Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Silvio y la melodía de un país

Autor:

Liudmila Peña Herrera

«Bienvenido a Tulipán, Silvio», voceó un hombre a la derecha del escenario. Otro, metido en el centro mismo del tumulto cantor, con camiseta blanca desgastada que dejaba entrever un gran tatuaje en el centro del pecho, decía a todo el que le quisiera escuchar: «Esto es lo que le hacía falta a la gente del Cerro».

Un poco más a la derecha, un bebecito extranjero era iniciado por sus padres «silviófilos» en esa suerte de abrazo multitudinario en el que se han convertido los conciertos del trovador por los barrios de Cuba.

Un negro robusto y enternecido con Ojalá, nos mira y pregunta: «¿Cantó el Unicornio?» Y otra fanática de al lado le dice que no, y sigue cantando. El hombre nos vuelve a mirar, como buscando compañía; mira después hacia los artistas y dispara su piropo: «¡Silvio, la poesía hecha canción!».

El gordo de la camiseta traslúcida está extasiado y choca los puños con el socio de al lado, de camiseta negra igual de gastada. Hacen la fiesta de la trova ellos solos. Están, en el parque de Tulipán, en casa. Como Silvio en el Cerro, según él mismo dijo desde el escenario.

Llueven los fotógrafos -profesionales, asalariados y también aficionados autodidactas-. Nosotros, entre ellos. Silvio re-canta las canciones que él llama, seria y jocosamente a la vez, «estrenos mundiales».

Canta y rejuvenece; o renace, no sé bien. Pasa el ángel y no se hace el silencio, porque la gente tararea aunque no le cojan «la vuelta» a las versiones de un Silvio que parece un símbolo vivo en medio de contextos a los que la gente llama «coyunturales», y cuando dice «yo me muero como viví» o «yo quiero ser a la zurda más que diestro» (que no quepa dudas de su destreza) o «debo dejar la casa y el sillón», siento que Silvio está diciendo mucho más que lo que un día movilizó a su musa y a sus cuerdas. Siento que nos susurra en los oídos una fe y un amor envueltos en melodía.

Nosotros estamos de aniversario y eso es algo que sólo a nosotros importa, por supuesto, pero lo que Silvio Rodríguez no sabe es que mientras él canta y el gordo de al lado nuestro lanza un «ojalá llegue el petróleo», entre bromeando y en serio, hay tanta gente entregando su corazón en ese parque del Cerro, tanta gente soñando, rememorando, disfrutando el momento de esa felicidad inigualable, que si les preguntaran en ese preciso momento cómo definirían al país, de seguro -estoy convencida-, lo harían con una canción.

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