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¿Y qué tal por el este?

El marasmo económico deja huella también en los países ex socialistas europeos

Autor:

Luis Luque Álvarez

«Fortaleza en el centro, dolor en la periferia». Es ese el título de un artículo del semanario británico The Economist, que ilustra con cifras la actualidad económica europea. El centro, por supuesto, son Alemania, Francia, Holanda, Austria… Y de la «periferia» nos enteramos cada día de una nueva tragedia, pues los diarios no hablan de otra cuestión: desgaste en Portugal e Irlanda, insolvencia en Grecia, dudas sobre España…

Ah, pero hay otra periferia que casi no se toca en los medios: el este de la Unión Europea, los ex socialistas que entraron al bloque en 2004 y 2007. Esta misma semana, algunos de ellos fueron mentados por el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso.

¿Se acuerdan del «Plan Marshall», aquel programa de reconstrucción para Europa occidental en la posguerra? Pues la frase sonó de nuevo esta semana, en voz de Barroso. No es que menudeen los destrozos materiales como al final de aquel conflicto, sino que el embate de la crisis financiera está golpeando a diestra y siniestra en la Unión Europea, y debilitando a algunos de sus miembros.

Por ello, la Comisión propone para Grecia, Irlanda y Portugal, pero también para Rumania, Letonia y Hungría, una suerte de «Plan Marshall» por el que dispondrán en los próximos años de 2 884 millones de euros más en fondos estructurales de la UE. El mecanismo funcionaría así: cuando se presenten proyectos de desarrollo regional, agrícolas o pesqueros, estos miembros deberán aportar únicamente el cinco por ciento de la cofinanciación, en vez del anterior 15 por ciento. El dinero ahorrado, la UE espera que esos países lo inviertan en crear empleos.

Según las cifras exactas, Rumania tendrá a la mano 714 millones de euros; Letonia, 255; y Hungría, 308 millones. De estos tres países se habla poco, pero la Comisión Europea, que ha visto arder las barbas de Grecia, quiere apurarse y atajar nuevos focos de incendio.

Es por eso el estímulo. Porque incluso antes de que nadie se fijara en que Atenas tenía cosquillas, ya los húngaros y los letones habían pedido, en 2008, ayuda de emergencia para superar sus respectivas crisis financieras. Y recibieron, junto con el dinero, la exigencia de aplicar programas de ajuste «rigurosos y creíbles».

¿Y qué ha sucedido por esos lares «euroorientales» en estos días de tormenta? Pues que todas las economías, excepto la polaca, entraron en recesión en algún momento. Ahora, el Banco Mundial augura que el crecimiento de los ex socialistas que integran la UE debe acelerarse entre 2011 y 2012. Al frente estarían Polonia y Eslovaquia, con un cuatro por ciento (por ahí también estarán en 2012 Bulgaria y Rumania). Estonia, Lituania y Letonia se beneficiarán del alza en las exportaciones. Y a menor ritmo se recuperarán Hungría y Eslovenia (dos-tres por ciento), mientras que la República Checa lo hará a un paso aun más lento.

¡Fiesta para todos!, ¿no? Pues no: a veces las cifras «macro» son hermosas, pero la verdad en la calle es otra: el crecimiento no traerá más empleos, anuncia el BM, que ilustra además que las nóminas de empleados siguen hoy siendo mucho menores que antes de estallar la crisis.

En el país de chopin

Lo dicho: a unos les ha ido mejor que a otros. Pongamos ejemplos. Polonia, que no fue mencionada en la lista de receptores en el plan anunciado por Barroso, sigue liderando en ese barrio, donde constituye la economía de mayor tamaño, y no ha caído en la desgracia de que las agencias calificadoras de riesgo, tan entretenidas en zarandear a España e Italia, la emprendan contra ella.

¡Al contrario! Según la publicación local Puls Biznesu, el país se ha beneficiado de la desconfianza que generan otros, pues un número creciente de inversores lo ven como un deudor confiable, y las tasas de interés por los préstamos que recibe han bajado desde el 6,2 por ciento en enero hasta el 5,8 en el presente.

Unas que están haciendo su agosto con la crisis son las inmobiliarias polacas. En la medida en que las cosas van mal en Gran Bretaña e Irlanda —sobre todo en esta última, «rescatada» por los pelos por la UE y el FMI después del desvanecimiento de su espejismo económico—, medio millón de polacos, del millón que se marchó en 2004, han hecho las maletas y regresado a su país. Y muchos de quienes vuelven con sus ahorros y expectativas quieren casa nueva.

El «fontanero polaco» —aquella imagen que algunos desde la derecha emplearon en 2005 para asustar a los ciudadanos del oeste por la oleada de trabajadores baratos que vendrían desde el este a arrasar con los empleos— ha enviado remesas todos estos años a su familia, pero en la actualidad las transferencias no rinden lo que antes: por cada libra esterlina —la moneda británica— dan cuatro zlotys en Varsovia, mientras que hasta 2007 se cambiaba a siete. Según el diario vasco Gara, ello influye en la decisión de volver a casa, y oficinas abiertas por el Gobierno polaco en Dublín y Londres se encargan de alentarlo expresamente con un programa de retorno.

Pero no solo las personas toman el avión y aterrizan en suelo polaco. También las empresas. El fabricante de computadoras Dell, que posee una planta en Limerick, Irlanda —los bajos impuestos a las corporaciones han sido un gran atractivo en el país de Enya— llevará parte de sus capacidades productivas hacia la patria de Chopin.

