Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Mirando la billetera ajena…

La Unión Europea dice estar «comprometida» a frenar el calentamiento global, pero no menciona cifras concretas, a la espera de otros…

Autor:

Luis Luque Álvarez

«¿Sabía usted que los bombillos fluorescentes compactos consumen alrededor de un 80 por ciento menos de energía que los tradicionales? Quien cambia todos los bombillos de su casa por lámparas de bajo consumo energético, ahorra al año 330 kilogramos de dióxido de carbono».

Parece este un anuncio común de nuestra TV, alertando contra el despilfarro de energía y sus efectos en el medio ambiente. Sin embargo, no lo es: fue publicado por la revista Deutschland (Alemania), en un número dedicado al acuciante tema del cambio climático.

Sucede que ya está a las puertas la XV Conferencia sobre el Clima, que se celebrará en Copenhague el próximo mes, y Europa dice estar «a la vanguardia» en los esfuerzos para atenuarlo. Así, se da a sustituir todos los bombillos incandescentes, operación que comenzó en agosto y que se extenderá hasta 2012. Mandando a paseo todos los bombillos de este tipo, se calcula que ahorrarán 20 millones de toneladas de dióxido de carbono anuales, el equivalente al que expulsan a la atmósfera 25 termoeléctricas.

Entre los muchos consejos están, además, manejar despacio, no dejar los televisores en stand by, y hasta se hace campaña para comer un kilogramo de carne menos a la semana, con lo que cada persona dejaría de arrojar 700 kilogramos anuales de dióxido de carbono (tal vez por aquello de que criar cada vaca europea implica gastar un barril de petróleo).

Todas estas medidas (positivas, sin duda) quedan muy lejos de ser suficientes para llevar a Europa a disminuir sus emisiones de gases contaminantes, o a beneficiarse de una reducción global. Hace falta dinero, recursos en buena cantidad, y es ahí donde se traba el paraguas: como en un restaurante a la hora de pagar la cuenta, todos tienen el ojo en la billetera del que está a su lado, ¡pero nadie afloja de la suya!

Sucedió en el pasado Consejo Europeo, el 29 y 30 de octubre. Todos los Estados miembros convinieron en que harán falta unos 50 000 millones de euros anuales de aquí a 2020 para ayudar a los países subdesarrollados a deshacer las amenazas más temidas del cambio climático. Pero, en la concreta, ¿en qué quedó la cosa? Pues en afirmar que «la UE y sus Estados miembros están dispuestos a asumir la parte equitativa que les corresponda de la financiación pública internacional total». En plata, ni un cerito a la derecha, a la espera de que el presidente de EE.UU., Barack Obama, diga cuánto va a aportar la nación más contaminante del globo terráqueo. ¡Como si, cuando a la marea le dé por subir cuatro metros o dos kilómetros, fuera a inundar solo a Nueva York, y no a Ámsterdam o a Venecia por igual!

Además de la falta de cifras, está el hecho de que los países del este, los ex socialistas recién llegados a la UE, estiman que no deben compartir la misma carga monetaria, proporcionalmente hablando. Sus industrias, más contaminantes que las del oeste, continúan su proceso de reconversión tecnológica, pero el empleo del carbón, fundamentalmente en Polonia, sigue pesando bastante en la generación de energía.

Tenemos entonces que quienes están en capacidad de aportar más (sea en dinero, sea en tecnología), son quienes ayer más contaminaron y hoy son más ricos. Por ejemplo, la Cuenca del Ruhr, en el estado alemán de Renania del Norte-Westfalia (el más poblado), era décadas atrás un sitio de aire irrespirable. La enorme cantidad de instalaciones industriales ubicadas en ese paraíso del carbón y del acero, que empujaron necesariamente al país a un altísimo nivel de desarrollo, lo hicieron sobre las espaldas de un medio ambiente muy maltratado, y sobre la salud de las personas. Solo para ilustrar, una investigación citada por el diario español El País, el 3 de noviembre de 1978, afirmaba que «las placentas de las mujeres provenientes de la cuenca del Ruhr, altamente industrializada, presentan un índice alarmante de bromo, cromo y cadmio».

Hoy el panorama es diferente en ese estado federado, con áreas boscosas más protegidas y más de la mitad de la superficie dedicada a la agricultura. Evidentemente, la riqueza acumulada durante décadas de depredación incontrolada de la naturaleza, puede ser reinvertida hoy en resarcirla. Pero para Polonia, como para otros de los menos ricos de la UE, el momento del desarrollo es ahora, y alegan que no pueden dedicar recursos al combate contra el calentamiento global desde porcentajes proporcionales, bien se trate de cuotas según el desarrollo económico, bien según el nivel de contaminación.

Por ello, los ex socialistas lograron en el pasado Consejo Europeo quedar exentos de pagar por lo menos hasta 2013. Así, entre unos que esconden la bola, y otros que ni quieren lanzársela al bateador, va el juego. Y el titular: «Tacaños vencen por nocao al planeta en el primer inning».

¿Quedar como mamuts?

