Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Buscamos un clon

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

Como los científicos cubanos son brillantes y crean muchas cosas buenas —aunque muchas de ellas no se apliquen—, sería bueno pedirles que clonen a varias personas. Soñar, dicen por ahí, no cuesta nada.

El caso es que, recientemente, desde su página en Facebook, el ministro de Transporte, Eduardo Rodríguez Dávila, daba a conocer la actitud del chófer Alfredo Avaya Suárez, conductor de la «gacela» 14617. 

Avaya, quien recorre la ruta Egido y Bernaza–San Agustín, en La Habana, recogió a una madre que mostraba signos visibles de agotamiento bajo el sol de estos mediodías y con un niño en brazos. En esa misma jornada, también intercedió —con firmeza, pero sin abandonar la cortesía— cuando un joven no tuvo en cuenta la situación de una anciana, que estaba primero que él en la cola, y abordó el vehículo para ocupar el único asiento disponible. 

Luego de unas palabras firmes, el «colado» debió ceder el espacio a quien se lo merecía por partida doble: por su lugar y por hacer valer un mínimo de decencia ante una persona mayor.

En verdad, gratifica (y mucho) encontrarse con ese tipo de historias. En medio de una situación agobiante, muchas veces tomada como excusa para el sinsentido, es loable y muy necesario que se conozcan situaciones como estas. Ellas, en verdad, son heroicidades cotidianas. Anónimas. Cosas sencillas, pero que valen mucho. Y que se olvidan con facilidad.

Lo interesante es que esas proezas no las realizan super personajes, ni tipos o tías de película o de telenovela —con ojitos acuosos, mirada perdida y boquita en puchero—, sino seres tan cotidianos que ni cuenta nos damos de que andan a nuestro lado. 

Son esos seres que ceden el paso a personas, que extienden su mano para ayudar a un minusválido al subir al contén de una acera o a cruzar una calle. Son los que van en un ómnibus, a punto de explotar por la cantidad de pasajeros, y cuando ven a una persona necesitada, sencillamente le brindan su asiento sin alarde alguno. 

O son, también, aquellos que en un lugar de atención al público tratan con respeto, con tacto, con profesionalidad a las personas. Parece poco; pero oigan: no lo es. 

Lo otro interesante de estos casos es que los protagonistas son individuos que viven el día a día de la Cuba de hoy. Con apagones que  te fastidian la vida, con un salario que no alcanza y con media familia que partió, y tiene que verla por WhatsApp, sonreír, decir: «Sí, mijo, estamos bien, cuídate mucho», para después quedarse en silencio por las noches; mirando el retrato o las camas vacías de los que ya no están.  

A ese tipo de personas hay que clonarlas. Sin embargo, estamos casi seguros  de que los científicos nos van a advertir que ese tipo de trabajo no se puede hacer. Y es cierto. Porque esas clonaciones pertenecen a otro tipo de laboratorio. Al de la familia, al de la escuela o el de la cuadra. Al laboratorio de los sentimientos. Pero eso, en busca de esos clones, vamos a publicarlos, aunque sea por un minuto, en la prensa.

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