Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Palos a ciegas

Autor:

Luis Sexto

VIENDO la vida pasar —metido yo dentro de ella— a veces me pregunto si no estamos acometiendo la solución de nuestros problemas como si intentáramos, en una fiesta de cumpleaños, ponerle el rabo al burro: con los ojos vendados. Una vez, quizá tres o cuatro años atrás, usé la misma imagen, bien me acuerdo. Cuando eso ocurre, es decir, cuando me doy cuenta de que me voy a repetir, rectifico. Ahora, sin embargo, la dejo permanecer. Las circunstancias de aquel día siguen vigentes...

Preferiría, desde luego, repetir mi metáfora como signo de indolencia estilística, a tener que constatar que los hechos que la inspiraron continúan distorsionando nuestra existencia social. Me explico. Quiero decir que algunas de las decisiones destinadas a resolver déficit, carencias, derroches, se aplican uniformemente en cada espacio y a cada persona o familia.

¿Cómo quedo yo? Esa es una pregunta frecuente. Cartas y mensajes electrónicos la trasladan a los periódicos y radioemisoras. ¿Cómo quedo yo si en casa somos dos núcleos y solo nos han facilitado una olla? ¿Cómo quedo yo si me han asignado materiales para construir mi casa por esfuerzo propio y no tengo dinero para pagar a los albañiles; si yo soy minusválido como resultado de un accidente y no puedo trabajar?

No hace mucho, conversando en una provincia con un funcionario del Poder Popular, me contó que habían descubierto que ciertas familias vendían los materiales del piso de la casa en construcción. Los compraban a precios módicos, en pesos ordinarios, y los vendían en CUC en una cifra muy superior. Preguntaron por qué lo hacían y respondieron que para poder pagar el costo del inmueble. Algo así como sacrificar un brazo para salvar el resto del cuerpo.

El hecho podría juzgarse de distinta manera. Algunos, con los conceptos de la legalidad y la moral alumbrándoles las pupilas, podrían tildar de estafadores, malagradecidos, etcétera, a cuantos así obran. Otros, los que enjuician los desa-

ciertos sociales desde una ubicación dialéctica, política, tratarían de encontrar la realidad que subyace debajo de ese proceder, antes de estimar que «todo el mundo es ladrón o malagradecido».

Es decir, parece que no todo el mundo «está lleno de dinero» como se suele estimar. Cada familia y cada individuo presentan situaciones que no caben en el campo visual de criterios generalizadores. Hace cinco o seis años, Fidel alertó acerca de la injusticia que promueve esa tendencia a globalizar la vida mediante las estadísticas. Si el 99 por ciento de las personas tienen sus problemas resueltos, el problema general no estará resuelto hasta tanto el que falta para el ciento por ciento sea colocado en el grupo de los más. Me parece tan claro el espíritu con que la doctrina de la Revolución intenta erradicar las carencias acumuladas en el período especial...

No tan claro se aprecia, en cambio, la distorsión local. Parece que en vez del camino largo y complicado, pero recto, se improvisan trillos que acortan la distancia, pero echan a un lado numerosas estaciones principales. Trabajar por el pueblo, por las masas, suena hermoso, justo, ideal. Mas habrá que tener en cuenta que pueblo y masa están compuestos de nombres y apellidos distintos y que el conjunto cobra realidad cuando uno empieza a distinguir las caras.

Si uno actúa a ciegas, como en el cumpleaños infantil, nunca le pondrá la cola al burro de cartón. Y repito la imagen, porque sigue siendo exacta. Lamentablemente.

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