Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Vacuna contra el mal de género

Recordamos la importancia de eliminar en la crianza ideas tan arcaicas como la división de la ropa por colores o la elección de juguetes

Autor:

Jorge Sánchez Armas

La violencia es la razón de la fuerza, y la autoridad es la fuerza de la razón. 

Clotilde Proveyer

En junio de 2013 la Organización Mundial de la Salud (OMS) emitió un informe que tituló La violencia contra las mujeres es un problema global de proporciones epidémicas. Era el primero de su tipo.

El documento afirmaba que el responsable de la muerte del 38 por ciento de las mujeres asesinadas en el mundo era su pareja o expareja. También mostró que la violencia de género no conoce nivel económico, cultura o región, ya que el porcentaje alcanzaba el 45 por ciento en los Estados Unidos y el 54 en el Reino Unido.

Más adelante señalaba que una de cada tres mujeres mayores de 15 años ha sufrido algún tipo de violencia por parte de algún marido, novio, amante o expareja. En algunas regiones esa proporción se eleva hasta el 38 por ciento de su población femenina.

 Según ese decisivo informe, realizado con datos de 141 estudios obtenidos en 81 países, «estos homicidios son a menudo el resultado final de una fallida respuesta social, sanitaria y penal a la violencia de la pareja».

Sistemáticamente, la OMS recaba de los países nuevos reportes para actualizar estadísticas, y lejos de decrecer las cifras son cada vez más altas porque el problema se hace más visible y se pone más interés en encontrar sus causas y frenar sus consecuencias, ramificadas en muchos espacios de la sociedad.

Para lograrlo, lo primero que debe quedar claro es el concepto. El término violencia machista se refiere a todo aquello que contribuye al menoscabo sistemático de la dignidad, la estima y la integridad física y mental de las mujeres, niñas y personas con una identidad de género o sexualidad distinta a la normativa. Por tanto es una violencia estructural, que encuentra acomodo en el imaginario y la práctica de todas las sociedades.

Epidemia que muta

La muerte de una mujer es un hecho muy lamentable, pero solo es la punta de una espiral de acciones que en muchas ocasiones pasan inadvertidas.

En el año 1991, el sicólogo y siquiatra español Luis Bonino definió los matices de una conducta que dio en llamar micromachismo: hábiles artes de dominio, comportamientos sutiles o insidiosos, reiterativos y casi invisibles que son hoy las trampas más frecuentes para validar el ejercicio de la «autoridad» masculina sobre las mujeres.

La Doctora Clotilde Proveyer, experta cubana en estudios de género y violencia, afirma que en Cuba ese fenómeno está presente con todas las implicaciones que se derivan de esta problemática en cualquier parte del mundo y con las mismas expresiones, desde el silencio castigador hasta la muerte, porque la estructura social patriarcal, aunque menos monolítica por los cambios operados en el último siglo, sigue sirviendo de sostén a la dominación masculina.

Hay violencia simbólica en el maltrato y cosificación de la imagen femenina en los medios de comunicación y las redes sociales; en la intimidación sicológica, sexual y física; en el acoso y las violaciones; en la prostitución que se escuda en una supuesta voluntariedad de las practicantes; en el velado tráfico de mujeres hacia el exterior; en los femicidios estremecedores y el incesto velado, y hasta en el acceso diferencial a los alimentos porque «los hombres trabajan duro» y las madres o esposas le dejan lo mejor.

Afortunadamente no existe mutilación genital por causas religiosas, el infanticidio es muy infrecuente y el Estado penaliza el control coercitivo sobre la reproducción, pero son situaciones que afectan a millones de mujeres en el mundo que, por el simple hecho de ser mujeres, pasan a ser subordinadas de una voluntad cuestionada por siglos.

La Doctora Proveyer nos dice que es imprescindible desmitificar los estereotipos que en el imaginario colectivo logran naturalizar y legitimar la violencia como un mecanismo social para perpetuar esa subordinación femenina y el poder como patrimonio de los varones.

De ahí la importancia de eliminar en la crianza formal e informal desde la infancia ideas tan arcaicas como la división de la ropa por colores, la elección de juguetes o los modos de comportarse en público.

Esa es la mejor vacuna contra una epidemia de violencia que destruye abiertamente la calidad de vida de la mitad de la población, y también de un porciento de hombres que no cumplen con los roles asignados según su sexo biológico.

Si se comienza desde edades bien tempranas, llegaremos al día en que la violencia de género se comience a ver como lo extraño y no como lo natural cotidiano.

 

 

 

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