Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Che y la familia

Autor:

Juan Morales Agüero

Los hombres públicos en raras oportunidades se pueden dar el lujo de consagrase de lleno a la atención a sus familias.  Absorbidos por impostergables responsabilidades y compromisos de Estado, en muchas ocasiones no disponen de todo el tiempo que quisieran para estar en casa, rodeados de los suyos. 

A pesar de sus múltiples ocupaciones, el Che encontró siempre espacio para compartir afectos en su predio familiar. Tras la imagen de dirigente duro e inflexible se ocultaba el padre y el esposo cariñoso, capaz de desdoblarse ante el milagro de un beso, de una palabra cariñosa y de la magia de un abrazo.

Hildita querida:

Hoy te escribo, aunque la carta te llegará bastante después, pero quiero que sepas que me acuerdo de ti y espero que estés gozando tu cumpleaños muy feliz. Ya eres una mujer y no se te puede escribir como a los niños, contándoles boberías y mentiritas… 

¡Cuánto le gustaba al recio guerrillero rodearse de sus hijos después de una jornada de arduo trabajo!  Los cargaba, retozaba con ellos, los educaba en los más disímiles temas… De esas facetas suyas han dado fe sus familiares cercanos, a quienes legó no solo el ejemplo de su currículo revolucionaria en la Sierra Maestra, África y Bolivia. También les transfirió un prontuario de amor.

Queridos viejos:

Les he querido mucho, solo que no he sabido expresar mi cariño; soy extremadamente rígido en mis acciones y creo que a veces no me entendieron. No era fácil entenderme, por otra parte, créanme, solamente hoy…

Por sus padres sentía veneración desde la época en que vino al mundo en su natal Rosario, Argentina. Ellos acudieron a La Habana tan pronto los barbudos consolidaron el triunfo sobre la dictadura de Batista. Allí, al pie de la escalerilla del avión, los recibió su hijo, luciendo sobre sus hombros los grados de comandante guerrillero.

Doña Celia y Don Ernesto sabían de la vocación revolucionaria de su vástago. El Che se los confirmó años después cuando les escribió: «Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante, vuelvo al camino con mi adarga al brazo».

Un singular concepto de cariño por sus seres queridos le hizo decirle a Fidel en su carta memorable:

Que no dejo a mis hijos y a mi mujer nada material y no me apena: me alegra que sea así. Que no pido nada para ellos pues el Estado les dará lo suficiente para vivir y educarse.

Y así fue.

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