Hemos terminado de embalar las donaciones que llegaron a nuestra oficina durante las últimas dos semanas, con destino a los damnificados del oriente del país.
La mayoría son prendas de vestir. Llegaron ropas de todas las tallas: blancas, azules, negras, estampadas, tejidas, elastizadas, nuevas y usadas. Ropa para abrigar.
Doblar con cuidado cada pieza, buscando espacio en las cajas, dista mucho de ser una tarea mecánica. Es un acto que te conecta, no solo con quien donó, sino con quien la recibirá. Te descubres pensando: «esto le quedaría bien a una quinceañera», «estas medias pegan con el uniforme», «qué tremenda tela de pulóver».
Aspiramos a ayudar directamente a profesores y estudiantes universitarios, o al menos a un grupo de ellos. Donas pensando que la camisa que usabas para dar tu turno de clases la llevará ahora otro profesor camino a su centro universitario. O que aquel vestido que te pusiste para la cita que no resultó, quizá le traiga buena suerte a una estudiante.
Este gesto es lo mínimo que podíamos hacer. Mientras nosotros doblábamos suéteres en calma, en el oriente del país muchas personas se aferraban a lo poco que la destrucción no logró arrebatarles.
Esta ropa viajará hacia ese contraste; partirá del orden que impusimos en estas cajas hacia el caos que allí se intenta domar.
Pero lo que más me conmovió fue empacar la ropa de bebé. La mayor parte vino de una amiga. Quizá fue la suavidad de las telas, el tamaño diminuto, los dinos y cachorros de los estampados, o simplemente ese «olor a vida» que desprende la primera ropita que nos viste al venir al mundo. Me atrapó desde que doblé el primer pantaloncito.
Sé que un bebé, cuyo nombre desconozco, la necesitará. Imagino a una madre, estudiante o trabajadora sintiendo una ráfaga de alivio al arropar a su nene entre estas telas. Y recordará que allá, en el lejano Camagüey, hay gente solidaria que no espera más recompensa que un «gracias» colectivo.
El sonido de la precinta al sellar cada caja guardaba en sí una promesa. La promesa de estar, de dar, incluso cuando es difícil. La prueba está en mis compañeros, que después de un día lleno de dificultades objetivas, revisaron sus gavetas para ver qué más podían enviar.
Estas cajas huelen a universidad, a nuevas historias por vivir. Huelen a nuevos dueños, a resiliencia, a altruismo, a bondad. Huelen a vida.