Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Los difíciles retos de Copenhague

Nuevos acuerdos para enfrentar el cambio climático deben tener en cuenta el principio de responsabilidad compartida, pero diferenciada entre las partes. El Sur no puede pagar la deuda ecológica del Norte

 

Autores:

Yailé Balloqui Bonzón
Jorge L. Rodríguez González

No hay tiempo que perder. La alarma no es nueva, pero cada día gana más en certeza con los devastadores efectos de la catástrofe medioambiental. Los países suscriptores de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático se reunen a partir de este lunes y hasta el 18 de diciembre para tratar de llegar a un nuevo acuerdo de reducción de sus emisiones de gases contaminantes, que reemplace los límites establecidos en el Protocolo de Kyoto, los cuales quedarán sin vigencia en 2012.

Un reporte de PL informa que la Conferencia de las Partes de Naciones Unidas sobre Cambio Climático fue inaugurada en el plenario Tycho Brahe del palacio de congresos Bella Center de esta capital, con palabras del primer ministro danés, Lars Loeke Rasmussen, y el secretario de la ONU sobre cambio climático, Yvo de Boer.

Estamos en una conferencia depositaria de las esperanzas de la humanidad en las próximas dos semanas, sentenció Rasmussen en su intervención ante los mil 200 delegados de 192 países que participaron en la ceremonia inaugural.

De Boer, a su turno repitió sus conceptos expresados la víspera en rueda de prensa, al recalcar que los gobiernos deben acordar acciones en tres campos.

Son ellos implementación rápida y efectiva en torno al calentamiento global; compromisos ambiciosos para limitar y cortar emisiones; y una visión compartida a largo plazo para bajar las emisiones de CO2.

Sin embargo, luego del fracaso de encuentros preparatorios como el ocurrido recientemente en Barcelona, la cita danesa pudiera no resultar el encuentro que resolverá todas las inconsecuencias de los países desarrollados, principales responsables de la crisis climática mundial. Ellos llegan a Copenhague con reticencias en torno a la real deuda que tienen con el futuro de la humanidad, y que se expresa en la ausencia de una voluntad política para dar una respuesta firme.

A la espera de qué es lo que «aportarán» los países del Sur, y subordinando sus propuestas de reducción a los números que pondrán otros sobre la mesa, algunos países del Norte incumplen con lo acordado por la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático —adoptada en Nueva York el 9 de mayo de 1992 y que entró en vigor el 21 de marzo de 1994. Uno de los principios de este instrumento deja claro que la protección del sistema climático, en beneficio de las presentes y futuras generaciones, debe ser asumida teniendo en cuenta las responsabilidades comunes, pero diferenciadas.

Este es uno de los puntos más importantes a tener en cuenta en el nuevo acuerdo que saldría de Copenhague, pues los países del Sur no pueden pagar los platos rotos del Norte. Los daños asociados al cambio climático que actualmente sufre el mundo, y gran parte del que enfrentará, son consecuencia de las emisiones mayormente lanzadas en los últimos cien años por las naciones que hoy conforman el Primer Mundo; por tanto son estas las que tienen que poner sobre el tapete el mayor compromiso.

Los países africanos, latinoamericanos y asiáticos poco han contribuido a la contaminación, y son, en cambio, los que más la sufren. Cualquier acuerdo que desconozca este principio no debe ser aceptado por el Tercer Mundo, como bien dejó claro el Grupo de los 77 más China a inicios de noviembre en Barcelona.

Las cuotas de reducción que se impongan a los países subdesarrollados y su adaptación a los efectos de la crisis medioambiental, deben estar determinadas por los recursos financieros y la asistencia tecnológica que les propicien los más contaminadores, pues es criterio generalizado en estas naciones que el Sur no puede sacrificar sus objetivos de desarrollo para seguir subvencionando los patrones de consumo y el estilo de vida del Norte, y su deuda ecológica.

Las grandes economías deben entonces compensar a estos países por el daño causado, y ofrecerles financiación y la tecnología limpia que les permita, al mismo tiempo, cumplir sus metas y no contaminar.

Al igual que el de las cuotas, este asunto está empantanado, y es uno de los que deberá centrar la discusión en Copenhague.

Ya algunos países han anunciado sus compromisos de reducción, a partir de los cuales arrancará la negociación en esta Cumbre de la ONU. No obstante, aún no se alcanza un consenso responsable y las propuestas están muy por debajo de lo que exige el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático: los países industrializados deben reducir sus emisiones entre un 25 y 40 por ciento para 2020, respecto a los niveles de 1990. La proposición que más se destaca es la de la Unión Europea, con un 20 por ciento, y su intención de subir la tirada hasta 30, pero solo si los demás ofrecen números similares.

En tanto Estados Unidos, el mayor contaminador histórico y el único país industrializado que no ratificó el Protocolo de Kyoto, llevará a Copenhague el pequeño 17 por ciento respecto a los niveles de 2005 que aparece en la Ley Waxman-Markey sobre el clima, aprobada recientemente en el Congreso de los EE.UU., pero aún no en el Senado, lo que indica que todavía puede sufrir variaciones.

