Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Líbano: ¿Estallido final?

Beirut, la legendaria ciudad de los famosos navegantes fenicios que hicieron del Mediterráneo mar de encuentro entre Oriente y Occidente, agoniza al borde del colapso, víctima de una misteriosa hecatombe

Autor:

Leonel Nodal

Un estallido estruendoso dejó a Beirut con la estampa de otra Hiroshima, arrasada; el puerto, puerta de la seguridad alimenticia y otros insumos vitales reducido a escombros; unos 200 muertos, infinidad de desaparecidos, 6 000 heridos, unos 300 000 desplazados, barrios completos en el suelo. Lo único que faltaba para arruinar al Líbano.

 Peor aún, por cuenta de una aparente explosión accidental, mano de nadie, hija del descuido o la negligencia, que dificulta reclamo de justicia. ¿O será una acción criminal?

 Apenas se supo, el presidente Donald Trump (superficial, como siempre aunque no ingenuo), dijo sin prueba o evidencia alguna que había sido «un ataque con bomba, misil, o algo parecido», según le dijeron «sus generales».

 Lo cierto es que fue una inexplicable falla de seguridad. Casi tres toneladas de explosivos estuvieron almacenados durante siete años al pie del centro histórico de la ciudad sin protección especial, no se previó el peligro.

 Para colmo, la catástrofe ocurrió en medio de la crisis sanitaria de la COVID-19 y la peor situación económica en décadas: la libra libanesa por el suelo, una deuda oficial de 80 000 millones de dólares, desempleo rampante, pésimos sistemas públicos de agua, electricidad, recogida de basura, atención médica y enseñanza.

 Beirut es hoy una ciudad colapsada. Capital de un país asediado por acreedores financieros, políticos y militares, que enseguida se personaron para evaluar daños y calcular el monto necesario para apoderarse de sus despojos.

 Esa es la impresión que me dejan las apresuradas visitas de algunos emisarios foráneos, con las carteras llenas de cuentas por cobrar, opiniones sobre qué se debe hacer, incluso quiénes deben asumir las riendas del país, después de la renuncia del primer ministro Hassan Diab.

 Tal vez piensen que llegó la hora del golpe final. ¿Será? A pesar de su fragilidad aparente, el Líbano es un hueso duro de roer y, más aún, de tragar. Esta no es la primera, ni la única vez, que la ciudad ha sido devastada.

 A más de 40 años de mi llegada a Beirut por primera vez, en 1978, todavía conservo el sentimiento que me provocó la larga cicatriz dejada por la primera fase (1975-1977) de la llamada «guerra civil» que separó el sector oriental de la ciudad, llamado musulmán-progresista-chiita-palestino, del noroeste cristiano-falangista-occidental, aliado del invasor israelí (que bombardeó sin piedad durante tres meses la ciudad en el verano de 1982) a cambio de luz verde para una venganza contra los refugiados palestinos, según demostró la matanza de Sabra y Chatila.

 Kilómetros de manzanas de edificios devastados por la metralla, ennegrecidos por los incendios, mohosos, húmedos por las lluvias recurrentes, inhabitables, pero vigilados por francotiradores de uno y otro bando, que acechaban el cruce de aquella «frontera» infranqueable en ambas direcciones. Incluso un puente urbano, que seguía en pie, era intransitable. Confieso que sentí escalofríos la primera vez que me acerqué a aquella línea roja, en una gestión imprescindible ante un banco a menos de cien metros.

 A pesar de los años, todavía retumban en mis oídos los bombardeos aéreos, día y noche —durante la invasión israelí de 1982— el estallido de los cohetes, el tintineo de los ventanales cayendo en cascada, el temblor de tierra cuando una bomba de succión caía cerca y se venía abajo un edificio entero de diez pisos o más.

 Al ver fotos y videos de testigos de la explosión del pasado 4 de agosto puedo imaginar lo que están pasando.

 En 1983 fue el turno de la VI Flota de Estados Unidos, anclada en puerto con el pretexto de liderar una Fuerza Multinacional formada por Francia, Inglaterra e Italia, que garantizara la ciudad, tras la evacuación de la Organización de Liberación de Palestina (OLP).

 En septiembre, sus buques bombardearon sectores de Beirut y zonas montañosas cercanas, durante un día y una noche, sembrando el terror, en operación de represalia por dos atentados suicidas que mataron a 241 militares estadounidenses y 58 franceses.

Preguntas claves

 Esta vez el sufrimiento es indescriptible y el Gobierno estima los daños en unos 15 000 millones de dólares.

 El debate sobre quiénes son los responsables de la explosión en Beirut, en medio de protestas callejeras y el hartazgo contra las autoridades, domina la escena política.

