Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Los detalles, ah, los detalles

Autor:

Luis Sexto

El apego al facilismo o a las conveniencias personales nos han habituado a mirar solo el bulto, el molote, las equivalencias en volumen más que en calidad. Metamos la mano en nuestra conducta común para percatarnos de que poseemos «el poder» de echar a perder lo más útil y exactamente construido o concebido. Y digo echar a perder, pero ese término tan absoluto significa también retrasar, distorsionar, desanimar, restringir, porque esquivamos un detalle básico o le incorporamos uno o más de nuestro patio o inspiración.

La atención a los detalles, o a ciertos detalles, nunca será suficiente porque su relevancia podría exigir tanta que nunca alcanzará para satisfacerlos. Y juicio tan definitivo es solo una afirmación de índole filosófica o psicológica para encarecer el papel del detalle. Porque a esta categoría cotidiana habrá que mantenerla bajo observación, calibrándole la naturaleza para precisar cuándo es solo un detallito, la huella de una mosca que tapa la corbata, o es el desgarrón que ni el saco logra cubrir.

Por otro lado, y ello me parece lo primordial, uno no sabe a veces si la desatención a los detalles por más o por menos es una natural incapacidad humana, o es en cambio una actitud, un vivir superficial de modo que nunca veamos el fondo. Sabemos que el ser humano es una mezcla de positivo y negativo, y a las insuficiencias de la inteligencia, se les puede adjuntar la anemia en los valores éticos. Y quizá resulte deshonroso o inefectivo, por tanto, darles aire a ambiciones o a encomiendas que el sujeto no pueda alcanzar con las capacidades propias.

Ahora podemos entrar en el espacio práctico. Porque, en ocasiones, uno aprecia que quien ha de tener la capacidad para atender a los detalles en determinada posición, no se demuestra precisamente como el más apto, sea por insuficiencia intelectiva o por deficiencia ética. Vamos, caigamos en la cuenta de que el detalle en la selección de las personas que habrán de atender a los detalles de la vida social, económica y política, merece un juicio demorado, hondo. Fijémonos en que la improvisación se reduce, la mayoría de las veces, a la falta de rigor al decidir sobre el conjunto sin prever las consecuencias, sin atender lo que una vez un periodista de Bohemia llamó la cultura del detalle, detalle a su vez de la cultura general, cuya extensión tanto nos enorgullece, y que ha de empezar, en lo más característico, por saber valorar y respetar lo singular dentro de la sociedad.

La cultura del detalle, pues, repara en lo que parece pequeño para medirle la verdadera dimensión, y facilita fijarnos, por ejemplo, en que existe una contradicción entre nuestro sistema de salud y el hecho cotidiano de que en carnicerías o en tarimas de los mercados agropecuarios corten y despachen el jamón con la misma mano que se contamina al tomar el billete del pago. Qué bobería, ¿verdad? Esa sería la reacción del que no aprecia las inconsecuencias. ¿Habremos averiguado cuántos pacientes llegan a los centros asistenciales por esa minúscula falta de higiene?

Y es solo una referencia, mínima, en efecto, para recordar que ninguna acción humana queda sin generar o condicionar otras acciones. Por tanto, el descuido de un detalle —la gotera en el techo o la respuesta tardía a la duda o malestar de un ciudadano—, prepara la arrancada para que otros detalles, concatenados, empiecen a desvirtuarse. Y si la desatención a lo pequeño estropea las relaciones en centros de trabajo, o quiebra un matrimonio, o convierte a amigos en enemigos, qué no ocurrirá cuando nos acerquemos a las esferas decisivas.

Tengo en cuenta, sin embargo, que algunos de nosotros hemos pasado por alto este o aquel detalle con justificaciones tan manidas como «no se puede» «no hay recursos», «más adelante». ¿Negaremos acaso que las carencias financieras, los límites productivos existen? Aludo a que antes y también ahora, han abundado comodines para dejar de hacer o actuar. La inhabilidad resulta, circunstancialmente, hábil para enmascararse y pasar por auténtico lo falso, o por verdadero lo fingido.

Y estas certezas, que la impunidad suele confirmar, nos han de obligar a pensar que cuando las decisiones son correctas y se frustran, sucede así por haber errado aquellos para quienes insistir en un detalle de más o de menos, significa una nadería hasta en el rasero con que ellos mismos fueron medidos para estar ahí, equivocándose.

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