Al mismo tiempo Washington no ha dejado de exigir a economías emergentes como India, China y Brasil que se comprometan con altas cifras de mitigación, pues estos se encuentran en la lista de «grandes» contaminantes. Sin embargo, la exigencia es injusta: el Norte lleva años contaminando, lo que lo hace un deudor histórico, mientras estas economías apenas acaban de emerger. El daño ya estaba hecho desde mucho antes.

No obstante, las cuotas de reducción que han anunciado estas naciones son considerables. China indicó que disminuiría sus emisiones por unidad de Producto Interno Bruto entre 40 y 45 por ciento. La India buscará reducir su «intensidad de carbono» (cantidad de dióxido de carbono emitido por unidad de producción económica) de un 20 a un 25 por ciento para 2020, desde los niveles de 2005.

Todos estamos amenazados

El cambio climático no es fríamente una cuestión de eficiencia energética o emisiones industriales de dióxido de carbono. Sus devastadoras secuelas están dañando desde los pingüinos de la Antártida hasta los arrecifes coralinos, y amenaza, claro está, a quien ha arrasado con los ecosistemas: el hombre.

El archipiélago que hoy habitamos los cubanos también podría estar en peligro de desaparecer. Los intensos huracanes que nos han azotado, las sequías, las lluvias intensas y otros fenómenos hidrometeorológicos demuestran que nuestra isla también es vulnerable.

En concordancia con lo que han venido planteando los tercermundistas a lo largo de los preparativos para la inminente cita de Copenhague, Cuba —como parte de ese grupo— ha responsabilizado a los desarrollados por lo que hoy sufre la Tierra, y respalda la adopción de medidas colectivas y de cooperación para mitigar los efectos del cambio climático.

Además de destacar la necesidad de establecer compromisos de reducción de emisiones mucho más rigurosos por los países industrializados y de adoptar un paquete de financiamiento y transferencia tecnológica para los del Sur, el Gobierno cubano ha abogado en Naciones Unidas por la transformación de los esquemas de producción y consumo y ha destacado la necesidad de transitar hacia un modelo económico verdaderamente sostenible.

Así lo resaltó días atrás en la ONU el representante permanente de Cuba en ese organismo, Pedro Núñez Mosquera, durante una reunión informal de la Asamblea General donde se trató el tema.

La Cumbre por dentro

La ciudad de Copenhague a partir de este lunes será un entramado de discusiones, denuncias e intentos de compromiso, mientras fuera de los salones de deliberaciones miles de activistas intentarán, armados con toda clase de efectos tecnológicos, hacerse oír en esa megacita —como la han calificado sus organizadores— y, cuyo costo lo asumirá en su casi totalidad el gobierno de Dinamarca, salvo un pequeño aporte de la ONU.

Noventa y ocho jefes de Estado y Gobierno confirmaron su presencia en la capital danesa, entre ellos el presidente de los EE.UU., Barack Obama, pero la Casa Blanca anunció que llegará en medio de los debates, pues primero pasará por Oslo, Noruega, a recoger su Premio Nobel de la Paz 2009.

Del resto del mundo confirmaron su participación, entre otros, el presidente brasileño, Lula da Silva, y el mexicano, Felipe Calderón; los primeros ministros de China, Wen Jiabao, y de Australia, Kevin Rudd, y el presidente de Indonesia, Susilo Bambang Yudhoyono; también el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, y otros altos cargos de las agencias adscritas a la ONU.

Según informó EFE, se registraron un total de 15 000 participantes; de ellos el 50 por ciento forman parte de delegaciones oficiales de los 191 países visitantes y la mitad restante son miembros de ONG’s y otros organismos.

Las principales organizaciones no gubernamentales comprometidas con el medio ambiente preparan y actúan en un gran performance ecologista. Greenpeace, como pionera de esos grupos, dispersó en toda la capital danesa a unos 350 voluntarios y activistas, y desplegó una enorme pancarta en un barco que reza Stop the Climate Change (Detengan el Cambio Climático), que ya puede verse desde los aviones que aterrizan en el aeropuerto de Copenhague.

En su fase final y decisiva, se presume que esta cita no alcanzará resultados tangibles. Desde ya se perfila que no habrá un acuerdo legalmente vinculante, sino que, cuando más, se alcanzará un compromiso político que seguirá sometido a negociaciones que podrían derivar, meses después, en un consenso final, objetivo que según la conferencia climática de la ONU celebrada hace dos años en Bali, no podía pasar de 2009.

Con su visión de futuro que tanto le agradece el mundo, el Comandante en Jefe Fidel Castro lo auguró durante la Cumbre de la Tierra celebrada en 1992, en Río de Janeiro: «La especie humana está en peligro de extinción». Fue el primer aldabonazo. Hoy, cuando vemos el planeta palidecer, nos vuelve a alertar: «Realmente y sin exageración, es una cuestión de “Vida o Muerte” para la especie humana», advirtió recientemente. La vida vuelve a darle la razón.

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