Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Hay locuras… de luz, y de sombras

Autor:

Marianela Martín González

Esta vez no lo vi. En la línea ferroviaria del municipio de Boyeros donde suele estar se notaba su ausencia. ¿Estará enfermo o habrá sucumbido por la pandemia? Quiero pensar que ni una cosa ni otra. Que alguien cuida de él por estos días, cuando los de su condición requieren amparo más que nunca.

A este hombrecito flacucho, en perenne encantamiento, lo busco en el crucero del tren cada vez que por allí paso. «Cuida» hace más de 15 años que nadie sea atropellado por un tren que solo habita en su cabeza: «Pasen, pasen, que todo está limpio. No viene nada», dice con devoción de guardabarreras sin el menor ánimo de lucro.

Sus ojos cansados por la espera de un tren imposible calan con delicadeza a los automovilistas: unos le lanzan improperios, pero la mayoría lo ve con admiración. Hasta le han regalado chaquetas fosforescentes para que en medio de la oscuridad puedan divisarlo. Hay quienes deseamos que su oficio de centinela del prójimo nos contagie masivamente.

Con alguien que pudiera ser el reverso de este loquito bueno, coincidí recientemente. Cada tres palabras que ella decía, dos parecían sacadas de un guion de novela rosa: «Que si en mi carro me gasté 4 000 dólares, que si mis hijos en cuanto abran el aeropuerto seguirán viajando medio mundo, que mi nieta será tremenda bailarina porque le estamos pagando a la mejor profesora, que eché a la basura toda la ropa que no me sirve por las libras que cogí en el confinamiento. Que si el coronavirus es enfermedad de gente sucia…».

Esa mujer, que padece otro tipo de locura, tenía solo la atención de una pobre anciana, quien cortésmente le preguntó por su familia, pero de seguro no esperó escucharle las demás frivolidades. Hasta hubo un momento en que hablaba sola, como los desequilibrados, con la gran diferencia de que su discurso no interesaba a nadie, porque carecía de la gracia con la que casi siempre son dotados quienes perdieron el norte.

Cuando se fue, unos rieron y otros quedamos alelados, pensando en tanta gente que ahora mismo está en las zonas rojas salvando vidas y que salvarían la suya si enfermara, sin reparar en sus ínfulas e ignorancia. Lamentamos su locura impúdica que provoca vergüenza ajena, y que por desgracia no es exclusiva: se aprecia, sin tener que salir de casa, en las redes sociales, donde hay quienes —casi siempre sin luz propia— posan con gente «importante», exhiben platos suculentos sabiendo que los alimentos escasean, y hasta lanzan improperios contra aquellos que les enseñaron una profesión e incluso les dieron la vida.

Si la «locura» se convirtiera hoy en pandemia, quisiera un ladito en el entronque de la línea férrea. Me alistaría junto a aquel lunático que, sin distinción, le ilumina el camino a todos, incluso a los que solo miran a su ombligo… a su auto, a su bolsillo; y viven esperando que la gente los admire. Esos que lo compran todo a su paso, en la esquizofrenia de las ventajas.

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