Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Mijaín, otra vez y siempre

Autor:

Yuniel Labacena Romero

El cine Yara volvió a llenarse, pero no solo de gente. Se llenó de memoria, de piel erizada, de esa alegría que solo brota cuando lo que se celebra es más que un triunfo: es un pedazo de patria hecho carne, sudor y gloria. Casi un año después de que París 2024 lo viera coronarse por quinta vez en lo más alto del podio olímpico, Mijaín López Núñez regresó. Y volvió, no con el mono rojo con el que elevó el nombre de Cuba al firmamento, no sobre el tatami, sino en su pura presencia y en la pantalla grande, en un documental que es mucho más que un recuento: es un abrazo.

Las lágrimas, los aplausos y las risas se mezclaron en la sala durante la premier del largometraje documental Mijaín, como si el tiempo retrocediera y el Gigante de Herradura, estuviera otra vez escribiendo su invencible historia y nosotros sintiendo, nuevamente, la adrenalina de aquellos combates. Esta vez, la pantalla no solo mostraba el viaje de un gladiador que llevó a Cuba en sus hombros durante 32 años y nunca flaqueó; también al hijo, al padre, al amigo, al hombre que —detrás de los músculos y las medallas—, esculpió su leyenda con sacrificio y amor.

Y entre el público, estaba ella: Leonor (Mamita como es conocida), la madre amorosa que con ternura y firmeza moldeó al coloso junto a su esposo Bartolo. Con ella se descubrió una historia que va más allá del deporte. «Le dije que la última medalla no se la daba a nadie», confesó minutos antes de la proyección, con esa mezcla de confianza y emoción que solo una madre entendería. «Por dentro estaba rota, pero él le demostró al mundo que sí se puede», dijo.

Sus palabras, las de una mujer que, pese a los zarpazos del destino, nunca perdió la sonrisa ni dejó de alentar al campeón, resonaron en la sala como un homenaje a su hijo, pero, también, a todas las madres que, desde la modestia y la resistencia, son el cimiento de los sueños más grandes. Por eso, en el documental, Leonor es tan protagonista como Mijaín, porque sin su ternura de hierro, sin su fe a prueba de dolor, el gigante no habría existido.

El documental —con una hora y 20 minutos de duración y dirigido con maestría por Rolando Almirante, Ángel Alderete y Héctor Villar—, no se conformó con los triunfos. Mostró días intensos de entrenamiento, las emociones del equipo, dolores callados, dudas y la determinación de quien nunca dejó de ser fiel a sus raíces. Las escenas en su Herradura natal, entre el polvo de los caminos y la calidez de su gente, revelaron la sencillez de un ídolo que nunca ha olvidado de dónde vino.

No faltó en el filme, el imprescindible Raúl Trujillo Díaz, su querido entrenador, quien aportó testimonios clave, recordando cómo el Hércules de la lucha grecorromana convirtió la entereza en gloria. Y así fue. Entre imágenes de archivo y momentos íntimos, se demostró que Mijaín no ganó solo por su fuerza física, sino por su sacrificio, por esa humildad que lo hizo querer siempre a Cuba más que a sí mismo.

Entre el público, jóvenes atletas de la delegación cubana para los Juegos Panamericanos Júnior de Asunción 2025 escucharon con admiración a un padre, a un hermano… «A los jóvenes, decirles que amen su deporte, porque este forma a las personas. Todo lo que logren será un granito de arena para su familia, para su pueblo y para su país. Nunca pueden rendirse», les dijo el campeón, con esa voz serena que esconde batallas ganadas.

El filme no fue solo un homenaje a sus medallas —ese pentatlón de oro que lo consagra como el mejor de todos los tiempos—, sino a su esencia: la disciplina espartana, la conexión con su gente, la lealtad a Cuba. Una manera de decir que, aunque Mijaín ya no esté en el tatami, su espíritu sigue inspirando. Por eso, dio gusto escucharlo con voz serena resumir 32 años de carrera deportiva, signada por satisfacciones y momentos difíciles. «La familia es todo. A ella debo lo que soy. Ver mi vida en la pantalla es duro, pero bonito a la vez», confesó.

Como declaró durante la presentación Rolando Almirante pasados los épicos combates, Mijaín «siguió siendo ese noble cubano, familiar, terrenal y preocupado por los avatares que condicionan la existencia cotidiana de su pueblo y eso es un héroe transmutado en toda su dimensión. Por eso, los cubanos te agradecemos en la proximidad y en la distancia».

Y así, entre lágrimas y aplausos, quedó claro una vez más: Mijaín López no es solo un atleta excepcional, el Héroe de la Republica. Es Cuba entera, es el mundo que lo admira. Es el niño de Herradura que soñó, el gladiador que venció y el hombre que sigue enseñando que, con amor y disciplina, no hay meta imposible. Mijaín no se retiró. Solo cambió de lucha. Ahora su combate es seguir inspirando. Y, como siempre, lo está ganando.

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