Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El tribunal del alma

Autor:

José Alejandro Rodríguez

Nelly Osorio conoció la crueldad el pasado viernes, cuando intentaba cruzar la congestionada arteria habanera de Ayestarán. No avistó el carretón que, halado por dos hombres, llevaba un refrigerador y otros bienes. Y todo el peso rodó sobre el pie derecho de la muchacha, que se retorcía en llanto.

Ahora Nelly, de reposo en su casa, lleva una escayola y está ausente de su empleo; aunque no tuvo complicaciones mayores, según los médicos. Si no fuera por la cuerda de vileza que remolcó esta historia, hubiera sido un tenue guarismo en la estadística de los accidentes; un percance a la antigua, cuando no se conocían las velocidades supersónicas.

La torcedura mayor del relato no está en el pie de la joven, sino en que, no más la rueda hizo de las suyas, el carretonero la increpó como a la culpable y siguió su camino sin voltearse ante el dolor de la víctima, para auxiliarla. Ni una brizna de culpa sintió…

Según los testigos de la escena, que la socorrieron mientras el carretón se perdía, el hombre, por su edad, bien podría ser el padre de la joven. El esquivo insensible extravió una fibra recóndita del alma, y perdió la gran oportunidad del ser humano, cuando más hay que serlo.

Varias semanas atrás, una mujer que cruzaba la Vía Blanca en plena noche, frente a Alamar, fue golpeada a sedal en el tobillo por un auto a considerable velocidad, y se desplomó en el pavimento. El vil conductor se dio a la fuga, difuminándose en el anonimato de la oscuridad y el aislamiento de aquel paraje. Pero quienes la descubrieron quejosa en la cuneta, iniciaron una cadena de auxilio que no concluyó hasta la atención médica: fractura del tobillo, con lesiones. Aún la mujer está en cama, pero viva para recordar siempre la pesadilla.

Más allá de quien tuviera la culpa en ambos accidentes, y de que se cometiera la denegación de auxilio, prescrita en el Código Penal cubano; habrá un tribunal del alma condenando siempre a esos cobardes en fuga, de corazón blindado, que anteponen cómodamente su impunidad al deber más sagrado de una persona: socorrer al prójimo.

Tanto Nelly como la mujer de Alamar —de quien me llega la historia por boca de una hermana—, tendrán un dilema en su convalecencia: empozarse en la tragedia y seguir culpando a un canalla sin rostro y sin valor, o sanar en la gratitud a tantos que las ayudaron en situación tan terrible. Al final, estos fueron más. Y aquellos dos, estarán siempre en deuda con su conciencia, si es que la tienen. Ojalá me hayan leído hoy.

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