Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El Doctor y su mejor fildeo

Autor:

José Antonio Fulgueiras

Fue una mañana de un 12 de marzo que pactamos un juego de softbol entre dos equipos de periodistas de Villa Clara, en homenaje al Día de la Prensa Cubana.

A mí, como manager y jugador, me tocó un muchachón llamado Yoelvis Lázaro, oriundo de Camajuaní, de rostro angelical y sonrisa cándida, y luego de ubicar algunos jugadores a la defensa, le pregunté:

—¿Y tú, qué base juegas?

—Cualquiera, me dijo, mientras deletreaba la clásica sonrisilla de los que chatean en Facebook: ji,ji,ji.

Por supuesto que me ericé, pues esa respuesta de: «¡Cualquiera!», ya la había recibido anteriormente de otros, que luego en la práctica no jugaban ninguna.

—Short field, le ordené sin otra explicación.

—No traigo short, Fulgue, me dijo, ahora algo más serio.

Entonces me hice el desentendido y le indiqué el lugar. Él salió muy contento a cubrir su posición y yo me ubiqué a su lado en el center field.

Nunca he sabido, ni he preguntado, si él se puso de acuerdo con el equipo contrario para que no batearan por su banda, o sus contrincantes, que también lo querían como yo, halaban siempre la pelota para sus manos, como recomienda Ruperto en el programa Vivir del cuento.

En los turnos al bate dio su «cabilla» y cogió más bases semintencionales que el propio Orestes Kindelán en su época de cuarto bate y recordista de vuelacercas.

Y así llegamos al séptimo y último inning del softbol con el juego empatado a 30 carreras —casi todas por errores de uno y otro bando— y la ventaja del contrario, home club, en segunda base.

Ya con un out en la pizarra del estadio «Sandinito» de Santa Clara, salió un fly elevado justamente hacia la posición del jugador de marras. Como estaba cerca de él, observé cómo abrió los ojos, apretó los dientes y alzó su guante por encima de su cabeza, tal vez por primera vez engorrada.

Y la bola —también perteneciente a los que lo queríamos tanto— penetró obediente dentro del círculo de piel y permitió sumisa que el guante la apretara en su interior.

El muchachón observó atónito su propia jugada y comenzó a dar saltos como un Sotomayor sin varillas. Acto seguido corrió hacia mí para abrazarme en espera de mi felicitación.

El corredor que estaba en segunda, al observar el festejo, hizo pisa y corre hasta la goma y nos dejó tendidos en el campo.

Se los juro por mi madre, que me dio idea de matarlo, pero por suerte no lo hice, y ha sido mi mejor decisión, pues Juventud Rebelde y la prensa cubana no hubieran tenido a tan genuino y memorable Doctor en Ciencias de la Comunicación.

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