En la capital de Dinamarca, líderes de todo el mundo se reunirán para intentar acordar un plan que sustituya al Protocolo de Kyoto, el tan llevado, traído, firmado y no siempre ratificado papel, en el que los países se comprometían a reducir sus niveles de gases de efecto invernadero expulsados a la atmósfera.

Dichos gases (el dióxido de carbono en primer lugar) actúan como un paraguas que no deja escapar el calor solar acumulado por la tierra hacia el espacio. De tal modo, aumenta la temperatura en el planeta, con la consiguiente alteración del frágil equilibrio natural.

Citemos unos cuantos datos aportados por el Instituto de Investigaciones sobre Cambio Climático, de Potsdam: si se derrite la nieve en la región china del Tíbet, el calentamiento regional se incrementará, pues en la zona abunda la piedra oscura, que absorbe más calor. A este lado del océano, si se pierde la capa de hielo de la norteña Groenlandia, el nivel del mar puede aumentar siete metros. Entretanto, si llueve más en el desierto del Sahara, se debilitarán las tormentas de polvo que cruzan el Atlántico y le aportan nutrientes a la selva amazónica.

Las investigaciones de rigor abundan. Una de las más conocidas es el Informe Stern, de 2006, preparado por encargo del gobierno británico, y que anuncia un verdadero Apocalipsis medioambiental: si no se reducen las emisiones de gases, tan pronto como en el año 2035 la temperatura ascenderá en más de dos grados Celsius, y a más largo plazo podría ser en cinco grados, casi la misma diferencia existente entre nuestra época y la era glacial.

En cualquier caso, si no queremos quedar como los mamuts (únicamente vivos en los dibujos animados) sigue siendo insuficiente la meta de la UE: la reducción de un 30 por ciento de las emisiones en el año 2020 respecto a los niveles de 1990. Según sir Nicholas Stern, hay que dejar de emitir cuanto antes ¡el 80 por ciento!

Otro ejemplo de pesquisa, el Informe Eliasch, cita evidencias universalmente aceptadas: el 17 por ciento de las emisiones de gases proviene de la deforestación, un porcentaje mayor que el causado por el transporte, y en los trópicos se tala cada año un área boscosa poco menor que Grecia y algo mayor que Nicaragua.

Agrega el documento que de no ser atajada, los efectos de la deforestación pueden costarle al mundo un millón de millones de dólares anuales en 2100. Por ello, recomienda que los más ricos capaciten a los más pobres en cuanto a tecnología satelital y manejo de datos, para que puedan medir los cambios ligados a la pérdida boscosa. Visto qué hay que hacer y dónde, los afectados podrían beneficiarse de los mecanismos de financiamiento.

Sí, el dinero es una constante aquí. Las cifras son gruesas, pero nunca comparadas con lo que habría que sacar del bolsillo dentro de unos cuantos decenios, en caso de que quede en el planeta alguien vivo y con bolsillos. Lo dice el Informe Stern: actuando ahora, el costo sería del uno por ciento del Producto Interno Bruto mundial anual. Dejarlo para después, puede demandar entre un 5 y un 20 por ciento…

Entonces, ¿es majadería aclarar de una vez quién va a aportar cuánto…?

Y el medio ambiente bla, bla, bla...

Otros que juegan en la novena de la indefinición son los norteamericanos. Esta semana, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, sentenció: «Estamos preparados para respaldar un fondo climático global que apoye los esfuerzos de adaptación y mitigación (…) para contribuir a que los países en vías de desarrollo combinen sus necesidades con los recursos existentes». Ni un número, ni un porcentaje…

También el senador John Kerry, ex candidato presidencial demócrata, tras encontrarse con el Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, afirmó: «Estamos comprometidos en este proceso, que ojalá nos permita ir a Copenhague con algún tipo de borrador del Senado». Dice: «Ojalá». ¡Es gracioso! El país que más ha envenenado la atmósfera, cruza los dedos para que «todo se dé». Tantos años, tantos, y todavía no tienen «un borrador». ¡Le zumba el merequetén!

Quizá por eso el optimismo coge la guagua y se larga. Janos Pasztor, consejero en asuntos del clima del Secretario General de la ONU, augura que, en efecto, la Conferencia de Copenhague traerá progresos, pero no un tratado completo, legalmente vinculante y que las partes estén dispuestas a ratificar. Es lo que se desprende de las consultas de Ban Ki-moon con varios jefes de Estado, pero la principal razón, según Pasztor, sería precisamente el hecho de que el Congreso de EE.UU. no tendrá una ley climática lista antes de diciembre.

Así pues, con cada uno tirando por su lado, en París, en Roma y en otros lugares se cambiarán los bombillos por otros más eficientes, pero en las montañas haitianas las personas más pobres seguirán deforestando y quemando leña para poder cocinar, ¡hasta que se logre un tratado verdaderamente eficaz! Y poco, muy poco tendrá que agradecerle el planeta a su único «ser inteligente» tales esfuerzos parciales. Todavía hay tiempo, pero cada vez menos…

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