Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Lejos de Cuba

Autor:

Ricardo Riverón Rojas

LA ley migratoria cubana es una de las más coherentes y generosas en cuanto al reconocimiento de los derechos de nuestros compatriotas, residan donde residan. Lo que sí no podrá corregir ninguna ley es la tristeza, alta cuota que debemos pagar quienes hemos vivido lejos de Cuba. Suerte que el regreso siempre es posible.

Yo estuve en esa posición y sé que la lejanía solo nos acerca más. Ningún cubano, sea afín u opuesto a la Revolución, puede prescindir del influjo que, en el alma, siembra esta Isla colmada de algunos de los más grandes amores y odios de la época. Cuba es un destino, una pasión: fuerza y certeza bañados por el sudor y sabiduría de quienes la queremos engrandecer. O por la bilis de aquellos que reniegan de ella cuando más se necesitan brazos, inteligencia y sensibilidad en pos de la plenitud.

No se puede vivir lejos de Cuba sin pensar en clave cubana, solo que hay una Cuba soñada y otra mañosamente rememorada; también una Cuba de la evidencia y otra de la esencia. Los que la soñamos grande y esencial ponemos el hombro para que alcance esa plenitud que solo en el camino de la soberanía es posible. Los que añoran aquel minúsculo país para unos pocos, expuesto a la ambición del mal vecino, trabajan por el regreso a lo perdido y por desmontar la magia justiciera que instauró el proyecto socialista que nos inspira desde hace más de 60 años.

Dos patrias tenía Martí: Cuba y la noche; dos tenemos todos, de un lado y de otro del estrecho de la Florida: de este lado, Cuba y el futuro; del lado de allá, Cuba y su peor pasado. Pero tampoco es absoluta esa sentencia, como ninguna lo es: de un lado y del otro el común denominador es Cuba; la diferencia es su destino y el modo en que se asume su construcción como espacio para compartir el amor o el odio.

Mi testimonio personal pudiera estar marcado por el zarandeo constante de la nostalgia cuando, en busca de mejoría económica, establecí residencia en México entre 2010 y 2013; por las veces que lloré, en soledad absoluta, viendo por internet a nuestros músicos o escuchando a nuestros poetas. 

Pero también estuvo, y está marcada mi vuelta por ese credo martiano, vertido en otra circunstancia el 18 de mayo de 1895. Nos sirven aquellas certezas porque, ajenos a los reflectores, aspirando solo a fundirnos en el esfuerzo común, podemos repetirla:
«… solo defenderé lo que tengo yo por garantía o servicio de la revolución. Sé desaparecer. Pero no desaparecería mi pensamiento, ni me agriaría mi oscuridad».

Mi hijo mayor regresó hace pocos días a Cuba, viene a reinventarse en su Patria. En él me veo hace 12 años, cuando di el mismo paso. Es actor y poeta, y lo acompaña la decisión de asumir nuestras carencias cotidianas en pos de recuperar la fibra que la poesía le sembró en el espíritu. 

Trabaja ya por entenderse y estrenar de nuevo la vida que le toca, que es la del paisaje y la escena, la imagen y el latido azul con que estos cielos le hablan. Atrás quedan las cocinas y los establecimientos de comida chatarra donde dejó el sudor y la alegría. También queda el hijo, al que nunca olvidará, y cuidará desde la distancia, para que sienta a Cuba como si viviera en ella.

A poco de regresar de México leí una entrevista que la narradora y periodista Mairely Ramón Delgado (Dazra Novak) le hiciera para su blog a una cubana emigrada a Canadá. La entrevistada le afirmó, y en ello me reconocí: «cuando digo que soy cubana, se emocionan. Dicen ¡Cuba, me gusta Cuba! ¡Yo he ido!, o, ¡me gustaría ir a Cuba! Tienen una imagen muy positiva de nuestro país. Eso me hace sentir orgullosa al decir que soy cubana».

Sé que esa imagen positiva seguramente no es la que encontró mi hijo en el Miami de hoy. La intoxicación mediática a que nos someten pudo haberlo predispuesto, pero no sucedió. En el grupo Teatro de los Elementos, en el que retomará sus labores teatrales y poéticas en breve, podrá restaurar su alma y agradecerle a la Patria, y a los colegas que lo reciben con los brazos abiertos, el regalo de los sueños devueltos. Lejos de Cuba no supo vivir en paz con su anhelo. Aprendió la dura lección y aún a tiempo rectificó. En aquel balneario, parafraseando al poeta Gastón Baquero, su alma no sabía otra cosa que estar viva.

Quisiera (quisiéramos) que como conclusión de su regreso pueda él mañana mismo decir, como dijera Máximo Gómez en 1899: «Vine a obrar y sufrir aquí porque yo creí que peleaba por la humanidad». (Tomado de La Jiribilla)

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