Otras compañías han seguido el caminito de Dell, atraídas por la alta calificación de su mano de obra, el ahorro en salarios —¡que no es lo mismo montar el negocio en Francia!— y un mercado local de 38 millones de consumidores. Apetitoso pastel, ¿no?

El hipo de Bucarest

El presidente rumano Traian Basescu es, de profesión, marino mercante, pero parece tener vocación por la medicina: en 2010 le aplicó al país una receta que a muchos ciudadanos les resultó como el yodo que se unta en una herida reciente: redujo en un 25 por ciento los salarios públicos y un 15 por ciento las pensiones —que en leu, la moneda local, rondan el equivalente a la media de 160 euros—, así como las ayudas por desempleo. Un préstamo de 20 000 millones de euros, de parte del FMI y la UE, implicaba que había que hacer su «ajustico».

Ahora bien, días atrás, Basescu subió a la sala, vio al paciente y dijo que, pese a su proceso de recuperación, «aún está frágil». En realidad, su fragilidad no es de última hora: Rumania ocupa, junto con Bulgaria, el puesto de país más pobre de la UE, y si es cierto que los fondos de cohesión que llegan desde Europa para elevar los niveles de desarrollo no son el milagro para el despegue inmediato, también lo es que, de emplearse bien el dinero, Bucarest habría adelantado más. Pero el enfermo tiene un hipo que no lo deja bien vivir: la corrupción.

El fraude es de altura en Rumania. El economista Cristian Orgonas, de la Universidad de Timisoara, lo califica de «deporte nacional». En un artículo en el sitio web Dilema Veche, el especialista refiere que el Estado suele comprar anualmente bienes y servicios por el equivalente de 12 000 millones de euros, pero para ser elegidas como proveedoras, las empresas pagan en conjunto comisiones por 3 600 millones de euros, dinerito que va a poblar el bolsillo de algunos funcionarios «de arriba».

Con estos truenos, la Comisión Europea emitió en julio varias recomendaciones a Bucarest, entre ellas que actúe urgentemente para quitar trabas a los juicios por corrupción de alto nivel e impedir su prescripción, además de favorecer la recuperación de los productos del delito.

Muy bien, pero como eso no tiene visos de hacerse «de ahora para ahorita», el Gobierno conservador de Basescu quiere «recuperar» dinero con la tijera y la privatización. Ya anunció que los hospitales y todo el sistema de seguros de salud tendrán que ser puestos en manos particulares —si en Gran Bretaña alguien dice algo semejante, lo lanzan desde el Big Ben—. «No podemos quedarnos diciendo: “Gasta, haz lo que quieras con el dinero, y ven a vernos para que te demos la diferencia”», se apresura a justificar el mandatario.

¡Hombre!, que es más fácil tomarla contra los de abajo, que meter a los pejes gordos en el jamo…

«Alcatraz» junto al Danubio

Una brigada de hombres y mujeres trabajan en la edificación de una presa. Bajo el inclemente sol, palean manualmente la mezcla hacia la armazón metálica que se convertirá en las paredes del embalse. Entretanto, un grupo de policías vigila que se cumpla lo indicado. Nadie chista: «¡Todo el mundo a doblar el lomo…!».

Parece la escena de un filme sobre las cárceles de Sing Sing o Alcatraz, pero no: el gabinete húngaro tiene, para reducir el desempleo, un plan de estos tintes. En junio, el periódico Népszava, afín al opositor Partido Socialista, develó la singular iniciativa del gabinete del derechista Fidezs: después de 90 días de cobrar el seguro de paro, si el desempleado no encuentra trabajo, deberá enrolarse, para poder cobrar algo menos que el salario mínimo, en una especie de «proyectos públicos» para construir estadios, presas y otras obras, o limpiar zanjas de aguas albañales.

Por cierto, que ningún empleo de estos es denigrante. Pero sí lo son las condiciones en que se plantea la idea, pues los trabajadores lo harán bajo supervisión policial. Unos 42 000 agentes retirados se reincorporarán para cumplir la tareíta de velar a unos 300 000 obreros. Por cuatro horas diarias, los participantes seguirán recibiendo un subsidio.

¿Cómo se ejecutarán las labores? Lo dicho: ¡a mano limpia! La maquinaria está disponible, pero no se utilizará, porque la cuestión es, sencillamente, hacer descender el paro, por tanto, si una máquina lanza la mezcla contra las cortinas de la presa y les ahorra el trabajo a equis constructores ¡no sirve para el cometido del Gobierno húngaro!

Según la revista británica The Economist, el primer ministro magiar Víktor Orban ratificó que las presas serán construidas «no con tecnología del siglo XXI, sino con las manos». Lo que no observa el político es que, trabajando con métodos del siglo XIX, se obtendrán embalses… ¡del XIX!

Es este uno de los sinsentidos que llegan del hermoso país centroeuropeo, cuyo nivel de desempleo —del diez por ciento— no debería ser causa para implementar ideas tan raras.

Pero en fin —se dirán unos cuantos—, si el anterior primer ministro socialista Ferenc Gyurcsany fue capaz de confesar, sin reparar en un micrófono cercano, que había mentido durante mucho tiempo sobre la verdadera situación económica de la nación, y que lo había hecho a conciencia —«mentimos mañana, tarde y noche»—, ¿de qué se puede sorprender el público si a su sucesor se le ocurren medidas tan extrañas para sacar al país del bache en que las mentiras de larga duración lo abandonaron a su suerte?

Así van las cosas en algunos sitios de Europa.

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