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COP26: (E)misiones de vida o muerte

Muchos dicen que la Cumbre en Glasgow, que involucra no solo a los 7 000 y tantos millones de seres humanos, sino a todas las especies, abre con un problema de credibilidad

 

Autor:

Enrique Milanés León

«No puede ser simplemente una reunión para juntarse a charlar», ha advertido con autoridad de anfitrión Alok Sharma, presidente de la 26ta. Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26), organizada en colaboración con Italia y que tiene por sede a la escocesa ciudad de Glasgow desde este 31 de octubre hasta el 12 de noviembre.

En cuarentena la Conferencia misma durante el encierro sanitario de nuestra civilización —fue suspendida en 2020, por el azote mundial de la
COVID-19—, ahora podría reunir en los eventos que involucra a entre 10 000 y 25 000 personas que, en efecto, deberían hacer algo más que «charlar», por muy inspirador de tertulias, aromáticos tecitos y bocadillos finos que resulte el Scottish Event Campus.

Puede que, para algunos, la frase de Sharma se aleje un tanto del estereotipo que el mundo tiene de los modales británicos, pero el asunto es tan grave que hasta la mismísima reina Isabel II parece haberse quitado la corona y soltado su regio cabello para comentar, sin rodeos, que la falta de acción sobre el cambio climático es «irritante».

¡Irritémonos! No queda más camino que coincidir con Su Majestad cuando se escucha lamentar a António Guterres, el secretario general de las Naciones Unidas, que el año pasado más de 30 millones de personas fueron desplazadas por desastres relacionados con el deterioro del clima.

Así que la COP26 se centrará en el financiamiento climático —dinero cedido a los países pobres para ayudarlos a reducir emisiones y enfrentar los golpes del clima—, la eliminación gradual del carbón mineral y el impulso de soluciones integrales basadas en la naturaleza. ¡Casi nada, Dios de la síntesis!

Calentura y dinero

¿Recuerdan que en 2015 los países firmantes del Acuerdo de París aprobaron limitar el aumento de las temperaturas globales muy por debajo de los dos grados centígrados respecto a los niveles preindustriales, preferiblemente a 1,5 grados? Pues seis años después la fiebre planetaria no baja.

Un análisis del organismo de control Climate Action Tracker (CAT) publicado el mes pasado estableció que ni una sola de las principales economías —incluyendo a los integrantes del poderoso G20— tiene un plan climático que canalice su compromiso «con París». Apuntado esto, no asombra que el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU afirmara en su último informe sobre el estado de la ciencia que el mundo ya se ha calentado 1,1 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales y se precipita rápidamente hacia los 1,5 grados. ¿Pararemos «las piernas» a ese termómetro?

Lo anterior tiene que ver con que, además de altos contaminadores y no muy buenos cumplidores de palabra, los poderosos suelen ser también un tanto mala paga. Muchos dicen que la Cumbre que comienza hoy en Glasgow, y que involucra no solo a los 7 000 y tantos millones de seres humanos, sino a todas las especies, abre con un problema de credibilidad.

Es que, desde hace más de una década, los países desarrollados acordaron transferir dinero a las naciones pobres para ayudarles a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero y adaptarse a la crisis climática. Crearon el llamado Fondo Verde para el Clima, cuyo efectivo, denominado
«financiación climática», debía haber crecido hasta los cien mil millones hasta el año 2020. No sucedió, de manera que esa es otra de las promesas para «remendar» en Glasgow.

Aunque su idea de la extinción humana a corto plazo parezca alarmista en extremo, nadie puede quitar al científico Guy McPherson, de la Universidad de Arizona, el brillo de esta frase: «Si realmente crees que el medio ambiente es menos importante que la economía, intenta contener la respiración mientras cuentas tu dinero».

El capitalismo depredador sigue mirando a otro lado. El proyecto de los cien mil millones —cifra que los expertos consideran insuficiente dada la dinámica actual de calentamiento global— andaba en 2019 por 79 600 millones, lo que significa que, además de la escasa ambición del plan, también fueron pobres la energía y generosidad para cumplirlo.

