Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Las razones de lo razonable

Autor:

Luis Sexto
Hemos dicho que además de la flexibilidad necesitamos poner la racionalidad entre los moduladores de nuestro proceder social y político. Parece claro que una y otra se relacionan: lo flexible puede ser racional. Lo que no resulta razonable es la rigidez: el permanecer tieso, inmóvil aunque nos toquen a la puerta, o mantener recto el timón a pesar de que la carretera indica la proximidad de una curva.

Qué es lo que podría resultar irracional en nuestra sociedad. No quiero, desde luego, insultar a nadie. Cuando digo irracional tengo presente que a veces no nos percatamos de las contradicciones que algunos de nuestros actos generan, o insistimos en esquemas cuya inefectividad ha sido probada por aplicaciones anteriores.

Podíamos citar varios ejemplos de absurdos. Gustarán a lectores que exigen de esta columna la denuncia de los sinsabores habituales. Les digo, sin embargo, que lean a la vecina sección de Acuse de recibo: es una lección cotidiana de cuanto no se debe hacer. Prefiero referirme hoy solo a dos aspectos menos anecdóticos.

A mi modo de ver, seguimos insistiendo en un concepto restrictivo del ahorro y por ello pensamos que recortando las asignaciones ya empezamos a ahorrar. Pero la restricción daña la finalidad del trabajo. Y si el ahorro no se convierte en una categoría estructural, cualitativamente ligada a la eficiencia, aunque recortemos el volumen puede uno continuar derrochando en lo menos, en lo poco. Se gastará, por ejemplo, menos combustible, pero con el que hay tal vez continuemos organizando el transporte de una empresa de modo que se prioricen los vehículos que no inciden directamente en el objeto básico del centro, o sigamos abasteciendo a los más consumidores, es decir, a los que recorren cinco kilómetros por litro. Convengamos también en que a veces «ahorramos» el mantenimiento y despilfarramos el combustible o la energía que emplea una maquinaria ineficiente.

Podría añadir que la racionalidad choca con pareceres que exaltan el control al trono del supercontrol. Y con el control —como dije hace unas semanas— llega la doctrina de la sanción. Con lo dicho no me opongo a la operación de controlar —racionalmente necesaria—; no estoy, en cambio, a favor de que le concedamos el privilegio de impedir, como magia todopoderosa, cuanta violación afecta el orden en las diversas esferas de la sociedad.

Che Guevara habló de la disciplina consciente. Y considerando las especificaciones de la naturaleza humana, el hombre o la mujer no logran el autocontrol —la conciencia de la necesidad del control— solo con medidas coercitivas. Es preferible hablar y actuar en positivo: hablar de estímulos y no de castigos. Si no trabajas bien, no te sancionaré, sino tú mismo te castigarás, porque «vivirás peor» que el que trabaja mejor, pues la organización laboral y salarial tendrá en cuenta las diferencias. Ese enfoque quizá sea racionalmente superior a la relación entre la indisciplina y la sanción, aparentemente justa, pero antidialéctica cuando se aplica a la solución de problemas sociales o económicos.

Estas ideas las pulsamos en nuestra vida cotidiana convertidas en líneas y «políticas». Y notamos que persisten y las cosas no avanzan o avanzan demasiado despacio. Porque, resumiendo, el control como manifestación coercitiva y el ahorro en su apropiación restrictiva solo sirven para mantener «lo que está», nunca para superarlo y superándolo mejorar también a las personas.

No quisiera aparentar ser más agudo, más inteligente que algunos de mis conciudadanos, pero la racionalidad tiene que revelarnos, en un proceso reflexivo constante y consecuente, las contradicciones de nuestras fórmulas y acciones. Esa es, según mi experiencia, la esencial virtud de la cultura y de la política: asociar los fenómenos y determinar sus incongruencias.

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