Todas las conquistas de la humanidad confluyen en el hoy y diseñan el mañana. Ser artista comprometido con el corto tiempo que se nos da para vivir, equivale a sumarle el ayer y el hoy al porvenir, apuesta que implica renuncias y empecinamientos. La única lógica efectiva es la de las posibilidades que nos toca inventar y materializar, aunque nunca concretemos del todo los propósitos. Lo que más cuenta son las ideas, algo menos su soporte material. Por eso corresponde asumir, desde la diversidad y la belleza conquistadas, el apego a las ideas que nos han alimentado por más de seis décadas.
A trabajar con esos preceptos nos enseñó Fidel, un hombre en el que se sintetizaron todas las esencias justicieras contenidas en el espíritu de un siglo. La presencia imperecedera del Comandante en Jefe se acerca al siglo; apenas un paso (un año más) y su tránsito hacia la inmortalidad habrá cobrado cualidades nuevas: el primer siglo de Fidel rebasa el siglo mismo.
El siglo XX, en el que nuestro líder rindió sus tareas más trascendentes, sigue dictándoles rumbos justicieros a los siglos venideros, de ahí la pátina secular que da brillo a su sistema de ideas y acciones asociadas a las realizaciones comunes. Solo el socialismo tiene potencialidades para llevar a vías de hecho los grandes sueños, con los seres comunes que somos como protagonistas.
Tener un capitán de lucidez y valentía excepcionales ha sido la mayor fortaleza para el empeño; el enemigo cercano, la amenaza. Y cuando más amenazados estuvimos, más fuertes nos hizo Fidel. La fuerza perdura, por encima de las crecientes amenazas de los vecinos y de que la permanencia del líder se da en lo simbólico. Y en nuestra voluntad de continuar desarrollando su legado.
Fidel es un universo, una multitud que halló su identidad en las reivindicaciones que construimos todos, mano a mano con la idea de un mundo mejor. Con las palabras de Fidel forjamos la imagen de un conjunto humano que se autorreconoció en las realizaciones y las posibilidades. Su pensamiento no envejece, porque la juventud de las ideas tiene su origen en las utopías que sacamos de esa condición para convertirlas en futuro posible. Fidel supo que la vida no es la suma de los instantes que consumimos, sino también la de los trabajos por incorporarle sueños largamente soñados y pospuestos.
Ese hombre cambió el sentido de la cotidianidad, convirtiéndola en historia. Aún hoy su ímpetu, su inteligencia y astucia nos guían en el camino hacia la plenitud. En los amargos días de sus honras fúnebres se hizo común un clamor general: «Yo soy Fidel». Nuestro líder nunca se autoatribuyó virtudes, pero esa fuerza con que los cubanos nos fundimos con su espíritu, le confiere sentido a la frase que lo corporiza en el pueblo. Fidel es nuestro, hoy, con «el traje que vestimos mañana».
(Tomado de La Jiribilla)