Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El poder final

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

En uno de los momentos más íntimos y conmovedores de sus Memorias de la guerra, el general Enrique Loynaz del Castillo, recordaba aquellos días de la gesta de 1895 en los cuales los mambises votaron por la Constitución de la República de Cuba en Armas.

Contaba el anciano general, padre de la gran poetisa Dulce María Loynaz, que los votantes venían de todos los rincones de la manigua insurrecta, incluso de los lugares más recónditos y apartados —ciénagas o selvas profundas con cuevas casi desconocidas—, a donde las tropas coloniales no se adentraban por lo inhóspito de los parajes.

Venían también de las últimas batallas, con el cuerpo vendado a causa de las heridas donde se notaba la sangre fresca en los vendajes.

Llegaba, la inmensa mayoría, conscientes de ser analfabetos o poseedores de escasa instrucción, pero iban al voto; vestidos con pobreza, con el cuerpo aguijoneado por el hambre y el dolor por la pérdida de seres queridos.

Era una muchedumbre sufrida. Sin embargo, en aquel ejército de hombres y mujeres de todas las edades y razas, que de lejos podían parecer fantasmas por las privaciones vividas en medio de los peligros más grandes, se sentía un «algo» que los distinguía y ese algo era, tenía que ser, el orgullo de sentirse ciudadanos y ciudadanas de una República propia y que, como tal, iban a emitir su voto.

En circunstancias y épocas distintas, aunque de igual trascendencia para la historia patria, se acaba de aprobar el Código de las Familias.

Lo que antes era un anhelo para algunos, un sueño quizá remoto, ahora es una realidad tangible convertida en ley no solo por la Asamblea Nacional, sino por el pueblo en el cual el Parlamento delegó la decisión última de aprobar o no el documento.

De los peligros y vicisitudes de la guerra en el ayer independentista, se pasó a vivir las fuertes y amargas carencias de hoy en medio de apagones tortuosos, el bloqueo norteamericano y tensiones financieras, que buscan doblegar la voluntad de muchos.

Aquellas legislaciones mambisas se aprobaron bajo el peligro de las balas y el sable. Las actuales, en especial este Código, se respaldó bajo una verdadera guerra informativa destinada a confundir y dividir.

Y, aún así, el Código se aprobó en una votación contundente.

De acuerdo con datos preliminares de la Comisión Electoral Nacional, a las urnas acudieron 6 251 786 electores, para el 74,01 por ciento del padrón electoral básico compuesto por 8 447 467 electores.

El total de boletas válidas alcanzó la cifra de 5 892 705, lo cual representa el 94,25 por ciento de los votos emitidos.

De esa concurrencia, 3 936 790 (el 66,87 por ciento) se pronunció por el Sí; mientras que por el No, lo hicieron 1 950 090 votantes, lo que equivale al 33,13 por ciento de las boletas válidas depositadas.

Con esos datos, nadie dudaría de qué lado está la voluntad popular. No obstante, quienes han llenado las redes sociales de odio y mentiras sobre el documento, ahora llaman a desconocerla.

Evidentemente, ellos no aprobarían otro resultado distinto al No. La vida, con aliento de futuro, les está pasando por delante.

Con todo, lo más difícil comienza ahora y ese desafío mayor consiste en convivir con las realidades que el Código ha respaldado; pero, sobre todo, con su espíritu, que es el respeto a la diversidad en aras de alcanzar el bien.

Por esa razón, lo que antes eran hechos extraños, a lo mejor inauditos, a partir de los próximos días comenzarán a ser cotidianos. Nos tocará a todos respetarlos y, al menos, intentar comprenderlos.

Sobre esa base, lo primero que debe reconocerse es a esa ciudadanía que votó por el No desde el apego a la independencia de Cuba y basada en auténticas creencias personales de todo tipo.

Su negativa, que también es un derecho, resulta muy distinta de la promulgada por quienes invocaron el rechazo desde el odio, la irracionalidad y el favor a planes extranjeros.

Así, pues, un capítulo se cierra. Un capítulo que, en sus elementos más importantes estuvo el autorreconocimiento de la sociedad, del aprendizaje mutuo a través del diálogo y la participación. Desde ese aliento habló este domingo la Cuba mambisa de hoy. Ahí estuvo el poder final.

 

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