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¡Que vivan los buenos sentimientos!

The Good Doctor ha tocado la fibra sensible de unos espectadores que parecían querer protagonistas en  televisión que no fueran cínicos ni que siguieran encuadrándose en el arquetipo de los antihéroes 

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Después de lejanas alegrías como Perdidos (Lost) y Mujeres desesperadas (Desperate Housewives), que sentaran frente a la caja chica a millones de televidentes en todo el mundo, la cadena ABC ha cuajado un nuevo éxito. Como diría algún exagerado, el alma le vino al cuerpo en 2017 cuando sacó al aire The Good Doctor, la misma que estuvo transmitiendo en su espacio dedicado a las series el dominical Arte 7 y que desde su estreno se convirtió en la gran sorpresa y no solo en Estados Unidos.

Para tres temporadas ya va esta serie, que continúa convocando una media de diez millones de espectadores, lo cual la ratifica entre las ficciones que no han extraviado su paso triunfal dentro de un mercado en el que cada año asoman cientos de propuestas, venidas de todas partes. Y al parecer, la acogida del público no se debe únicamente a su más que demostrado gusto por los dramatizados de corte médico, al estilo de House, The Knick, Anatomía de Grey, Urgencias, Prácticas privadas.... sino, sobre todo, según coinciden los analistas, al retorno a la pantalla de un personaje como el Doctor Shaun Murphy, su protagonista, que interpreta de manera tan convincente Freddie Highmore, ese actor que sigue manteniendo la misma cara —y la misma eficacia comunicativa— que cuando siendo un niño compartió estelaridad con Johnny Depp en la imaginativa película de Tim Burton Charlie y la fábrica de chocolate (él era Charlie).

Definitivamente existe un consenso entre los críticos del mundo quienes aseguran que «The Good Doctor ha tocado la fibra sensible de unos espectadores que parecían querer protagonistas en  televisión que no fueran cínicos ni que siguieran encuadrándose en el arquetipo de los antihéroes que, hasta no hace mucho, ha dominado las ficciones; buscaban personas decentes que simplemente quieren hacer algo bueno en su día a día».

Así es este Doctor Shaun Murphy, engendrado al modo estadounidense por David Shore —la serie está inspirada en una producción coreana—, creador del mítico Dr. Gregory House. Este hijo más reciente, igual de superdotado, también irá a parar como residente de cirugía a una institución hospitalaria, el San Jose St. Bonaventure Hospital, pero no tendrá las malas pulgas de su «hermano por parte de padre». En este caso, su genialidad es consecuencia de un extraño padecimiento: este joven padece el Síndrome de Savant (conocido como Síndrome del sabio) asociado a rasgos de autismo, lo cual le desarrolla, por una parte, habilidades extraordinarias en su campo (resulta interesante ver cómo se muestra por medio de gráficos los procesos que tienen lugar en su prodigiosa memoria), pero por otra enfrenta serias dificultades a la hora de socializar con sus colegas y pacientes.

Entonces, no le será difícil intuir al amigo lector, incluso si forma parte de quienes no llegaron a apreciar sus capítulos iniciales en Arte 7, que sus compañeros de equipo, los doctores Neil Melendez (Nicholas Gonzalez), Marcus Andrews (Hill Harper), Claire Brown (Antonia Thomas), Audrey Lim (Christina Chang), Carly Lever (Jasika Nicole), Allegra Aoki (Tamilyn Tomita), Morgan Reznick (Fiona Gubelman) y Alex Park (Will Yun Lee), no mostraron, la verdad, el mismo entusiasmo que su jefe, el presidente del hospital, el Dr. Aaron Glassman (Richard Schiff), cuando este les presentó con orgullo su valioso fichaje; por el contrario: ya había bastante con los enfermos a atender para, además, tener que luchar a diario con el «raro».

Ahí se encuentra el principal conflicto dramático de este procedimental (en cada episodio hay un caso médico a enfrentar), que no es una serie coral como Anatomía de Grey o Urgencias, sino que centra su mirada sobre todo en su protagonista, marcado, como ya se sabe, por un trastorno sicológico que lo hace concentrarse intensamente en su propio mundo interior y que le impide expresar con claridad sus pensamientos, sus ideas, por lo cual deberá aprender poco a poco esas «sutilezas» de la conducta humana que le permitirán vivir en sociedad y adaptarse a su nuevo entorno laboral.

Lo más interesante de esta obra televisiva son los dilemas morales que se ponen de relieve durante ese proceso de crecimiento, que se irá observando no solo en el personaje principal, sino también en algunos de sus compañeros, quienes la mayoría de las veces se   mostrarán hostiles. Dicha característica se sabe desde el primer momento en que nos los presentan como seres inteligentes, altamente capacitados, pero muy arrogantes, además de muy temerosos ante lo diferente, ante lo desconocido.

No es que un retrato así tenga algo de novedoso. De hecho, lo hemos visto más de una vez, pero es innegable que funciona, que va preparando al televidente para que reciba con los brazos abiertos a Shaun, en lo cual no escatiman esfuerzos. Es más: se les va un poquito las manos en su afán por «humanizarlo» y que nos identifiquemos con él, añadiéndole, además, una infancia traumática, poco feliz.

El buen doctor se salva porque Murphy es tremendamente atractivo, lleno de encantos y matices. Estamos ante un personaje que dista de ser perfecto. Como los demás, también se equivoca, tiene prejuicios y muestra en ocasiones actitudes contradictorias. Pero atrapa por su inocencia, por sus deseos de que siempre prevalezca el bien, distanciado de todo egoísmo. También por la sutilísima actuación de Freddie Highmore, quien huye como espantado de la caricatura para entregárnoslo creíble, con toda su humanidad.

Aunque cuando se averigua más sobre la enfermedad (Síndrome de Savant), uno puede hasta dudar si en verdad quien la padezca está en condiciones de ejercer como cirujano, estas son de esas situaciones en que el televidente acepta con agrado, incluso, que jueguen con sus emociones, como si se tratara de un pacto. Claro, eso depende de hasta qué punto son efectivos el guion, la puesta en escena, las actuaciones...

Cierto que El buen doctor busca sensibilizar al espectador a toda costa y que por momentos es previsible,  pero se trata de una serie que se agradece, porque en tiempos convulsos y de tanta violencia, apela a los buenos sentimientos.

Actor-productor

Fue Daniel Dae Kim, que en El buen doctor funge como uno de sus productores, quien hace más de un lustro «descubrió» el original coreano en el cual se basa esta versión. Desde entonces empezó a trabajar en el proyecto que, presentía, iba a ganarse un espacio en los corazones de los espectadores. Este actor, nacido en Corea del Sur, en 1968, es conocido por haber participado en series como Lost (Jin-Soo Kwon) o Hawaii Five-0 (Chin Ho Kelly) y en películas al estilo de la saga de Divergente.

La generosa causa

Por la manera respetuosa como El buen doctor ha hecho visible al autismo, la asociación Autism Speaks le otorgó a esta ficción el Premio a la Concienciación (The Awareness Award). En el universo del audiovisual, existe otro caso que rompió algunos tabúes sobre este padecimiento: Rain Man, la reconocida película de Barry Levinson, que protagonizaron Dustin Hoffman y Tom Cruise. Este drama de 1988 conquistó, entre otros premios, cuatro Oscar, a mejor película, actor, director y guion original.

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