¡Derechos humanos! Qué término tan contundente, justo y, a la vez, vilipendiado en este mundo de falsos argumentos y a la sobra determinante de unos pocos «ricos con derechos». El término, quizá, sea uno de los más usados si de discursos y pasarelas políticas hablamos. «Defender los derechos humanos» es un eslogan que, dentro del capitalismo abrupto y desbordado, muchos repiten con la dicha hipócrita que burla sin piedad la coherencia.
Es fácil hablar siempre, en estos casos, sobre derechos humanos sin el mínimo respeto a la dignidad, e incluso, hasta sentar cátedra frente a los auditorios más rimbombantes faltando a la ética. Pienso, por ejemplo, en naciones (políticos) que no se reparan por dentro para acusar a otros sin fundamentos ni razón. Lo más complicado, eso sí, resulta encontrar la voluntad plena para proteger esos derechos universales y defenderlos más allá de la palabra... con hechos.
Cuba, en cambio, una Isla en resistencia a la cual esos personajillos movidos por los hilos «modélicos» e imperiales del norte, le han intentado colgar desvergonzadamente el cartel de incapaz, promueve y protege con acciones reales los derechos humanos, y muestra al mundo sus logros con profunda humildad, pero con plena satisfacción y orgullo.
Digan lo que digan hay una verdad que se erige como un templo: en Cuba importa la vida y el desarrollo pleno de cada individuo, y así lo refleja la madre de todas las normas, nuestra Constitución de la República. Aun cuando las duras carencias materiales intenten opacar cada esfuerzo, la realidad y la historia dejan clarinadas incuestionables.
No por rutinarios debemos desprendernos de los hitos alcanzados hasta ahora por una nación tercermundista, asediada y bloqueada, mientras que esos mismos logros no dejan de ser utopías o privilegios para otros. Estaríamos incurriendo en un acto de mala fe, injusto, si llegáramos a minimizar nuestra épica de lo cotidiano.
Pueden a Cuba acusarla de cualquier idea mendaz, menos de atentar contra los derechos de su pueblo. Dice la frase que «dato mata relato». Y es cierto. Lo contundente de las estadísticas que exhibe este pequeño país es que la inmensa mayoría están validadas por organismos internacionales como las Naciones Unidas.
En esta Isla la esperanza de vida sobrepasa los 78 años, gracias en buena medida a que la salud pública es un derecho garantizado; como también sucede con el acceso a la educación a todos los niveles. La protección a las niñas, niños, adolescentes y jóvenes encuentra hoy su máxima expresión en el nuevo Código, que los ampara con absoluta vehemencia, por solo citar tres ejemplos.
Gracias a la voluntad política del Gobierno y la activa participación popular en todos los ámbitos de la vida del país, y a pesar del grave efecto del bloqueo económico, comercial y financiero impuesto durante más de seis décadas por
Estados Unidos, en violación de la Carta de las Naciones Unidas y el Derecho Internacional, la Mayor de las Antillas ha podido obtener importantes éxitos en la promoción y protección de los derechos para todos.
Desde hace mucho, con las primeras luces de la Revolución, a Cuba se le intenta negar el bienestar, el desarrollo y la convivencia pacífica, solo por ejercer su soberanía y defenderla. Lo más fácil hubiese sido escudarse en esas circunstancias y quedar a merced del tiempo. Pero no. Se escogió actuar y edificar un porvenir «con todos y para el bien de todos», ante la permanente agresión.
¿No se respeta y apuesta a construir juntos los derechos humanos en un país que pone a disposición de la sociedad ―por estos días― un Programa de Gobierno que define las líneas futuras de la nación? Por supuesto que sí, y los enemigos lo saben. Los hechos concretos siempre hablarán más alto que los discursos falaces y prepotentes; esos que, al final, no dejan de ser la hojarasca en medio del camino.