 ¿A quién le podría convenir una explosión fácil de encubrir, que provocara el hundimiento definitivo del Estado libanés y sus instituciones?

 Ante todo, no olvidar que Israel lleva 20 años rumiando, sin poder digerir, la humillante retirada incondicional del Líbano —en mayo del año 2000— tras 15 años de ilegal ocupación, al costo de cientos de bajas en «una guerra sin nombre, ni glorias» contra la resistencia armada de las milicias de Hezbolah, que desde 1985 los hostigaron sin cesar hasta obligarlos a marcharse, erigiéndose en fuerza garante de la soberanía e integridad territorial libanesa.

 Esa es la espina que alimenta la sed de venganza de Tel Aviv, alentada por Washington, que clasificó a Hezbolah de terrorista, sujeta a múltiples sanciones a pesar de su prestigio nacional y amplia representación parlamentaria.

 A la histórica derrota israelí del 2000 se añadió la infructuosa agresión del verano de 2006, que causó una enorme destrucción material, pero fracasó en su afán de erradicar a Hezbolah y someter al gobierno de Beirut.

 Según el académico e investigador As’ad AbuKhalil, profesor libanés-estadounidense de Ciencias Políticas en la Universidad Estatal de California-Stanislaus, las preguntas deben enfocarse «en torno al papel del comando del ejército libanés, que es la única autoridad con control directo sobre la seguridad y protección del puerto y sus alrededores». Sin embargo, en un artículo especial para Consortium News titulado, La explosión (y el sistema fallido) que sacudió al Líbano, destacó que «ningún medio occidental» ha señalado al ejército libanés.

 Subraya que «la razón es que Estados Unidos nunca ha tenido tanto control directo sobre el ejército libanés como ahora». Y añade que «con toda la atención puesta en Hezbolá y su milicia», rara vez se habla de su presencia militar en Líbano que, «en nombre de ”propósitos de entrenamiento“, permite al ejército estadounidense estar en todo el país».

 Antes de la explosión, surgieron fuertes tensiones entre el gabinete del primer ministro Hassan Diab y la embajadora de EE. UU., Dorothy Shea, a quien se le emitió orden de silencio que le prohibía hablar con la prensa local.

 El líder de Hezbolah, Hassan Nasraalah, denunció a Shea por atacar verbalmente a esa organización y acusarle sin prueba alguna de desviar miles de millones de dólares de los fondos públicos y de obstruir las reformas económicas.

 Tras la renuncia del premier Diab una semana después de la explosión, partidos rivales de Hezbolah, a los que el diario Middle East Eye calificó de «pro occidentales», iniciaron consultas para lo que se perfila  como «una alianza política renovada».

 Objetivo: Desalojar del gabinete a Hezbolah, un plan que satisface a EE. UU y al Fondo Monetario Internacional, que se negó a otorgar un crédito de «salvamento» de 10 000 millones de dólares, antes de que ocurra un cambio radical de política económica y administrativa en Líbano.

 La Casa Blanca mostró su urgencia al enviar a Beirut al subsecretario de Estado para Asuntos Políticos, David Hale, quien fue tajante: «A largo plazo, no aceptaremos más promesas vacías y disfunción en la gobernanza». Añadió que había visto «demandas de reformas reales, de transparencia y rendición de cuentas», aparentando apoyo a reclamos de la calle, inducidos por influyentes medios de Washington.

 Por su parte, el presidente de Francia, Enmanuel Macron, quien viajó a Beirut 48 horas después de la hecatombe, en una viva expresión de los lazos existentes entre la ex metrópoli y su colonia, encargó la continuidad de su misión a la ministra de las Fuerzas Armadas, Florence Parly, quien en ruta paralela a la de Hale, subrayó la necesidad de constituir «lo más rápidamente posible un gabinete de misión, a cargo por un período limitado de tiempo para llevar a cabo reformas de largo alcance de manera efectiva».

 Otra sería la propuesta de Mohammad Javad Zarif,  ministro de Relaciones Exteriores de Irán —país al que Estados Unidos acusa de auspiciar el terrorismo por su apoyo a Hezbolah, Siria y la causa palestina—, durante una reunión con su homólogo libanés, Charbel Wehbé.

 Zarif advirtió contra la voluntad de las partes extranjeras de querer «explotar» la situación actual para «imponer diktats» al Líbano. La ayuda al Líbano «no debe estar condicionada al cambio político», dijo, «corresponde al estado y al pueblo del Líbano decidir el futuro del país».

 La situación es clara, sin ser simple. Otra vez Líbano encara un abismo mortal. Solo la sabiduría de sus mejores hijos puede impedir un desenlace fatal.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.