Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Los relatos del Che

Autor:

Graziella Pogolotti

Aconteció en la ciudad de México. Por vía del joven Raúl Castro, Fidel y el Che se conocieron y conversaron a lo largo de toda una noche. Nunca sabremos el contenido de aquel intenso y decisivo intercambio de ideas.

El origen y la trayectoria de los interlocutores eran distintos. El Che procedía de la Argentina y había transitado por estudios de bachillerato impregnados de una fuerte tradición de disciplinas humanistas. Médico de profesión, hizo su aprendizaje de América compartiendo las condiciones de vida de los de abajo, sin dejar por ello de valorar el legado de los incas, los quechuas y los mayas. 

Fidel, hijo de terrateniente, nació en Birán y percibió desde su primera infancia la triste situación de los más desamparados. Desde sus días de estudiante universitario comprometió su proyecto de vida con la indispensable transformación revolucionaria.

A pesar de las diferencias de origen y formación, había entre Fidel y el Che coincidencias esenciales respecto a la visión de América, de las dramáticas circunstancias que enturbiaban su presente y su porvenir. También compartían el mismo enfoque sobre el papel representado por el imperialismo, en alianza con las oligarquías, para afianzar sus formas de dominación neocolonial.  

Fidel había vivido en Colombia los días del Bogotazo, cuando el asesinato del dirigente reformista Jorge Eliécer Gaitán desató la violencia armada que duraría ininterrumpidamente hasta la actualidad. El Che había atravesado en Guatemala una experiencia aún más desgarradora, el proceso que condujo al derrocamiento del presidente Jacobo Árbenz.  

Al término de esa prolongada conversación, en Ernesto Guevara de la Serna estaba naciendo el Che. Había descubierto en Fidel su liderazgo, fundado en el conocimiento de los seres humanos, en la capacidad de articular estrategias a mediano y largo plazos con las tácticas que responderían a las exigencias concretas de cada coyuntura, así como en lúcida percepción de la compleja dialéctica de los procesos históricos.  

El Che renunció a su vocación artística. Aparentemente, de ella solo sobrevivió su arraigada afición a la fotografía. Y, sin embargo, entregado a la causa de la emancipación humana, el artista sobrevivió en lo más recóndito de su espíritu y, en más de una ocasión, condujo su mano.

Después del triunfo de la Revolución, asumió altísimas res-
ponsabilidades en el Gobierno, en lo militar y en lo político. Dedicó horas de desvelo al estudio de las materias indispensables para cumplir su tarea. Comprendió desde aquel momento la necesidad imperiosa de preservar la memoria histórica y reclamó a los combatientes que contribuyeran a ese empeño con la redacción de sus testimonios personales.  

Como siempre, predicó con el ejemplo. Comenzó a publicar en Verde Olivo estampas de la gesta insurreccional recién concluida. Recogidas en un libro, el conjunto recibió el título de Pasajes de la guerra revolucionaria. En estas, y en muchas otras páginas dispersas, se reveló la garra del narrador. 

En efecto, visto desde la perspectiva literaria, Pasajes... tiene la coherencia de un relato unitario. En su recorrido por el año 1957 transita desde la derrota de Alegría de Pío hasta la consolidación de la guerrilla en una zona de la Sierra Maestra. La sucesión de episodios se articula a partir de un estricto orden cronológico. Refiere los hechos con nitidez y precisión, sin descartar los toques críticos y autocríticos. Pero la clave decisiva de esa unidad esencial se deriva de la perspectiva adoptada por el autor. Lector avezado de nuestra rica tradición literaria, el Che renuncia a adoptar la posición del narrador omnisciente. Se adhiere al empleo de la primera persona, con lo cual la verdad de los hechos abre fisuras para numerosas interrogantes. De esa manera, establece una cercanía cómplice con los anónimos destinatarios de sus textos, válida para los de entonces y también para los de ahora. Enseña a observar el mundo en su compleja y contradictoria dimensión.

Hecho de peripecias, de encuentros y desencuentros, de reveses y victorias, de súbita inmersión en el yo del escritor, Pasajes... está poblado de personajes, de héroes reconocidos por su trayectoria, de figuras políticas de la época, de colaboradores efímeros y también de traidores de variada estatura. 

Ninguno de ellos emerge como simplista encarnación del bien y el mal. Cada uno es portador de contradicciones y matices, sin menoscabo del enjuiciamiento que merecen. Aún pendiente, el análisis de tan polifacético conglomerado humano reclama un estudio que no tiene cabida en el breve espacio de esta columna. 

Por señalar tan solo un ejemplo, me atrevo a recordar la semblanza de Eutimio Guerra. Tentado por la oferta de beneficios materiales, entregó a la tiranía los datos acerca de la ubicación del campamento guerrillero vulnerable en los días que siguieron al desembarco del Granma. Después, se dispuso a asesinar a Fidel. Pistola al cinto, en noche muy fría, ambos durmieron protegidos por una misma manta. No se atrevió a hacerlo. Acopiadas las pruebas de su traición, reconoció sin vacilar su culpa, que lo hacía merecedor de la pena máxima. Intuyó que la Revolución habría de triunfar, solicitó amparo para el porvenir de sus hijos, deseo satisfecho a plenitud después de la victoria de enero.  

En aquella circunstancia, el ajusticiamiento de los delatores era indispensable para garantizar la supervivencia del grupo rebelde. Eutimio pertenecía a las grandes mayorías explotadas, portadores por ello de una conciencia alienada a la codicia, aunque en la hora final tuvo la lucidez suficiente para reconocer, tardíamente, la magnitud de su crimen.

Narración unitaria de un proceso, Pasajes... está compuesto por cuentos que pueden desgajarse del relato mayor con autonomía propia con mérito para ser incluidos en cualquier antología.

Uno de ellos se refiere a la acción de Alegría de Pío. Dispersos los combatientes, el Che, herido, percibió la vecindad de la muerte. No tenía fuerza para proseguir la marcha. En ese intento supremo, como una iluminación, surge en su memoria Hay que encender fuego, cuento clásico del escritor norteamericano Jack London, versión del eterno combate entre la vida y la muerte.

La lectura de estas páginas estremeció profundamente a uno de sus coterráneos, muy distanciado entonces de cualquier acción política. Era el escritor argentino Julio Cortázar, uno de los más altos representantes de las letras hispánicas. Fue el punto de partida de un viraje radical, que lo llevaría hasta su último aliento a comprometerse con las causas de Cuba, del sandinismo nicaragüense y con los muertos y desaparecidos bajo la dictadura en su país natal.  

Apremiada por la tiranía del espacio disponible, tengo que detenerme. A modo de cierre, mencionaré El cachorro asesinado, otra versión matizada y conmovedora del combate entre la vida y la muerte.

En este 2023 que recién comienza, Ernesto Che Guevara hubiera arribado a los 95 años. Volvamos a su vida y obra, a la estatura ética de su actuar y a su contribución esencial a la edificación de un pensamiento emancipador proyectado hacia la formación de una sociedad socialista, asentado en la perspectiva de los países que cargan con la herencia del colonialismo en Asia, África y América Latina y en la propuesta de un nuevo modelo civilizatorio.  

Son temas de renovada actualidad en un planeta que parece precipitarse, como también lo advirtió Fidel, a su autodestrucción.

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