Algún dirigente, economista, académico, activista, artista, espiritista, politólogo, sicólogo, sociólogo (y, si usted quiere, también hasta un podólogo) pudiera contestarnos una pregunta: ¿qué hay con las cooperativas en Cuba?
La interrogante apareció en medio de una conversación entre amigos sobre una de las constantes de la vida en Cuba. Ese 3.14 era el funcionamiento de la economía y que, lamentablemente, no anda muy solo a raíz de la «compañía» que le hacen los apagones.
El problema es que cuando se inició la aplicación de los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución y se dieron los primeros pasos para una serie de transformaciones en la esfera de la producción y los servicios, uno de los puntos más llamativos en ese momento era la intención de crear las Cooperativas No Agropecuarias (CNA).
Desde el papel, el asunto parecía interesante; porque, dentro de un abanico de formas productivas, en ellas aparecía una manera de gestión que por primera vez salía del marco agropecuario, donde se había quedado anclada, para abrirse a nuevos ámbitos de la sociedad.
El otro punto de interés eran las intenciones, al menos subyacente en la formulación de la política, de avanzar en una forma de gestión y propiedad basada en el sentido colectivo, donde los trabajadores, en su conjunto, tuvieran voz, voto y decisiones en el funcionamiento de la organización.
Transcurrido el tiempo, pasaron varias águilas sobre el mar y hasta un coronavirus, que no nos puso precisamente a bailar. Y junto con ese «paseo», mucho se ha hablado de reformas integrales, de propiedades privadas y estatales, pero nos atreveríamos a asegurar que poco se ha mencionado a las cooperativas. Ante ese vacío, uno se hace la pregunta: «Bueno, y las nuevas que se abrieron: ¿existen todavía?».
En verdad, las que ya estaban constituidas se encontraban necesitadas de un rexamen para lograr que funcionaran como verdaderas formas de propiedad comunal de los trabajadores.
Bastaría revisar algunos de los discursos pronunciados por Fidel a mediados de la década de 1980, en medio del proceso de transformaciones conocido por la Política de Rectificación de Errores y Tendencias Negativas, para encontrarse con las valoraciones que en su momento el líder histórico de la Revolución hizo sobre las cooperativas de producción agropecuarias (CPA) y la necesidad de que los trabajadores fueran los verdaderos decisores de la política y la economía.
Desde esas fechas se visualizaron un grupo de disfuncionalidades que lastraban su funcionamiento e impedían su conversión plena hacia una forma colectiva de propiedad.
Los cambios iniciados con la Rectificación tuvieron un freno forzado con la caída de la Unión Soviética y del campo socialista. Por eso, «mataduras» que existían en aquel entonces, no tuvieron solución en su momento y llegaron a tomarse como algo normal.
De ellas pueden hablar los cooperativistas agropecuarios: de trabazones a la hora de acceder a los recursos, dependencia excesiva de la empresa estatal, falta de créditos o flexibilidad para obtenerlos y renovar sus tecnologías.
Si se fuera a ir un poco más atrás en el tiempo, se diría que el proyecto de las cooperativas en Cuba no llegó a su plenitud. Esas formas de asociación fueron de las primeras adoptadas por la Revolución, cuando se agruparon a trabajadores de la pesca o de sectores de la industria ligera.
De acuerdo con la prensa de la época, otra proyección que tuvieron en esos años era la de poder comercializar, incluso exportar sus producciones y acceder a los insumos de forma descentralizada.
¿Qué pasó con ellos? ¿Por qué las cooperativas se quedaron solo en el campo? Pero lo más llamativo es que una forma de gestión, por su esencia muy cercana al socialismo, no ha tenido la plena expansión y desarrollo dentro de una sociedad que se reconoce socialista y defensores de los valores de ese sistema político.
Esto último es una paradoja muy grande, sobre la que vale la pena meditar. Una paradoja a lo William Shakespeare, una búsqueda que indica que el libro de las cooperativas en Cuba sigue abierto. Y lo más importante: necesitado de nuevas lecturas, aun cuando esté apartado o subestimado, y algunos hasta lo quieran cerrar.