Libre Comercio de las Américas, el ALCA.
La batalla contra su imposición unió a los pueblos latinoamericanos y los Gobiernos progresistas, y condujo a su derrota en la edición de Mar del Plata de la propia Cumbre de las Américas, en 2005.
Ese fue el anuncio de los pasos que sobrevendrían, impulsados por ejecutivos que significaron un cambio en la correlación de fuerzas en nuestro entorno geográfico.
La expulsión de Cuba desde 1962 de la cuestionada e ineficaz Organización de Estados Americanos (OEA) —otro instrumento estadounidense—lejos de ser una excusa para que Washington mantuviera a la Isla en el ostracismo al que no la pudo condenar, era y es una vergüenza para la cual varios mandatarios pidieron reparación en la cita americana de 2009, en Trinidad y Tobago.
Dos cumbres adelante, en 2015 —la reunión tiene un carácter trienal—, la participación en la Cumbre de Panamá, con la presencia del entonces Presidente cubano, General de Ejército Raúl Castro Ruz, hizo a la Mayor de las Antillas portavoz de sus verdades y de la región frente al afán de dominio imperialista, y marcó un parteaguas que dejaba pensar, finalmente, en un entorno americano donde cupiéramos todos, y para todos.
Reconocer que Cuba —símbolo de resistencia frente al dominio imperial— es parte indisoluble e infaltable del continente fue un acto de justicia y reconocimiento a la realidad, y un paso que se esperaba abriera vía hacia la convivencia pacífica y la colaboración real, con respeto a las diferencias, entre sus países.
Pero aceptar la asistencia cubana fue, también, una actitud inteligente de Washington. La Casa Blanca, ocupada entonces por la administración de Barack Obama, no podía oponerse. Hacerlo habría terminado por aislar a los mismos Estados Unidos.
Para entonces, la conformación de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) ya había evidenciado que la región estaba dispuesta a andar sin amarras, por sus propios pies.
Aquella actitud de EE. UU., sin embargo, fue revocada bajo el mandato de Joseph Biden en el encuentro de 2022, cuando además de Cuba también fueron excluidas Nicaragua y Venezuela, y pretende volver a reiterarse ahora, en el segundo período de gestión de Donald Trump.
A República Dominicana, sede de la 10ma. Cumbre prevista para los días 4 y 5 de diciembre de 2025, Washington le ha impuesto volver a cercenarnos.
Tal decisión contradice los pronunciamientos de la cita conmemorativa del aniversario 30 de las cumbres, celebrada precisamente en República Dominicana en diciembre pasado, donde se proclamó la necesidad de que todos los países del hemisferio acudieran a esta cita presidencial, y tuvieran la oportunidad de dialogar, con respeto a las diferencias.
Ello añade el sabor a falso que tiene pretender una Cumbre represente al continente americano, con esas tres notables ausencias.
Una farsa que se derrumba
La reiteración del carácter ilegítimo de un foro que se desautoriza cuando irrespeta a sus miembros naturales y a otros los desconoce, ocurre en medio de una agresiva oleada militarista de la administración Trump que ratifica su prepotencia y anhelos hegemónicos, y es respaldada por estas posiciones.
Ese reverdecer agresivo se achaca al secretario de Estado, Marco Rubio, cuyo compromiso con los grupos antivenezolanos y anticubanos en Florida es notorio.
Él se empeña en divulgar el liderazgo de esas posiciones de las cuales se ufana, con lo que hace un flaco favor a la credibilidad y el «éxito diplomático» del mandatario cuya política exterior, se supone, representa.
Cada vez más, la agenda «chica» de Marco Rubio echa tierra a los propósitos de un Presidente que ansía retomar el control y la influencia en América Latina así como pretende erigirse en «pacificador» de conflictos creados en otros lares, precisamente, con la injerencia de su país.
En lo relativo a las Américas, ese derrotero se hace añicos con la política de las amenazas y las supresiones. Si quieren ser efectivas y creíbles para mantener la región a su recaudo, las cumbres creadas por Washington no pueden imponer de una manera tan burda sus ilegítimas condiciones.
La escasa resistencia de la anfitriona República Dominicana a la presión ofrece una lectura incierta de subordinación a Washington que, de ningún modo, abrazan la mayoría de los ejecutivos vecinos.
Desde ahora, los presidentes de México y Colombia, Claudia Sheinbaum y Gustavo Petro, respectivamente, han advertido que no asistirán a la cita debido a la ausencia de Cuba, Nicaragua y Venezuela.
El falso convite estadounidense a la «integración» americana, otra vez se ilegitima y desmoraliza.