Tan evidente es la deuda material y moral de las grandes economías con los «humanos de a pie» que hasta el mismo primer ministro británico, Boris Johnson, admitió en el podio de la Asamblea General de la ONU que su país, pionero de la Revolución Industrial a base de combustibles fósiles, fue por ello «el primero en enviar suficiente humo acre a la atmósfera como para alterar el orden natural». De tal manera, según Johnson, «cuando los países en vías de desarrollo nos piden ayuda,tenemos que asumir nuestras responsabilidades».

París no es una fiesta

Cualquier noticiero demuestra que el árbol de los conflictos no cesa de darnos sus amargos frutos, pero por sobre todos ellos parece estar la angustia ante el cambio climático. «Es el Everest de todos los problemas, el desafío más espinoso que enfrenta la humanidad», ha dicho con toda pertinencia el defensor de los océanos británico-sudafricano Lewis Gordon Pugh.

Además de liquidar las cuentas y hacer los deberes dentro y fuera de fronteras, las naciones que más deciden al respecto están llamadas —y la llamada es de urgencia, a pagar «acá», en el planeta Tierra— a restaurar la confianza en la llamada diplomacia climática.

Se ha establecido que de aquí a 2030 se requiere una reducción del 45 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero para evitar un calentamiento catastrófico, pero se sabe también que la ambición actual de los Gobiernos apenas da para disminuirlas un uno por ciento.

Por ello, un nuevo informe de la ONU sobre el tema alerta que para cumplir a finales de siglo los objetivos de temperatura global fijados en París los países tienen que presentar planes de acción más fuertes, ¡ahora!; esto es, en Glasgow. 

«El año 2021 es decisivo para enfrentar la emergencia climática global. La ciencia es clara: para limitar el aumento de la temperatura global a 1,5 grados debemos reducir las emisiones mundiales en un 45 por ciento para 2030, desde los niveles de 2010», explicó el Secretario General de la ONU al presentar un informe sobre las llamadas Contribuciones Nacionales Determinadas. Él mismo no dudó en calificar el informe como «una alerta roja para nuestro planeta».

Según Guterres «los Gobiernos no están ni cerca del nivel de comprometimiento necesario para limitar el cambio climático a 1,5 grados y cumplir con los objetivos del Acuerdo de París».

Creer y correr

A inicios de este mes, en el Vaticano, el papa Francisco entregó a los asistentes al encuentro fe y ciencia un discurso que no leyó, sino que les dejó como un llamado impresionante e impreso, de cara a la COP26, a mejorar nuestra relación con la naturaleza y con nosotros mismos. 

Expertos y líderes religiosos —entre ellos el gran imán de al-Azhar, Ahmad al-Tayyeb, y el patriarca de Constantinopla, Bartolomé I— lideraron con Francisco, en la Sala de las Bendiciones, el llamamiento conjunto con vistas al evento de Glasgow.

Sus palabras convocaron a asumir posturas y actos afincados en la «interdependencia» y la «corresponsabilidad», si queremos contrarrestar las «semillas de conflicto» que laceran el medio ambiente. La ciencia y la fe, el hombre y la creación…; para Francisco, todo está conectado y reconocerlo significa mucho más que comprender las consecuencias dañinas de nuestras acciones: hay que comprometerse.

Esperemos que esta vez, en Glasgow, la ciencia, la fe y la acción rindan culto conjunto a la sobrevivencia colectiva en una naturaleza más limpia. Es cierto que otras crisis crecen y que, látigo en mano, el gran capital, cual mayoral de los ricos, sigue sentado a la puerta de «su empresa» global, haciendo cuentas, pero alguien tiene que pararlo y hacerle la pregunta del escritor y filósofo Henry David Thoreau: «¿De qué sirve una buena casa si no tienes un planeta tolerable donde ponerla?».

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